Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 1 de abril de 2013

La Ruta del Cares

                                              Todas las fotos de este Post son de la Ruta del Cares
          Siendo estrictos, deberíamos decir, que la Ruta del Cares discurre a través de 18 kilómetros, entre Poncebos (Asturias) y Posada de Valdeón (León). Pero, la realidad es, que lo que se conoce por esta senda, se refiere al tramo comprendido entre la localidad asturiana y Caín (León), a través de 12 kilómetros. La ruta fue trazada dinamitando las rocas, a mediados del siglo pasado, para abrir un canal de mantenimiento para la central hidroeléctirca. de Camarmeña.


          Los que pretendan realizarla o bien disponen de dos coches -uno en cada pueblo- o bien deberán abordarla, tanto de ida como de vuelta, doblando la distancia a 24 kilómetros. Y es que por carretera, ambos municipios se encuentran separados por 106 kilómetros


          Siempre, se ha puesto como ejemplo de ser llevada a cabo de manera fácil, para cualquier persona y a mi esa afirmación me parece, al menos, matizable. Cierto es, que la recorren unas 400.000 personas al año, con no demasiadas desgracias o muertes, pero también, que la propia gestora del Parque Nacional de Picos de Europa, la considera de dificultad media. A continuación, responderé a varias preguntas, que pueden ser planteadas:


          ¿Es recomendable hacer la ruta entera?. Desde mi punto de vista, solo para los verdaderos amantes de la montaña y además, algo experimentados. La subida a los Collados -de unos dos kilómetros o tres- es exigente -incluso algo peligrosa-, para las personas que no estén en buena forma. Empezando el camino por el pueblo asturiano, los cuatro primeros kilómetros, apenas aportan más que esfuerzo físico. Es desde este punto y hasta Caín, cuando empieza lo espectacular.



          Por lo tanto, la mejor opción para la mayoría de personas es, acercarse hasta Caín y hacer de ida y de vuelta, unos ocho kilómetros, hasta llegar a una cascada, que se cruza a través de un pequeño puente de madera. En este trayecto, contemplaremos los maravillosos túneles y el espectacular paisaje de cataratas, montañas cortadas a pico y la profunda y vibrante garganta del río Cares. Atravesaremos los puentes de Bolín y los Rebecos. En hacer ese tramo, se viene a tardar, a ritmo medio, una hora y cuarenta minutos por sentido.


          Nosotros hicimos la ruta entera, ida y vuelta y nos arrepentimos, porque el retorno se nos hizo demasiado largo y ya no íbamos mirando nada, que no fuera salir de allí. Otra gente nos comentó lo mismo.


          ¿Cuánto se tarda en hacer la travesía?. En nuestro caso, tres horas y diez minutos a la ida -haciendo fotos y parando- y dos y cincuenta y cinco a la vuelta. Los carteles informativos sitúan la duración entre 3 y 3,30 horas. Dos de las horas se cubren en Asturias y una, en León.


          ¿Qué peligros puedo correr?. La senda es suficientemente ancha -metro y medio, aunque a veces es bastante menor-, pero algunos riesgos nos acechan. El principal son los desprendimientos y derrumbes. También, no llevar un calzado adecuado, es decir: botas de montaña. La lluvia incesante -fenómeno frecuente- puede resultar muy molesta y también, los interminables charcos, que se generan en el suelo (especialmente, en los túneles).



          ¿Puedo llevarme a los niños?. Si se va a hacer la ruta entera, desde luego, que no. Como se ha dicho, el acenso desde Poncebos es exigente y algo peligroso. Si se inicia desde Caín, resulta discutible. Cuando yo contaba con nueve años, recorrí buena parte de este sendero y no tengo ningún trauma. También es verdad, que cuando eres un crío, no tienes percepción de riesgo. Mi recomendación particular y salvo que se trate de niños muy acostumbrados a la montaña, sería dejarlos en casa o en cualquier otro lugar. Pero, no son pocos los que se los llevan (y al perro, también).


          ¿Qué hay, en cuanto a aalojamiento y comidas?. En los tres casos, los precios son moderados, tanto en Arenas, como Caín o Poncebos. Aunque, desaconsejo este último lugar, por consistir, únicamente, en dos hoteles, dos restaurantes y el acceso al funicular. Donde te pegan el palo es en la adquisición de los productos típicos (queso de cabrales, sidra, compango para la fabada...). Se puede almorzar por 11 euros y dormir por 28, en habitación con baño, televisión y calefacción.


          ¿Hasta donde puedo llegar con el coche?. Un tema difuso. Hay un aparcamiento público a dos kilómetros de Poncebos, donde en teoría, hay que dejar el coche. Pero, si dices que vas a Sotres, Camarmeña u otros pueblos, te dejan pasar, con el resultado, de que cada uno aparca donde le da la gana. De tal forma, que aquello parece, más bien y en los accesos, más que un parque nacional, un parking nacional (escena muy desagradable). Este lío y como nos confeso un hostelero de la zona, les ha hecho a ellos perder muchas ventas, por la confusión, que se genera.


          Mi opinión personal es y tratándose de temporada alta, que deberían detener todo el tráfico en Arenas, salvo el que vaya a otras localidades, distintas a Poncebos. Ya existen servicios regulares de Alsa, que cubren esos 6 kilómetros (3 euros, ida y vuelta?.


          En Caín, el aparcamiento se halla en el propio pueblo. Nos pareció más ordenado, pero estuvimos poco tiempo para comprobarlo.

domingo, 24 de marzo de 2013

Belfast: atrapada por su historia

                                                      Todas las fotos de este post, son de Belfast
          Definitivamente, Belfast nos resultó ser una ciudad encantadora, que superó en mucho nuestras expectativas y en la que merece muy bien la pena, recalar un par de días para disfrutarla con tranquilidad. Su centro histórico y el comercial -pegados, prácticamente, el uno al otro-, son muy accesibles y resulta bastante atractivo pasear por ellos. Nada pudo amortiguar nuestro gusto por Belfast. Ni siquiera el ligero frío, el fuerte viento y la persistente lluvia del primer día, que propició que los niños fueran tapados con mantas en sus cochecitos por la calle o que nosotros mismos acabáramos por la noche con la calefacción del hotel puesta y debajo de un edredón nórdico. Nada hubiera tenido ello de extraño, sino fuera, porque era 7 de julio.


          Para entender y sentir Belfast, hay que conocer la historia, aunque sea, de forma resumida. Irlanda fue desde los viejos tiempos, una isla católica en un reino predominantemente protestante. Durante 800 años formaron parte del Reino Unido, hasta que consiguieron su independencia, allá por 1922. Durante siglos, a los reyes británicos no les gustaba demasiado el catolicismo de sus súbditos irlandeses, así que intentaron repoblar la isla con protestantes, cosa que consiguieron en la zona norte. Estos emigrantes, no se llegaron a juntar, prácticamente, con la población autóctona y permanecieron fieles a sus costumbres y su religión.


Es por ello, que esta franja decidió seguir bajo el paraguas de la monarquía británica, tras la independencia de la otra parte de la isla. Ahí arranca el conflicto, que durante décadas ha bañado de sangre las calles de Belfast y otras poblaciones norteñas y que tuvo uno de sus momentos más álgidos, con el Domingo Sangriento de 1972 -al que U2 hizo más famoso todavía, ya hace años-, en el que el ejército británico -a lo bestia, como suele hacerlo siempre- mató a 13 personas de una manifestación, que se oponía a la ley de internamiento, por la que se podía meter en la cárcel sin juicio, a quién pudiera ser considerado  sospechoso de pertenecer al Irish Republican Army (IRA).

Si, habíamos sentido emoción en Berlín, en 1.990, cuando vimos el denominado Muro de la Vergüenza resquebrajado, pero todavía en pie, lo mismo nos ocurrió Belfast, al recorrer los barrios/calles. donde durante bastante tiempo, estuvieron separados los protestantes y los católicos (Shankill road y Falls road, respectivamente). Se trata de zonas obreras, de casas de fachadas humildes, donde a cada paso se respira una bocanada de historia. Los visitamos un domingo y tal vez, por eso no estaban demasiado animados, aunque en la zona protestante se preparaban para celebrar algo, dado que la calle principal permanecía llena de banderas británicas por todas partes y en una explanada se apilaban palés de madera. Al día siguiente, vimos una foto en el periódico con esta misma escena.


          Si, a nosotros nos impresionó ver esto en su momento, imaginad lo que debió significar, vivir en uno de estos barrios, en la época en que la tensión se cortaba a cuchillo. Ahora, los numerosos murales -unos reivindicativos, otros provocan hilaridad- y los parques y monumentos en memoria de las víctimas de ambos bandos, son las máximas manifestaciones, que delatan que la herida está casi cerrada, pero todavía no del todo cicatrizada.

Al margen de convivir con la historia, los ciudadanos y los turistas de Belfast, cohabitan con una no demasiado extensa, pero muy coqueta área monumental y con la zona de la preciosísima Universidad de Queen's.


          Haciendo de frontera entre las animadas avenidas comerciales -al menos hasta las seis de la tarde- se encuentra el City Hall, el impresionante Ayuntamiento, que a simple vista, parece más antiguo de lo que, realmente, es. No pudimos visitarlo por dentro -aunque la visita es gratuita-, dado que no abre durante los fines de semana.


          Otras atracciones imprescindibles, dentro de la zona monumental, serían la bonita Graud Opera House, el Prince Albert Memorial Clock Tower -una torre del estilo a la del Big Ben y probablemente. más inclinada que la Torre de Pisa-, La Custom House -preciosa casa de la aduana- y S. Anne Cathedral -la catedral anglicana de Belfast-. Además, hay una serie de iglesias y edificios de interés, que hacen muy amena la estancia.
          En la magnífica zona de la Queen’s University, se halla también el Ulster Museum -en Belfast, los horarios de algunos museos son algo extraños y no es infrecuente, que abran solo de 13 a 17 horas- y el Jardín Botánico, con Palm House. (un chulo invernadero en medio del tranquilo jardín).

domingo, 17 de marzo de 2013

Entre hutongs y bichos fritos

                   Todas las fotos de este post son de Beijing, salvo esta, de la cercana Gran Muralla China
          Cuando uno viaja por China -también sucede en India-, se siente especialmente minúsculo, dado que todo se halla superdimensionado, empezando por las ciudades. No es infrecuente, pasar de una de cuatro o cinco millones de habitantes, a otra de siete o de diez. Mas, si hay dos cosas realmente enormes en el país amarillo, esas son la plaza de Tian'anmen y la estación central de trenes, ambas en Beijing.


          La primera, se tarda en cruzar casi media hora, yendo a buen paso. Nuestros primeros recuerdos de ella no fueron muy buenos, dado que tuvimos que atravesarla, solo protegidos por un pequeño paraguas, mientras caía un tremendo chaparrón. Íbamos, además, con las mochilas a cuestas y se empapó toda la ropa. La segunda -ubicada en un bello edificio-, es como una impresionante ciudad, por la que no resulta difícil perderse o quedar atrapado entre las masas, algo frecuente en China. Si se va a tomar un tren, conviene llegar allí, con varias horas de antelación, para evitar contratiempos.


          Si algo nos entusiasmó de Beijing, fueron los hutongs. Si algo nos decepcionó, sobremanera, fue la afamada Ciudad Prohibida.


          Los hutongs son curiosos y entrañables, sobre todo para verlos y no para vivir en ellos. Por eso no es extraño el enfrentamiento, entre las organizaciones defensoras del patrimonio, que los pretenden preservar y sus propios moradores, partidarios de los derribos y de que el estado les de la posibilidad, de vivir en una zona residencial, a las afueras de Beijing. Mucho se habló en su momento, de que la China olímpica de 2.008 se los iba a llevar por delante. Desconozco en que proporción ha podido ocurrir esto, pero desde luego, siguen quedando bastantes. En el año 2000, había más de 4.500 de estas pintorescas callejuelas, que recorrían el viejo Beijing, alrededor de la Ciudad Prohibida.



Para esta última, bastan apenas tres horas para recorrerla y quedar con una sensación extraña. Y es que las edificaciones son muy similares entre sí y no dan la sensación de rebosar historia. Han podido ser construidos hace 300 años, como hace dos meses. Además, no se puede ver nada por dentro, salvo fotografiar tronos desde algunas puertas y en las pocas ocasiones que si es posible, son lugares diáfanos o de escaso interés. Y para los pabellones del Tesoro o de los Relojes, hay que pagar a mayores. ¡La ambición del gobierno no tiene límites, aunque sean solo 10 yuanes por visitante. Ya está bien de exprimir el limón!.


          Desde la Cima de las Vistas -no se comieron mucho la cabeza para ponerle un nombre-, se disfrutan extraordinarias panorámicas de toda la Ciudad Prohibida, además de accederse a las torres del Reloj y la Campana.

          Algunos chinos se hacen fotos en la plaza de Tian’anmen, realizando gestos muy raros para nosotros, aunque está claro, que tienen un significado para ellos. Esta plaza no sería la misma, si no hubieran ocurrido los acontecimientos de 1.989, que acabaron con los tanques en mitad de ella.


          Para entrar en este mítico lugar, que está lleno de militares y de policía, es necesario pasar los bultos por un escáner. El centro es una enorme explanada, mayoritariamente diáfana. Desde allí, se ven los feos edificios laterales –monumento a los Héroes del Pueblo, gran palacio del Pueblo y Museo de Historia de China-, además del horrible Mausoleo de Mao y la bonita antigua estación de tren. Debe tener el tráfico parcialmente restringido y la tranquilidad es inmensa. Sorprendentemente, Beijing nos parece la ciudad más habitable de China. Desde luego, mucho más que Shanghai y eso que son de tamaño similar.

         La calle comercial y peatonal por excelencia es, Wangfujing. Es muy ancha y está llena de tiendas y de restaurantes de comida rápida. Resulta muy agradable para deambular sin prisa. De camino, se puede ver la catedral. Después, es posible entrar por Gourmet street, que es una galería subterránea, donde todos son establecimientos de comidas. Hay desde un restaurante de calduverios a gogó, hasta tapas y alta cocina china. Resulta bastante barato. Nos encaprichamos de unas gambas a seis yuanes, que tienen una pinta tremenda, pero cuando ya las hemos pedido, nos dicen que para pagar, tenemos que adquirir una tarjeta, con un mínimo de 30 yuanes y dejar ocho, de maldito depósito. ¡Pues ahí se quedaron las gambitas!.


          Casi enfrente, pero al otro lado de la calle, sale la del mercado nocturno –abierto de cinco a diez-, que agrupa otras dos, que se cruzan. Son estrechas, están muy animadas y plagadas de puestos de ropa y cosas variadas –caricaturas en plastilina, unas gomas muy curiosas para el pelo, con bastantes horquillas incorporadas, chinadas en general…- y comida.


          Más arriba se ubia otra avenida, que cruza la calle peatonal perpendicularmente, donde solo hay puestos de comida, montados en una hilera: junto a los típicos pinchos de carne, platos de tallarines, pollo –supuestamente-, higaditos, la piña con arroz y las frutitas deshidratadas, conviven los escorpiones, ciempiés, saltamontes, estrellas y caballitos de mar, carne de serpiente, de ciervo o de avestruz…. Fritos o más bien, ¡achikcharrados!. Los vendedores son muy simpáticos, te incitan a degustar sus viandas y te permiten tomar fotos, incluso de corta distancia.


          Habíamos ido con intenciones de probar algún bicho, pero estos son mucho más grandes que los que veíamos en Tailandia y se ven mucho más sus formas y detalles, así que finalmente, no nos atrevimos. Los pocos guiris que pululan por la zona, tampoco. En algunos puestos tienen el escorpión vivo y te lo hacen en directo y al instante, una vez que lo eliges. Como en toda China, sobran empleados. ¡Hay hasta seis personas por puesto, cuando las ventas son solo moderadas!.


          En radical contrapunto, el siguiente paso puede ser ir a la calle Quianmen, que si de día es bonita, al anochecer es maravillosa. Se hace recomendable entrar en el restaurante del pato. ¡Es muy chulo, coqueto y huele de miedo!. No sabemos lo que valdrá comer, pero seguro, que supera nuestro presupuesto.


          Si aún quedan ganas, se puede visitar el alejado templo del Cielo. Y por supuesto, en autobús, la Muralla China. Lo más fácil es hacerlo en Badaling. Los más osados se pueden acercar, a Simatai.

          En la maravillosa Beijing, supone un pequeño suplicio ir a comprar a esos pequeños supermercados chinos. No hay casi clientes y en cuanto entras, te empiezan a perseguir, uno, dos o hasta tres empleados, haciéndote sugerencias sobre lo que puedes comprar y vigilándote. Por si fuera poco, suelen tener instalada alguna cámara, pero luego no disponen de aparato alguno para leer los precios, por lo que hacen una suma mental y te ponen el importe final, en la pantalla de la calculadora. Tienes que hacer un acto de fe y creer que no te han engañado o sumar tú también mentalmente, de manera aproximada y que la cuenta no se te salga de madre.

domingo, 10 de marzo de 2013

Hay otro Bangkok, además de Khaosan

Todas las fotos de este post son, de Bangkok, menos la última, que pertenece al mercado flotante, de  Damnoen Saduak 
          Centenares de turistas paseando en pantalón corto o con ropajes alternativos, puestos callejeros de noodles fritos con marisco o carne -regentados por sonrientes chicas-, stands de insectos achicharrados en la plancha -últimamente, ya cobran por hacerles fotos y no solo por comerlos-, tiendas de ropa de todo tipo, Seven Eleven ofreciendo sus productos las 24 horas -aunque desde las doce de la noche y hasta las once de la mañana y de catorce a diecisiete, tienen prohibido vender bebidas alcohólicas-, decenas de casas de cambio, agencias con pretensiones y no siempre de demostrada solvencia, que te gestionan el visado parta Myanmar o la India, falsificadores del carné internacional de estudiante o de títulos de cursos de submarinismo, bares musicales con terraza y chicas ligeritas de ropa y dispuestas a todo, miles de bombillas de colores, escaparates con guías de segunda -tercera o cuarta- mano de casi todos los países del mundo, innumerables hoteles de categoría -fundamentalmente- económica...


          Todo eso y mucho más -aunque casi siempre en la misma línea-, es Khaosan, la burbuja turística de la maravillosa Bangkok, área de la que muchos viajeros no salen, durante todo su estancia en la ciudad. ¡Ellos se lo pierden!.

          Fuera de esta artificial, aunque no desagradable zona y ajenas a tanto movimiento, las chicas salen del colegio con sus inmaculados uniformes de falda corta y almuerzan en el Mcdonalds o en los numerosos puestos callejeros de salchichas a la plancha, albondiguillas, pinchos de cerdo, de pollo o de otras carnes más inidentificables y sospechosas. Y es, que tal vez sea Bangkok, la capital del mundo, que cuenta con más garitos callejeros -de fuste y pretensiones diversos- del mundo, lo que le da un ambiente excepcional. Aparentemente improvisados, se pueden levantar en escasos minutos, de manera muy mecánica. A veces, durante una parte del día -colocados donde horas antes había un mercado-, mientras otras, de forma permanente Los lugareños los adoran. Para los occidentales, lo que tienen en común es, que visualmente, es imposible identificar el contenido de los guisos, que presentan en sus enormes y brillantes perolas. Solo unos pocos y osados extranjeros, se atreven con ellos.




          Aunque -desgraciadamente para los viajeros y afortunadamente para ellos-, cada vez son menos los tuk tuks, que circulan y más los taxis -a veces, rosas-, el tráfico es ingobernable, sobre todo en la calle principal, Ratzhadamnoen Klang. La vibrante actividad urbana contrasta con la quietud de los tranquilos templos budistas, de tal simplicidad e ingenuidad, que parecen diseñados por niños. Para entrar en los edificios religiosos, hay que descalzarse. Pero, salvo guardar el habitual y requerido respeto, casi todo lo demás está permitido allí. Incluso, sentarse junto a los monjes, mientras rezan o cantan o tomar una cerveza en el exterior, sentado en la escalera. Sería larga labor detallar todos los que merecen la pena en la ciudad, pero los podéis encontrar en todas las guías.




          En cualquier caso, guardad tres o cuatro días para visitar la ciudad, algo más, si también queréis acercaros al cercano mercado flotante, de Damnoen Saduak. Porque también. tendréis que acudir al Palacio Real -de bellos y apelotonados edificios, que parecen de juguete- a la vibrante Chinatown, además de a los animados mercados. El más importante y famoso es el de Chatuchak, que se celebra los fines de semana. De las dimensiones, que tiene, parece eterno y en él, se puede encontrar de todo lo imaginable, aunque no a los precios esperados.




          Aunque es más modesto, nosotros nos sentimos más cómodos en el que montan todas las tardes, junto a los canales, no muy lejos de Khaosan. Hace unos años era algo cutre y se encontraban en él, auténticas reliquias del mal gusto o de la cutrez. Hoy en día, aunque no han desaparecido del todo, son residuales.



          Cruzando el Chao Phraya -después de haber dejado atrás numerosos y ololrosos tenderetes de pescados y mariscos disecados-, en viejas y temblorosas barcazas, sorteando los omnipresentes y enormes hojas, parecidas a nenúfares, se llega a otros interesantes templos o mercados, que no deben dejar de ser visitados. Y por supuesto, como en el otro lado y por todas partes, los omnipresentes budas -generalmente- dorados. Desde los modelos más utilitarios, a los de varios metros de altura (en posiciones y con gesto diferente). Hay bastantes talleres, donde los hacen y tiendas, que los exponen en plena calle. No resultan difíciles de encontrar.


          A Tailandia, se le conoce como el país de la eterna sonrisa. Y el dicho no exagera, ni un ápice. Ya lo constatas, desde que ingresas por el aeropuerto internacional: todo son atenciones y gestos amables. La primera palabra, que aprenderás en tailandés es, “japunja” (gracias), para poner de manifiesto el sincero agradecimiento. Son tan generosos en tratar de complacerte, que a veces, te dan una información errónea, antes de decirte, que no pueden ayudarte, sobre lo que has requerido.

          De las cinco veces, que hemos visitado Bangkok, la más emotiva fue la primera. No solo por la deslumbrante novedad, sino porque el día 30 de junio, de 2.008 y de madrugada, rodeados de alemanes, que se fueron apagando con el transcurso del partido, asistimos a la conquista de una Euro. El agradable bar, donde vimos el memorable encuentro de fútbol y, tres años después, lo habían derribado. ¿Sería de propiedad teutona y no podrían con los malos recuerdos?. ¡Nunca lo sabremos!.