sábado, 3 de mayo de 2025
jueves, 1 de mayo de 2025
De Faro, a Lagos (Parte I)
Preveíamos, que el jueves iba a ser el día más complicado del viaje, aunque no contábamos con la zozobra y la angustia del día del apagón y de la noche siguiente.
Y es, que pretendíamos visitar cuatro destinos distintos, antes de llegar a dormir a Lagos, único lugar del Algarve con precios accesibles en cuanto al alojamiento.. Pero terminamos descartando Olhao, por razones logísticas.
Salimos caminando desde el aeropuerto a las siete de la mañana y poco después, ya hacia para ir en manga corta. Como esperábamos, el camino hasta el centro es sencillo y carente de peligros.
Ya habíamos estado en Faro dos veces antes, aunque no nos acordábamos mucho. No tardamos en recordar, al ver la muralla, las plazas y las iglesias del casco histórico, que en Portugal, en todas sus ciudades, te persiguen a cada paso las calles empedradas de aceras super estrechas.
La tarde anterior en la oficina de turismo de la terminal aérea, habíamos preguntado sobre si coger buses o tren y nos habían dicho, que los primeros son más baratos y el segundo más rápido.
Entramos en la estación de buses y pedimos dos billetes para cubrir los dieciséis kilómetros, que nos separan de Loulé. Flipamos, cuando nos cobran 5,40€ por cada uno. Como tenemos tiempo nos acercamos a la de trenes, donde el mismo recorrido cuesta 2,20€. Nos cabreamos, aunque sin tener, que insistir, nos devuelven el importe de los boletos del transporte por carretera.
En definitiva, en el Algarve, si no tomas intercitys y te mueves con los trenes regionales, resulta mucho más barato este medio de transporte, que el desorbitado bus, con compañías, como Vamos y Eva.
El problema es -salvo en Lagos-, que las estaciones de ferrocarril suelen estar bastante alejadas del centro y mal comunicadas por transporte público y ahí nos llevamos la segunda sorpresa del día, por traer las cosas tan poco preparadas, como siempre.
La estación de Loulé está a siete kilómetros del centro y la carretera, que comunica ambos lugares es mala, concurrida y bastante peligrosa en sus primeros dos mil quinientos metros. Nos dicen, que solo Uber o taxi, por lo que, jugándonos la vida y la cabezonería, nos vamos caminando.
Francamente, Loulé es de un interés limitado, destacando el mercado, el ayuntamiento y un par de iglesias. El casco histórico es pequeño y lo peor: muchas calles están sin asfaltar, polvorientas y llenas de obras y socavones. ¡Un desastre, que nos suena más a África, que a Europa!.
Descubrimos, que hay una linea amarilla de autobuses, que de forma gratuita, te lleva desde la estación de buses, a un polígono cercano a la de trenes, pero el último tramo peligroso hay, que hacerlo, caminando. ¡Nos arrepentimos de haber llevado a cabo la visita, porque además, los trenes a mediodía son escasos y nos toca esperar dos horas, al que va a Sives, que al menos, parte puntual.
¡Quedaba por delante una larga, desesperada, incierta y convulsa tarde!.
El hotel cápsula, el libro de condolencias del Papá, el vino gran reserva y el queso.
Son las cuatro de la tarde del martes 22, cuando cogemos un Media Distancia, a Madrid. El miércoles es la fiesta de Castilla y León y mi pareja ha tomado jueves, viernes y lunes de asuntos propios, con lo que íbamos a disfrutar de un viaje de una semana, que terminaron siendo ocho días, por culpa del apagón. ¡Siempre terminamos estando en todas las salsas y en el foco de la noticia!.
Por 28€, toca pasar la noche en un hotel cápsula -mejor, en el que dormimos en Bilbao, durante la pandemia -, situado en Usera. Debido al racismo de hoy en día, se trata de un barrio con mala fama, pero a nosotros nos parece de los más coloridos e interesantes de la capital, al estar lleno de inmigrantes. Sobre todo, chinos y bolivianos. Fruterías exóticas, asadores de pollo, peluquerías, masajes, arreglo de uñas, tiendas de alimentación..., todo abierto, se respira un ambiente genial y no como en los barrios nobles. Lástima, que en unos doscientos metros de la calle Marcelo Usera haya más de cinco casas de apuestas.
No volaríamos hasta las siete de la tarde del miércoles, a Faro, por lo que disponíamos de toda la mañana para hacer algo. Teníamos pendientes desde Semana Santa, las exposiciones del Palacio de Cibeles, pero decidimos coger un Cercanías a Chamartín e ir a firmar en el libro de condolencias del Papa Francisco, situado en la Nunciatura, en la calle Pío XII. No somos nada religiosos, pero este gran hombre y sus actos nos han llegado al corazón. Mientras nos despedimos del pontífice ya fallecido, despejan una de las mesas y aparece de repente una nube de periodistas y fotógrafos. Detrás de ellos, llega el ministro Albares.
Desde allí, un tentempié y al aeropuerto. Pasamos los controles con celeridad y sin pegas y partimos para Faro, en hora, con Ryanair. Aunque tenemos asientos de punta a punta del avión, conseguimos sentarnos juntos, porque hay bastante espacio libre.
Aterrizamos después de sesenta minutos. No hay nubes y el descenso resulta delicioso, contemplando la laguna del Parque Nacional de Ría Formosa.
No nos gusta tener, que cambiar la hora, porque anochece bastante antes, que en España. En los alrededores de la terminal se encuentran numerosos bares, restaurantes e incluso, un Aldi, pero, cuando llegamos ya ha cerrado. Al menos, determinamos el camino de unos siete kilómetros para ir mañana hasta el centro, que no parece muy complicado.
El aeropuerto de Faro es un lugar bastante amistoso para dormir, mucho más, que el de Lisboa. Abre toda la noche, nadie te molesta a ninguna hora y existen sillas corridas para tumbarte y dormir a pierna suelta. Para nuestra suerte, además, encontramos dos desayunos de hoteles intactos, que llevarnos a la boca.
Y la cosa no terminó ahí. Más tarde, nos hicimos con tres botellas de vino gran reserva en su cartoncillo original, que alguien había abandonado al no poder embarcarlas. Al vernoslas coger, una chica nos debió ver necesitados y nos regaló más de un kilo de queso envuelto en paquetes individuales de plástico. Por supuesto, lo aceptamos.