sábado, 22 de junio de 2024
miércoles, 19 de junio de 2024
El ecologismo en los países nórdicos y Alemania
Desde tiempos inmemoriales, los países nórdicos y Alemania han tenido fama de estar más preocupados por la ecología, que los del sur de Europa. En general, puede ser así, pero cuando mezclas ese sentimiento con el factor cultural, pueden darse resultados extraños que a nosotros, no nos convencen.
-. Esa obsesión por el tranvía: es un medio, efectivamente, no contaminante, aunque molestamente ruidoso, -los nuevos, algo menos - y funcionan con una cierta estructura de cables, que afean la estética del lugar. Además, para el peatón, resulta un medio intimidatorio, psicológicamente y muy incómodo al andar, cruzando las numerosas vías.
-. Sobresaturación de bicicletas. Sí. Está muy bien eso de ir a trabajar en bici, pero en muchos lugares -la mayoría -, este carril está sobre la acera, simplemente delimitado con una raya blanca. En ciudades planas -Bremen, Hamburgo, Gdanks...- se circula a mucha velocidad y con maniobras muy peligrosas, porque los ciclistas de todo el mundo tienen la facilidad de olvidarse -a veces, simultáneamente -, de las normas de tráfico. A eso, hay que añadir la irrupción de los malditos patinetes.
Así las cosas, el que sale más penalizado es el caminante, al que se pone en riesgo, constantemente, siendo el que menos contamina, el menos agresivo y el más vulnerable.
-. No darte el ticket de la compra, para ahorrar papel, que es muy típico, en Noruega: estaría muy bien, sino fuera porque en todos sus aeropuertos no hay un solo secador de manos eléctrico y sí dispensadores de gruesas servilletas tamaño casi de tabloide de papel no reciclado. La imagen de cubos llenos de este desperdicio resulta patético y preocupante.
-. Reciclaje de botellas de plástico y latas varias. Lejos de quitar está práctica típica de los nórdicos, ahora se ha implementado en Alemania. Es un atraso, habiendo contenedores y una guarreria, porque te llenas de líquidos -sobre todo con las latas de cerveza y de refrescos-, cuando vas a canjearlas por dinero a las máquinas. Hay mendigos, que viven de esto, lo cual no sé, si es buena o mala nota.
-. Los gilitapones, con ese añadido de plástico, que van unidos a la botella, una práctica que también se ha estrenado en España: resulta un sinsentido, porque para beber más cómodo o rellenarla de otra cosa, mucha gente lo arrancamos y ese micro plástico acaba en el suelo.
Con esta entrada se pone punto final a nuestro tercer "interair": es altamente probable, que a primeros de julio comencemos nuestro undécimo viaje largo.
lunes, 17 de junio de 2024
Los aeropuertos nuevos de nuestro tercer "interair"
Dieciocho días con sus diecisiete noches, ha durado este tercer "interair" europeo. De ellas, solo tres las hemos pasado en un hotel: dos en Gdansk -no seguidas- y una en Bremen. Doce, han transcurrido en aeropuertos: una en Madrid, dos en Billund, tres en Gdansk, dos en Stavanger, una en Hamburgo, otra en Málaga y dos en Burdeos. Una más dormimos en la estación de tren de Gdynia y la del sol de medianoche la pasamos en blanco, descansando por la mañana en el aeropuerto de Tromso.
En total, hemos cogido diez vuelos -6 con Ryanair y 4 con Wizzair-, siguiendo este itinerario: Madrid -Billund -Gdanks -Stavanger -Gdanks -Tromso -Gdanks -Hamburgo -Malaga -Burdeos -Madrid. Cuatro aeropuertos nuevos, a sumar, a los ya casi ciento cincuenta, que conocemos y de los que os hablamos, dado que han sido nuestra casa durante algunos días.
Stavanger: muy confortable, como todos los de Noruega. Muy tranquilo, buena temperatura, wifi estupendo y sofás para dormir, sin ser molestados. Abre durante las 24 horas y tiene un supermercado Rema 1000, a cincuenta minutos de paseo. Se puede ir al centro andando -solo un par de cortos tramos de carretera conllevan peligro -, aunque son catorce kilómetros .
Tromso: actualmente está en obras, pero dispone de una plataforma lateral elevada, donde dormir a cualquier hora del día, salvo de 1:00 a 4:30, que cierra. Hay un Rema 1000 a unos veinte minutos y al centro solo cinco kilómetros, con una exigente subida y la correspondiente bajada.
Hamburgo: aeropuerto muy sobrio y sin un solo guiño a la felicidad. Cierra de 1:00 a 4:00, pero te puedes quedar dentro de un pequeño reducto en la zona de llegadas. Te piden tarjeta de embarque para el día siguiente, pero luego, no te molestan más. Hay un supermercado Edeka en la propia terminal, mucho más caro, que Rewe. La mejor forma de ir al centro, es la línea S1 de cercanías.
Burdeos; ¡Fantástico! Abre las 24 horas y no te molesta nadie, ni te piden nada. Hileras de sillas sin reposabrazos para tumbarte a cualquier hora. Hay un Aldi a tres cuartos de hora, caminando. Al centro son 11 kilómetros, siempre por acera, pero el tranvía sale muy barato.
Decir, que apenas hemos tenido percances en los controles de seguridad y que tuvimos dos retrasos significativos: Tromso -Gdanks, una hora y Hamburgo -Malaga, cien minutos.
Se nos olvidó en el post anterior, comentar algo más sobre los alemanes. La mayoría domina el inglés, pero son muy reticentes a usarlo, como diciendo::" tú a mí, me hablas en mi idioma". Muy desagradable, la verdad.
domingo, 16 de junio de 2024
Felices de recalar en Burdeos, porque no nos gusta nada el carácter de los alemanes
Nos pasó desapercibido, cuando organizábamos el viaje, pero al aterrizar en Hamburgo, nos dimos cuenta, de que llevábamos dos décadas sin visitar ni Alemania ni Francia. Es decir: hemos estado seis veces en India o más de diez, en Tailandia, desde que recalamos por última vez en el país teutón o en el de los gabachos.
Proveniamos de los sosos países nórdicos y de la afable y dicharachera Polonia y al llegar a Alemania nos sentimos algo cohibidos e incómodos, sufriendo unas formas de ser y de actuar, que no van nada con las nuestras. Los alemanes son, en general, todo lo que los tópicos dicen de ellos: cabezabuque, rectos, exigentes, desconfiados, escasamente creativos, unidireccionales, malhumorados a la mínima... Tan solo se les pasa el enfado permanente, cuando acuden a esas numerosas ferias de mesas y bancos corridos, donde se desbordan a sus anchas los ríos de cerveza y las salchichas.
La primera bronca, apenas habíamos pisado Hamburgo, nos la llevamos en el supermercado, cuando la cajera nos riñó por pagar una compra de 2,50€ con un billete de 50. A la señora de delante le había caído otra, por dejar un par de productos en la cinta, al no llegarle el dinero.
Francamente y después de dos días y medio germánicos, nos sentimos muy aliviados al aterrizar en Burdeos. No volamos de forma directa desde Hamburgo, sino con escala en Málaga, al salir más barato.
Los franceses son muy suyos y no lo esconden, pero el trato y la convivencia con ellos resulta más llevadera y apacible.
Nosotros de Alemania, teníamos el recuerdo de un país confiado de sus propios ciudadanos, donde era muy sencillo colarse en el transporte público pero nadie lo hacía. Ahora y en los billetes pone bien claro y en grande -para que lo vean hasta los miopes y los tuertos-, la fecha y hora de validez del ticket. Y en las cajas de autopago de los supermercados han colocado un torniquete -tipo estación de cercanías -, donde si no pasas el QR correcto de la compra, no sales. No lo habíamos visto nunca.
Desde el aeropuerto de Burdeos fuimos al centro en el barato tranvía (1,80€). Pero, la vuelta la hicimos andando. Son diez kilómetros, pero siempre hay acera. En Hamburgo hay un caro supermercado entre las dos terminales. Aquí, para llegar a un Aldi se debe caminar unos tres cuartos de hora. Por cierto, el super más recomendable en Germanía es el Rewe y en Francia optamos por el Lidl.
Burdeos es una ciudad muy agradable, donde todo está traducido al español. Tiene un compacto y extraordinario casco histórico con su imponente catedral, el campanario, varias iglesias de relumbrón, calles elegantes de estilo parisino y sus atractivas puertas, además de su famosa plaza de la Bolsa.