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domingo, 4 de febrero de 2024

Sikkim, capital Gangtok

           La anécdota negativa de nuestra primera mañana en Sikkim -la única, hasta el momento -, la protagonizó el cambio de hotel. Habíamos dejado el antiguo y reservado uno nuevo en la misma calle -Tibet Road, paraíso de los guiris, aunque hoy solo hemos visto a dos chicas- y resultó, que el dueño era el mismo, del de ayer y nos lo tiró a la cara, como si de un nuevo rico se tratara, intentando mostrar superioridad.

          Pero, en realidad, lo que le había molestado era otra cosa: que no cenáramos la noche pasada en su establecimiento, ni desayunáramos está mañana. Las habitaciones en esta ciudad son baratas -aunque te mueres de frío-, por dos razones: es temporada baja y casi todos los hoteles disponen de restaurante y esperan, que hagas las comidas en ellos, cosa que nosotros no hacemos nunca. 

          Algunos, incluso y con muy escasa capacidad comercial y empatica, directamente, prohíben introducir alimentos, sabiendo de antemano, que es algo, que no pueden controlar.

          Pero, hablemos de Sikkim, primero y después, de Gangtok.

          ¿Por qué decimos que Sikkim no es India? La cuestión daría para escribir diez entradas, pero vamos a unos cuantos titulares: la gente es amable, no te van avasallando -ni siquiera en los bazares o mercados -, se preocupan por complacerte y porque te lleves una buena impresión de donde viven, existen calles peatonales y negocios muy bien montados, no circulan autoricksaw y las motos son muy escasas, no hay basura alguna o vacas por la calle, visten mejor, han renunciado al plástico en cuanto a las bolsas, han producido las primeras naranjas ecológicas de India...

          Y, ¿Qué hemos hecho hoy, en Gangtok? Pasear, por su extraordinaria calle peatonal, llena de negocios bien montados; visitar el bazar, que discurre a través de una escalera; recorrer con calma un centro comercial tradicional de cinco plantas, donde se vende desde fruta y verdura, hasta muebles, pasando por lo que quieras y subir a un promontorio, donde se encuentran un templo y un palacio, no pudiendo ser visitados por dentro. Junto a la calle peatonal, emerge el bellísimo Thakurbari Temple, de filiación hindú.

          ¿Lo que si nos hubiera gustado hacer y no hemos podido? : ver las vistas sobre las montañas, pero de momento, la niebla -y ahora, la intensa lluvia -, no nos abandonan.

          Gangtok tiene muchos atractivos en sus alrededores, pero son inasumibles andando, por lo que planeamos un tour organizado para el martes (10 € por persona)

          Para la felicidad del viajero, en Gangtok se come de miedo, a base de las cocinas tibetanas, nepalís e India. Momos, chow mein, masala dosa, samosas, potato chili, tukpas...y se bebe cerveza o licores a unos precios muy razonables, fundamentalmente, comprados en las numerosísimas tiendas espirituosas.

Tortura diurna, llegada nocturna: un día más en la oficina (parte II)

           Tras la media hora del almuerzo, en la que por lo menos pudimos estirar las piernas, seguimos viaje. La carretera se volvió algo menos ascendente y con escasas curvas, pero no pudimos mejorar nuestros registros de velocidad, porque el tráfico -formado fundamentalmente por todoterrenos y camiones de obras-, era intenso.

          Sobre las cuatro menos cuarto de la tarde y tras 80 kilómetros de tortura, llegamos a la frontera de Sikkim, en Rangpo. Somos los únicos extranjeros en el vehículo y por tanto, solo nosotros deberemos bajar en el control de pasaportes. Afortunadamente, el bus nos espera y no, como nos ocurrió una vez en el cruce entre Turquía y Georgia. Entregamos a un policía los pasaportes y el permiso -uno para los dos- y en menos de cinco minutos tenemos colocados los sellos de entrada. Pero el retraso aumenta en diez minutos más, porque nuestro conductor desaparece, sin decir a donde.

          A la legua se ve, que está ciudad, nada tiene, que ver, con los núcleos urbanos, que hemos atravesado antes, pero tardamos mucho tiempo en cruzarla. Ahora ya es seguro, que llegaremos de noche.

          Continúan las constantes subidas y bajadas, pero ahora resulta más difícil acceder o descender del cacharro, porque un joven se ha quedado dormido sobre parte de la escalera con los pies colgando hacia afuera y así seguirá, durante mas de hora y media, sin caerse y sin que nadie -salvo nosotros - se sorprenda 

          Varias chicas jóvenes, que acaban de subir, se sientan junto a nosotros. Son simpáticas y se interesan por nuestra nacionalidad y por si nos sentimos a gusto en Sikkim. Semejantes cosas no le interesan a nadie en el resto de estados de India.

          Desde que hemos cruzado la frontera, la carretera, los edificios y muchos vehículos, tienen banderolas naranjas, rojas y verdes, con las letras SKM. Hay muchísimas, aunque todavía no sabemos si se deben a motivos identitarios nacionalistas.

          El viaje comienza a hacerse interminable y los once últimos kilómetros, sencillamente, eternos. Cruzamos otras localidades, como Singtam, Ranipol y Tandog, donde la carretera se vuelve muy curva y ascendente. Los comercios muestran luces y rótulos despampanantes, no vistos en el resto de India. La llegada a Gantok, nos recuerda bastante a la de Katmandú. Hemos empleado seis horas y quince minutos para completar unos 115 kilómetros.

          Otra vez a caminar de noche y a afrontar algunos peligros como los días de Delhi y New Jalpaiguri. Al fin, tras veinte minutos caminando nos ponemos en nuestro hotel, con un check in muy largo y con un trato no muy adecuado. Cambiaremos de establecimiento al día siguiente.

¡Sikkim no es India!


 

Bazar de Gangtok


 

Templo, en Gangtok


 

sábado, 3 de febrero de 2024

Tortura diurna, llegada nocturna: un día más en la oficina (parte I)

           Las noches de New Jalpaiguri y de Siliguri las pasamos cerca de la estación de trenes, por lo que el pitido constante de los convoyes siguió resonando en nuestro cerebro, como si sun siguiéramos a bordo 

          Hay una constante, que últimamente y no solo en India, nos persigue: salgamos a la hora, que salgamos, siempre llegamos de noche, lo que supone una angustia tremenda al tratarse de lugares desconocidos, mal iluminados y rodeados de peligros. Lo fácil sería tomar un taxi o un autoricksaw, pero es, que la mayoría de las veces, no sabemos nuestro destino exacto,val no tener alojamiento reservado.

          Ineludiblemente, nos ha vuelto a ocurrir. Nos levantamos a las nueve menos cuarto, queriendo tomar el bus de las diez a Gantok. Nos han dicho, que son cinco horas, por lo que a las tres, estaremos en nuestro destino. ¿Porque somos tan ingenuos y nos seguimos creyendo, lo que ellos dicen que duran los viajes, si nunca se cumple? 

          La primera en la frente. No hay boletos, ni para el de las diez, ni el de las once, por lo que deberemos esperar hasta el de las once y media.

          El bus es viejo, cochambroso, poco espacioso y no tiene guarda equipajes, por lo que estos viajan arriba, en la baca. Los estrechos e incómodos butacas van numeradas, sí, pero una vez, que se llenan y en cada recoveco y parada van colocando nuevos pasajeros, por lo que el aforo, se duplica y más. Es imposible,cqyevlos pues no sé te duerman antes de la primera media hora de viaje.

          La primera alerta es, que salimos veinte minutos tarde. La segunda y más preocupante supone, que el mismo conductor y sus ayudantes, que son los que han hecho el recorrido opuesto,verde las seis de la mañana, serán los que nos transporten. ¡Doce horas de trabajo sin tregua, por las carreteras de las faldas del Himalaya.

          El atasco para salir de Siliguri es monumental y la maniobra nos cuesta más de media hora. Después, otros treinta minutos de vía muy transitada hasta, que se empieza a ascender por un na carretera de montaña con muchas curvas y en estado diverso: partes nuevas, partes medio derruidas y tramos en obras eternas, de tal forma que cuando los acaban, ya se han vuelto viejos los anteriores. Vamos tan enlatados que llevo a parte de una chica encima de las rodillas .

          El paisaje -bordeando el río Teesta, es bonito, aunque no espectacular y lo afea bastante la niebla. No conseguimos sacar  media de más de 20 kilómetros por hora, debido a los atascos intermitentes, a las reparaciones del firme y a que el bus para, para subir y bajar, cuando cualquiera lo pida. La parada es más larga si se debe bajar el equipaje por uno de los ayudantes, que seguro, desciende del mono. Sobre las dos de la tarde nos detenemos para comer en un socorrido restaurante de thalis, aunque la mayoría nos aferramos a los snacks y a los dulces. Y nosotros, a cada rato, recalculando el tiempo de trayecto y pidiendo a Dios, que por favor, lleguemos de día.

          Y eso, que pie primera vez, a través de Booking, hemos reservado un hotel en India y el camino no parece muy difícil para llegar a él.

De New Jalpaiguri a Siliguri: obteniendo los permisos para Sikkim

           Se nos olvidó comentar sobre el periplo en el tren, que después de pasado Patna y yendo al baño, el suelo de los vagones se había llenado de gente tumbada, que ocupaban toda la superficie, obligándote a pisarlos sin querer, al trasladarte. No llevaban ningún equipaje y tenían mala pinta, por lo que intuimos que eran mendigos, que huían del frío nocturno. Nunca habíamos visto algo similar y eso, que a lo largo de cinco viajes a India hemos cogido más de cincuenta sleepers. Por supuesto, en toda la noche -a diferencia de la anterior -, el revisor ni apareció.

          Pero bueno, que bajamos del tren, aunque nos empujaron -no sabemos, si intencionadamente -, cuando esté estaba frenando. Noche cerrada y frente a nosotros, una explanada sin asfaltar, llena de cacharros de todo tipo y solo con las pocas luces de los puestos. Pero, con nuestras tablas y algo de suerte, en una hora habíamos resuelto todos nuestros problemas, que eran tres. 

          El hotel: habitación básica, aunque aceptable, pero cara. Debimos buscar otra cosa, pero el agotamiento y la oscuridad de un sitio desconocido nos paralizaron.

          La cena: bandejas de rico y picante chow mein vegetal.

          La cerveza: preguntando, dimos con la tienda -no era fácil- y en menos de una hora, nos metimos para el cuerpo un litro de strong (8 grados).

          A las nueve, ya estábamos arriba, con buena temperatura. Habíamos visto anoche un bus urbano, a Siliguri. Preguntamos, pero como nadie nos supo explicar, tomamos un autoricksaw, que regateamos, desde 200 rupias, a 120. Nunca he visto a un tucktuckero más tranquilo y dando menos volantazos en mi vida así, el viaje fue casi de placer, a pesar del denso tráfico.

          Siliguri es una ciudad fea y caótica donde las haya, pero cuenta con una ventaja inesperada e impresionante: en un radio de doscientos metros cuadrados cuenta con la estación de tren, las dos de autobuses, la oficina de permisos para Sikkim, numerosos restaurantes, hoteles buenos y baratos -como el nuestro - y tres tiendas de cerveza y bebidas alcohólicas. ¡Quién da más!

          Siliguri es el mejor sitio para obtener los permisos para viajar, a Sikkim, porque el trámite se hace de una sola vez y no en dos, como ocurre en Darjeling. La oficina está dentro de la propia estación de SNT -autobuses a Sikkim - y tardamos menos de un cuarto de hora, atendidos por una amable chica de ojos bonitos. Ahora los dan para veinte días y no para quince. Son gratis y la documentación que se necesita es el pasaporte, una fotocopia del mismo y de la visa, una foto y el formulario.

          En India, no sabes nunca, por mucha experiencia, que tengas, lo que será fácil o difícil. De hecho, la sorprendente facilidad para obtener los permisos contrastó con la imposibilidad en todo el día de encontrar unos chapatis o una Cocacola mayor de 750 centilitros.

viernes, 2 de febrero de 2024

El tren del infierno (parte III)

           Paradas larguísimas en las estaciones del recorrido y eternas en medio de la nada, pero aún no somos conscientes de cuanto ha aumentado el retraso, porque no tenemos referencia del horario de paso,vsi no hubiera demora 

          A las 8 de la tarde llega el mayor bajón del viaje. De forma misteriosa -cosa muy habitual, en India -, aparece una conexión wifi abierta. Llevábamos todo el día trasteando, sin éxito. De las diez últimas horas, solo hemos avanzado seis, por lo que a las ocho de retardo anteriores, hemos sumado otras cuatro. Desesperación. Con estos datos, en vez de llegar a las previstas cuatro de la madrugada, lo haríamos a idéntica hora de la tarde. ¡Catastrófico! Si seguimos perdiendo tiempo, arribaremos de noche en un lugar desconocido. Nos resulta casi imposible mantener la calma.

          Al menos, la conexión inalámbrica nos permite subir los vídeos de ayer y de hoy, incluido uno del tren. Pero, tras hora y media la señal desaparece y no vuelve hasta las cuatro de la tarde del día siguiente. Hemos fotografiado de Indian Railways, las paradas oficiales, para tener referencia. 

          Poco a poco vamos asumiendo lo inasumible y recuperando la calma. ¡Que remedio! Y eso, que el entorno no ayuda, porque el pasaje está cada vez más alborotado. Normalmente, en sleper, la gente se acuesta sobre las ocho o las nueve de la noche. Ahora es medianoche y nadie duerme. Ni siquiera, el veterano padrazo. Los móviles cargan a ratos porque la electricidad va y viene, como la felicidad en India.

          A las dos de la mañana, nos dormimos una vez hemos pasado Patna, doce horas después de lo previsto. El tren lleva seis horas sin agua y la última meada del día se convierte en el momento más desagradable y vomitivo, dado que han defecado descompuesto fuera de los agujeros del baño.

          Dormimos como niños pequeños, hasta las once de la mañana, a pesar, de que nos han seguido taladrando el cerebro toda la noche con el chai -todos sus vendedores tienen la misma voz potente y ronca -, el biryani, los thalis, pineaple, pani, chana masala... Sorprendentemente, no hemos perdido un solo minuto en las últimas dieciséis horas y así seguirá la cosa, hasta las 13:30.

          En ese momento, nos levantamos a orinar y le digo a mi pareja: "ya verás, como al final, termina pasando algo". No pasaron ni cinco minutos, cuando el tren volvió a las andadas, sumando otras tres horas de retraso, hasta las quince. El viaje de 28 horas, se había convertido en 43.

          Al bajar al andén, el ambiente era más parecido a una secta inmolándose, que a un tren de pasajeros. Nuestras peores experiencias viajeras en el pasado habían sido por este orden, en Myanmar, Etiopía y Guatemala. Este viaje indio y con diferencia, se encarama a lo más alto del podium.

El tren del infierno (parte II)

           Pero, aún en un manicomio o basurero, como este tren, hay espacio para historias bonitas, que nos salpicaron como protagonistas secundarios. Y es, que pasado el mediodía y sin quererlo, nos convertimos en los Carlos Sobera del amor. A un asiático no indio tumbado en la litera de arriba se le cayeron las gafas sobre el espacio de nuestra cama de abajo y la del medio. Nos interrogó, pero su inglés era malísimo y no pudimos entenderlo. Minutos después, llegó una chica blanquita y muy mona, que se expresó bastante mejor. Revolviendo los bultos conseguimos encontrarlas. El resultado fue, que intimaron y pasaron parte del viaje juntos con afectuosas muestras de cariño, no dignas de un tren indio.

         A un lado de las literas el enamorado asiático y nosotros. Al otro, un indio melenudo y barbudo , que no dijo ni mu y un padre ya entrado en las vejez y su hijo, que llevaban siete maletas, llenando casi todo el espacio de sus alrededores, incluido el nuestro. El vástago se pasó todo el viaje con el móvil, sin ponerse los cascos, molestando bastante, a ratos. Su progenitor, durmió más de la mitad del viaje y cada acometida de sueño, venía detrás de una comida opípara -la suya y parte de la de su hijo - y de ingerir tabaco que mezclaba con una pasta blanca, haciendo bolas. Es la primera vez, que vemos esto.

          En las camas laterales, dos indios, que a pesar de su cercanía, se comunicaban a gritos y estaban bastante contentos, aunque -no podemos confirmarlo-, no les vimos meterse nada. Se acercó a hablar con nosotros, un amable joven indio -según mi pareja, muy guapo-, que nos preguntó por nuestros planes en el país y por los viajes anteriores. La verdad es, que socializó con casi todo el mundo.

          Visto lo visto y en nuestro entorno, nada de que preocuparse mucho. No, como hace siete años, en un tren entre Hyderabad y Delhi, cuando coincidimos con un hijo de puta de manual, que nos hizo el viaje bastante sufrido.

          Aparte del jaleo anterior, creciendo por los nervios y el hartazgo general a lo largo de toda la tarde, hay que añadir el griterío y el caos de las paradas en las estaciones, provocados por los viajeros, que suben y bajan -no siempre, civilizadamente -, y por los infinitos vendedores, que se asientan en las ventanillas vendiendo a voces su comida y bebida más barata, que la del interior procedente del restaurante.

Tras el fin de la pesadilla, llegamos a Siliguri