Tres de Bishkek y cinco, de Naryn (Kirguistån)
"Sin wifi no puedo estar, wifi, wifi...Sin wifi no puedo mas, con tu router, con el mío..." Versionando, libremente, está canción de Reincidentes, estamos constatando, dura n e primeros días, en Kirguistán, que resulta complicado encontrar una conexión inalámbrica en la mayoría de hoteles económicos o lugares públicos.
No ha sido el único inconveniente en estos últimos tiempos. Nuestro primer viaje en autobús por el país resultó algo complejo. Los kirguisos, parece que odian las corrientes y el aire acondicionado, por lo que los buses van herméticamente cerrados y nos hemos asfixiado, durante las 6,20 horas, que ha durado el nocturno y trepidante viaje, a Naryn.
Al bajar, aún nos esperaba algo peor. Sin ninguna explicación, nos dejan tirados en medio de la nada, junto a una inhóspita gasolinera. Medio dormidos y aturdidos, ni siquiera tenemos fuerzas para ponernos nerviosos, porque nos vemos tan vendidos, que no sabemos por dónde empezar a funcionar.
De momento, quietos, porque son las cuatro y media de la madrugada y sin luz, no queremos terminar en el fondo de uno de los frecuentes fosos o alcantarillas sin tapadera, además de las zonas de asfalto traicionero, tan típicas de este país. Pero, debemos empezar a caminar, al menos en círculos, porque el intenso frío de esta zona -más de 2.000 metros de altitud- nos hiela los huesos y la sangre.
El empleado de la estación de servicio dormita y solo se compone, cuando llegan los escasos clientes. Un camionero, nos ofrece transporte, a Bishkek, pagando, claro. Un conductor particular, transporte y alojamiento. Taxistas, también hay, aunque nada desaprensivos. Menos mal, que parecen buena gente, porque nos hallamos inermes.
Tras dos intensas y gélidas horas, amanece y nos ponemos en marcha, sin rumbo, lo cual nos hace acabar en unas preciosas, majestuosas y antiguas tumbas, que se encuentran en una de las laderas de estas montañas, que forman el cañón, dónde se ubica está tranquila ciudad. No vienen ni en la Lonely, lo cual dice mucho de esta editorial, a la baja, cada vez más.
Naryn no es una joya al uso, pero si resulta una localidad muy acogedora a pesar de sus fosos y zanjas. No sólo, porque desde aquí se pueden realizar excursiones al caravasar Tash Rabat, trekkings o circuitos al lago, sino por su trepidante bazar, el entorno de su río, su vida cotidiana y sus estudiantes, la mezquita de azulejos y sus montañas escarpadas, llenas de nieve a finales del verano.
Aquí, son tan originales, que han inventado el hotel sin ducha -ya lo conocíamos de Marruecos- y con cagadero sin puerta. Así, para que hagas tus necesidades de forma pública, como en la antigua Roma. O como alternativa, en una bolsa de plástico, dentro de tu habitación. En el super cercano y algo desabastecido, te las dan muy grandes.
"Sin wifi no puedo estar, wifi, wifi...Sin wifi no puedo mas, con tu router, con el mío..." Versionando, libremente, está canción de Reincidentes, estamos constatando, dura n e primeros días, en Kirguistán, que resulta complicado encontrar una conexión inalámbrica en la mayoría de hoteles económicos o lugares públicos.
No ha sido el único inconveniente en estos últimos tiempos. Nuestro primer viaje en autobús por el país resultó algo complejo. Los kirguisos, parece que odian las corrientes y el aire acondicionado, por lo que los buses van herméticamente cerrados y nos hemos asfixiado, durante las 6,20 horas, que ha durado el nocturno y trepidante viaje, a Naryn.
Al bajar, aún nos esperaba algo peor. Sin ninguna explicación, nos dejan tirados en medio de la nada, junto a una inhóspita gasolinera. Medio dormidos y aturdidos, ni siquiera tenemos fuerzas para ponernos nerviosos, porque nos vemos tan vendidos, que no sabemos por dónde empezar a funcionar.
De momento, quietos, porque son las cuatro y media de la madrugada y sin luz, no queremos terminar en el fondo de uno de los frecuentes fosos o alcantarillas sin tapadera, además de las zonas de asfalto traicionero, tan típicas de este país. Pero, debemos empezar a caminar, al menos en círculos, porque el intenso frío de esta zona -más de 2.000 metros de altitud- nos hiela los huesos y la sangre.
El empleado de la estación de servicio dormita y solo se compone, cuando llegan los escasos clientes. Un camionero, nos ofrece transporte, a Bishkek, pagando, claro. Un conductor particular, transporte y alojamiento. Taxistas, también hay, aunque nada desaprensivos. Menos mal, que parecen buena gente, porque nos hallamos inermes.
Tras dos intensas y gélidas horas, amanece y nos ponemos en marcha, sin rumbo, lo cual nos hace acabar en unas preciosas, majestuosas y antiguas tumbas, que se encuentran en una de las laderas de estas montañas, que forman el cañón, dónde se ubica está tranquila ciudad. No vienen ni en la Lonely, lo cual dice mucho de esta editorial, a la baja, cada vez más.
Naryn no es una joya al uso, pero si resulta una localidad muy acogedora a pesar de sus fosos y zanjas. No sólo, porque desde aquí se pueden realizar excursiones al caravasar Tash Rabat, trekkings o circuitos al lago, sino por su trepidante bazar, el entorno de su río, su vida cotidiana y sus estudiantes, la mezquita de azulejos y sus montañas escarpadas, llenas de nieve a finales del verano.
Aquí, son tan originales, que han inventado el hotel sin ducha -ya lo conocíamos de Marruecos- y con cagadero sin puerta. Así, para que hagas tus necesidades de forma pública, como en la antigua Roma. O como alternativa, en una bolsa de plástico, dentro de tu habitación. En el super cercano y algo desabastecido, te las dan muy grandes.