Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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domingo, 8 de octubre de 2017

Tras dos meses y medio de andadura, primer balance de este séptimo viaje largo

                                      Todas las fotos de este post son, de Kullu (India)
          Llegamos casi a los dos meses y medio de viaje y es hora de echar la vista atrás, del que será seguro, nuestro último viaje largo, por varios motivos: no soportamos por tanto tiempo; el ritmo frenético, que nos autoimponemos y del cual no somos capaces de escapar; cada vez llevamos peor lo de encadenar noches sin dormir en cortos periodos de tiempo:-de 73 días, diez las hemos pasado en autobuses, tres en el aeropuerto KLIA 2, dos en trenes, dos en estaciones, dos en aviones y dos en la calle -menos mal, que era Japón-, siendo el total, 21; ya no nos quedan tantos países por conocer, para poder hilar un recorrido lógico y atractivo y también, por último, porque vamos cumpliendo una cierta edad, aunque esto y gracias a nuestra buena forma física y estado de salud, resulta lo menos problemático.
       
          Y eso -y a pesar del pánico de las tarjetas SIM, del que ya han transcurrido dos meses-, que el balance de esta ya dilatada experiencia, está resultando, claramente, muy positivo.

          Japón nos fascinó y según van pasando las semanas, aún le cogemos más cariño a este país tan amistoso y barato. A pesar de ser nuestra ciudad favorita de Asia, en Bangkok no pasamos nuestros mejores días, algo que nunca hubiéramos imaginado, pero sí, en Phuket. También eramos reticentes a visitar el este de Malasia, que tuvimos que ampliar, a Borneo, para poder hacer tiempo por el tema de las tarjetas, mientras buscábamos una solución. Y, salimos encantados de este plan, sobre todo con Bandar Seri Begawan y Kuching.

          También hemos sacado una conclusión: no volveremos al sudeste asiático jamás, a no ser, que uno de sus aeropuertos nos hagan de conexión a otro destino. A estas alturas, con esta premisa, solo nos queda Oceanía, el gran revés de este viaje, que nos dará opción a una nueva aventura, probablemente, a mediados del año venidero.

          Y, con India -donde ya cumplimos tres semanas, y casi seis meses en total-, ocurre lo mismo. El primer viaje resultó fascinante en todos los extremos, sin apenas reparos, a pesar del ímprobo esfuerzo. El segundo fue, el del calor asfixiante, el de las dudas de si haber vuelto fue lo mejor y el del descubrimiento de sitios más remotos,no muy familiares para la mayoría de viajeros.

          En el tercero, estamos visitando lugares donde ya estuvimos, pero poco tiempo y otros, ya desperdigados o lejanos, sin muchos contratiempos, más allá de los que generan los autobuses estatales, sus peculiaridades, su incomodidad y su no reserva. Viajamos tranquilos, abusamos de nuestra experiencia a la hora de comer y beber y buscamos, cada vez más, la montaña, el fresquito y los cascos peatonales del noroeste del país.

          Ya no hay casi emociones escarpadas y de las que surgen y leves, predominan las negativas, fundamentalmente dos: no podemos con el tráfico rodado, ni con la mala educación y el salvajismo de los indios, aunque ninguna de las dos cosas es nueva, cclaro. Nos gustaría acabar este viaje en una playa de cualquier parte, pero todavía no veo formula, y mucho menos, antes de ver que todavía, nos falta Ladakh, Jammu y Cachemira y si, finalmente, nos esforzamos, Darjeeling y Sikkim.

          En la jornada de hoy, hemos disfrutado de Kullu, con su caro y entretenido bazar peatonal, el entrañable barrio del templo y su río serpenteante, en cuya margen explotan sus puestos los fruteros. Al menos, durante esta jornada no hemos visto monos (que sí momos, pero a unos precios desorbitados, como toda la comida aquí).

miércoles, 4 de octubre de 2017

Una e-visa algo analógica

                                                      Todas las fotos de este post son, de Melaka (Malasia)
          Desde hace más de una semana, el día 12 de agosto era largamente esperado. Una vez resueltos los trámites de la visa on-line y comprados los vuelos -con la colaboración de mi padre y su móvil, para confirmar el código-, ya solo faltaba dejar pasar los días para nuestro tercer viaje, a India.

          Pero, antes y después del magnifico y caluroso día en Melaka, había que pasar la jornada del 11 de agosto. Nos levantamos con mucha pereza, después de dormir en el mejor colchón -y probablemente, habitación- del viaje, con permiso del de Kyoto y nos sentimos cobardes y un poco a la expectativa de lo que nos deparará este día. No solo por dejar nuestro nido de aire acondicionado, sino -en el mejor de los casos- por superar la rutina de esta jornada. ¡Con lo bien que estamos aquí y las cosas, que nos quedan por hacer!. Por ejemplo, hoy, habríamos caminado por el circuito peatonal de 6,2 kilómetros, junto al río río y disfrutado del mercado nocturno del fin de semana. Pero, ¡no podrá ser!.

          Primeras contrariedades menores, que quiebran nuestra vagancia: el bus local a la estación es circular y lo que ayer fueron diez minutos de trayecto, hoy son cincuenta y cinco y después, el interurbano de las 15:00 horas, va lleno, por lo que debemos tomar el de las 16:00, a Seremban. De ahí, sin pasar por Kuala Lumpur, iremos al aeropuerto (KLIA2, para variar).

          Como vamos con tiempo, podemos hasta disfrutar de esta amable localidad (como casi todas, si sólo estas un par de horas y a pesar de la incesante lluvia).

          Prevemos dos posibles problemas. El primero, no nos preocupa mucho: hemos reservado el vuelo con un solo apellido y esperamos, que no nos rechacen en el embarque. Es improbable, dado que ya lo hicimos otras veces -en más de medio mundo, la gente tiene un solo apellido- y fue bien.

          El segundo, aunque baladí, nos resulta terrorífico. Por falta de cibers -ya no hay en casi ninguna parte del planeta-, no tenemos impresas las visas de la India. Se podría pensar: ningún problema, ya que es e-visa y evita trámites analógicos. Sí, pero nosotros conocemos el país, donde te hacen rellenar un formulario, hasta para probar gratuitamente, un vasito de zumo de melocotón en un supermercado y no nos fiamos.

          Acertamos. La arisca mujer del check-in, de Air Asia, nos informa del problema. Pero como siempre, en el tercer mundo,hay soluciones para todo. Ya, ni nos sorprendemos, aunque sí nos enfadamos. Resulta, que dos niveles más abajo -KLIA2 tiene cuatro-, sobrevive un recinto llamado Plaza Premiun Lounge, donde a las cuatro de la madrugada, encorbatados y sirvientes trabajadores, te imprimen los dos visados -por tan solo 1,20€- y con un ceremonial tremendo, que a veces te da risa, otras, ganas de llorar y las más, ataques de ira.

          Pero, lo más gordo e imprevisto, que nos sucedió, entre todo el jaleo del embarque, fue, que durante más de dos histéricos minutos, tuvimos fuera de nuestro control, un paquetito de 750€ de mi bolsillo interior -dos meses de vivir, en la India-, que finalmente recuperamos.

        Por lo demás, la visa on line, es un acierto. La haces desde cualquier parte del mundo en tan solo un día, pagas menos, que antes y tardas diez minutos en obtenerla al llegar al destino. Y, hubieran sido solo cinco, si mi pareja, no hubiera puesto un hotel de Delhi en la tarjeta de inmigración, cuando en realidad, nuestra ciudad de entrada, fue Chennai.


          Eso sí, para llamarla on-line, resulta cutre. Te esperas un dispositivo, que te facilite una bonita y moderna pegatina con siete códigos de barras y tres marcas de agua y resulta, que lo que te ponen, es el sello zarrapastroso de toda la vida con los datos a mano. Previamente, te han hecho una foto y te han machacado los diez dedos de las manos -por turnos- en un visor digital. Los debe de haber muy guarros, porque al lado, muestran un bote de jabón para lavarse las manos.

martes, 3 de octubre de 2017

Huyendo, de Kuala Lumpur, redescubrimos, Melaka

                                                                Esta y la de abajo son, de Kuala Lumpur
           Nuestra segunda visita, a Kuala Lumpur, la sobrellevamos un poco mejor. Llueve y hace mejor tiempo, que la otra vez, pero esta ciudad no tiene alma, entre las diversas obras y que todo está muy desperdigado. Si quieres comer decentemente, encontrar un hotel no muy malo, informarte sobre horarios de trenes o buses o sobre atractivos turísticos, tienes que dispersar tus pasos, coger un taxi o echarle imaginación, que ya no nos queda , para esta ciudad.

          Al margen, el barrio de Chinatown, de Kuala Lumpur, es de los que menos nos gustan de Asia y cada vez, lo vemos más decadente y abandonado.

          Por problemas logísticos importantes -básicamente, por la mala climatología y por no saber los horarios de los buses, que salen de la nueva estación, que esta muy lejos-, decidimos cancelar con mucho dolor, nuestro periplo por las Higlands .
Esta y la de abajo son, de Port Dickson (Malasia) 
          La incertidumbre nos embarga y lo único, que nos consuela es, pasear por el autentico Little India, junto a la estación de trenes.. Como ya he dicho muchas veces, hay pequeñas indias mucho más acogedoras y atracticas, que la grande

          Queríamos, a toda costa, haberlo evitado, pero toca dormir, en Kuala Lumpur y después de 17 días de gloria, lo haremos sin aire acondicionado. En la minúscula y decadente habitación, preparamos un plan de emergencia, que tiene más agujeros que un queso de gruyere. No por la complicación, sino por tener que ir de bus en bus, durante tres días.

          Port Dickson es un sitio raro, pero al menos en media hora y andando, te permite encontrar un hotel decente, un buen plato de comida y un bus, que te lleve a la playa, atravesando la hilera de grandes resorts: no sabemos, si funcionan, si están vacíos, abandonados o a medio construir.

          La playa -tipo charco, como algunas de esta zona, cuando baja la marea-, creó entre los lugareños más expectativas de la cuenta y aún no estando mal del todo, hoy, en pleno agosto y aunque hay puestos de flotadores, crema bronceadora, bañadores y algún supermercado, se encuentra vacía, para variar. Solo los cangrejos abarrotan la orilla, viviendo a sus anchas, sin bañistas, que les pisen sus cuevas excavadas en la arena. Un poco más allá, se halla el waterfront, que es muy discreto y la orilla resulta desastrosa. Lástima, porque el parque, que se ubica al lado, resulta bastante agradable.
Estas tres son, de Melaka (Malasia)
          Por lo demás, parece una cuidad fantasma, llena de restaurantes, Seven Eleven, centros comerciales -algunos en eterna construcción-, todos vacíos o cerrados, como si hubiera caído una bomba neutrónica y solo hubieran sobrevivido los moradores del Macdonald's (entre los que nos encontramos, comiendo helados).

          Creo, que para un día merece la pena haber venido hasta aquí, porque es el único sitio de Malasia, donde no hemos escuchado el “Despacito” y la canción del verano, de moda aquí, que dicho sea de paso, resulta muy pegadiza. Mañana, aunque con dudas, partiremos hacia la cercana, Melaka,

          En esta cuidad ya estuvimos en 2008, un mes después de que fuera proclamada como Patrimonio de la Humanidad. Aunque el verdadero Heritage de este lugar, lo tienen los maleducados conductores, los motoristas, los fosos, la falta de aceras...


          Sin embargo, nos hemos quedado sin palabras al redescubrirla, ya que casi no recordábamos nada y nos hemos empezado a preocupar por nuestra falta de memoria. El calor aprieta y los nervios más, a pocas horas de dejar este país, con el que nos hemos redimido y arribar a nuestra queriodiada, India.  

¡Adiós, a Kuching, con mucha pena!

                                                                Todas las fotos de este post son, de Kuching
          Somos – o soy, más bien- personas tan exigentes, que para nosotros un día perdido en u viaje largo, resulta un pequeño drama. No porque nos diera pereza ir a algún sitio -a veces sí, si es algo caro y cuestionable-, sino porque no soportamos ni por asomo, estar relajados o contemplando las musarañas. Parece, que pretendiéramos, que los asuntos incómodos, se resolvieran solos -vuelos, visados, largas esperas...- y nosotros, dedicarnos solo a ver y caminar.


          Ayer, fue un día de esos tontos, pero benditas tonterías. No hicimos nada de nada y como frustración de este viaje -no creo, que dure más de veinticuatro horas-, fue no ir al Parque Nacional Semenggoh, donde cuidan a los orangutanes y se puede ir a las horas en que les dan de comer. Pero, a cambio, entre nervios, documentaciones y reposo, arreglamos nuestros siguientes pasos.


          Una vez, que nos han confirmado la visa on-line, de India, en menos de 24 horas, decidimos y tras buscar vuelos, que otra vez toca ir al sur, a Chennai, a pasar calor. Pero, las ventajas son dos: se trata del vuelo más barato con diferencia y podremos cumplir nuestro sueño de volver, a Hampi, sin prisa -que raro en nosotros- y de camino, visitar los pletóricos templos, de Belur y Halebib.


          También, resolvimos, a priori, otro tema importante, como es el de apurar nuestros días en Malasia, sin pasar demasiado tiempo en Kuala Lumpur. Las Higlands, fresquitas y llenas de plantaciones de té, granjas de mariposas, fresas, abejas... y numerosos senderos selváticos, serán nuestro destino, fuera de la masificada capital. Hemos leído, que hay que evitar el sendero 9 y el 9A, donde los perros te atacan sin más miramientos o donde te sale un señor con un enorme cuchillo y no muy buenas intenciones (no es coña).

          En un plis plas y superado el problema de las tarjetas SIM, reservamos en apenas quince minutos y con la inestimable colaboración de mi padre, el vuelo para Madrás. Antes y con nervios, nos habíamos reinventado, una vez más, haciendo un extraordinario circuito solitario, desde la colosal mezquita y por el serpenteante río, a través de atractivos kampongs y acompañados a lo lejos por pescadores -con sus barquitas desde las que lanzan varias cañas, a la vez-, de los cruceros de guiris, de magnificas vistas de los monumentos locales y al final, de la impenetrable y frondosa selva. ¡Esta ciudad nos vuelve locos!.


          Sino hay novedad, mañana al anochecer volaremos, de retorno, a Kuala Lumpur.  

Kuching, la joya de Malasia

                                        Todas las fotos de este post son, de Kuching (Borneo, Malasia)
          Kuching es, sin lugar a dudas, la ciudad más bonita de Malasia y hasta poco más de dos semanas atrás, no teníamos noticia de su existencia. Además de ofrecer enormes atractivos a ambos lados del río -en uno de ellos, el bien acondicionado paseo fluvial, presenta un vibrante mercado nocturno-, cuenta con unos cuantos parques nacionales, donde hacer trekking, ver comer a orangutanes o encontrar la flor más grande del mundo, a una distancia prudencial de la ciudad, normalmente, accesible en transporte público. ¡Para quedarse una semana entera, sin problemas!


          Chinatown, la calle de la India -donde salvo un infecto y caro restaurante, no hay nada que recuerde a este país-, los numerosos edificios coloniales, los mercados, el centro cívico, el enorme y cercano parque del lago, te hacen convencer, además del tranquilo tráfico y los semáforos, de que no estás en Malasia. Apenas hay basura por la calle, aunque los eternos fosos -que cada día, veo más anchos y profundos- y el olor a humedad dulce, sí que siguen omnipresentes.


          La oferta hotelera resulta cara, aunque muy amplia y la gastronómica muy repetitiva, al estilo de todo el país, pero más exagerado. Diríamos, que Kuching y para presupuestos ajustados -para los holgados, poco más, aunque en lugares más elegantes- es el paraíso de los noodles cocidos instantáneos. Mal asunto, sobre todo, cuando apenas existen salvadores puestos callejeros de fritanga, salchichas o espaguetis fritos con verduras.

          Como anécdota, en una multitudinaria celebración, que estuvieron preparando todo el día, junto al río, el menú resultó ser: noodles cocidos con verduras, arroz con pollo, sandía, plátanos y el apestoso dulce de colores típico de aquí, al que no hay quién le hinque el diente (y eso, que es blandito).


          En la actualidad, y estando bastante avanzado, están construyendo un puente peatonal, que comunique ambas orillas del río y una mezquita, que van a dar aún más vistosidad, a este entretenido y tranquilo paseo fluvial.

          Nos cuesta entender -aunque barruntamos la respuesta- como el pan de molde, las sopas, las cuchillas de afeitar o el alcohol, pueden costar más del doble en un supermercado, que en una pequeña tienda de 24 horas.

          Y, eso, de que los chinos trabajan a destajo -como susodichos-, resulta un puro mito. Estamos comprobando, a lo largo del continente, que no madrugan mucho a la hora de abrir y que a las cinco, como muy tarde, ya están cerrando. Debe ser, que a Europa exportan a los más laboriosos, como campaña de imagen, como cuando nos mandaban a España a los rubios alemanes y ellos se quedaban con los morenos, que son la amplia mayoría.

          Estamos a punto de cumplir 50 días de viaje y seguimos tan felices.

lunes, 2 de octubre de 2017

Resuelto el problema de las tarjetas SIM

                                             Todas las fotos de este post son, de Kuching (Borneo, Malasia)
          Hoy, cuatro de agosto -nuestra tercera jornada, en la maravillosa Kuching-, lo hemos declarado día sin wi-fi y nos hemos negado a encender el teléfono. Pase lo que pase, nada podremos hacer desde aquí, así que mejor, pasar el día ajenos al mundo, como hacíamos en los viajes largos -y en los cortos- hasta no hace demasiado.

          Y, es que ayer, día 46 del viaje, fue internéticamente muy complicado, aunque altamente productivo, después de las gestiones desde un ciber local y desde la propia habitación. Parece ser, que nuestros problemas de verificación de compras de webs o visas en la red, iniciados el día 18 de viaje, han llegado a su fin.

           Recopilamos la historia, brevemente. El 6 de julio y al despertar en Bangkok, la batería de mi teléfono aparece hecha una pastilla deforme de plastilína. Al atardecer de ese mismo día, por motivos aún inexplicables y al introducir mi tarjeta en el móvil de mi pareja, dejan de funcionar las dos SIM.

          Aunque la solución, como luego veremos era la del huevo de Colón, costó una semana encontrarla. Primero, tratas de buscar explicación, algo sin sentido, dado que nuestros teléfonos son libres. Después, te empiezas a poner en contacto con tus posibles salvadores: operadoras, bancos, familia... Y, descubres, en los tres casos, que les cuesta entender el problema y creen que lo que pasa es, que no tienes dinero.

          Tanto los bancarios, como los telefónicos, te remiten al número dee de atención al cliente, alegando, que ellos no tienen responsabilidad ninguna. Desesperados, reiniciamos el único teléfono vivo, que nos quedaba, a sabiendas, de que sino funciona la maniobra, vamos a perder whatsapp -nos pasó hace tres años en el sur de la India- y el resto de apps de chats. Así ocurre. A partir de entonces, a funcionar solo con el correo electrónico, como en los viejos tiempos.

          Un par de días después, aparece un clavo ardiendo, al que agarrarse. Inesperadamente y donde menos esperábamos -Hat Yai-, aparece una agencia física de Air Asia -pago normal con tarjeta de crédito-, que nos permite tomar aliento y ganar un par de semanas, visitando Borneo y Brunei.

          Y, viendo el panorama, comienzas a relajarte y caes en la sencilla cuenta ¿Y si escribo a mi gestora de Bankia y le digo que cambie mi teléfono de verificación por el de mi padre y luego él, me manda los códigos por e-mail, aprovechando un buen wifi? Mano de santo.

          Tras un agónico y expectante intento fallido, ayer conseguimos verificar con este sistema, el pago de las dos visas de India y mañana, trataremos de hacer lo mismo con los vuelos, a Madras, donde pretendemos recalar en unos ocho odiez días.


          Han sido 28 días de diferentes estados de ánimo, pero, en cualquier caso, que el mayor problema del viaje sea este.