¡Qué tiempos aquellos, cuando no viajaba casi nadie, debido a la pandemia y conseguimos dormir en el centro de Madrid, en pleno mes de agosto de 2020, por tan sólo diecisiete euros, la habitación doble!
Las cosas han cambiado mucho, desde entonces. Si es cierto, que durante la mayoría de días de diario, alguna víspera de festivo e incluso, en Nochebuena y Navidad, hemos logrado pernoctar en la almendra central de la capital, por unos treinta euros o menos. Pero, durante los fines de semana y como ocurre en muchas ciudades turísticas del mundo, la cosa se desboca. Para encontrar alcobas entre los cuarenta y los cincuenta euros, debes aceptar canas en habitaciones compartidas -a veces, muy alejadas - y opciones en pueblos de diversos tamaños, a más de 20 o 30 kilómetros de Madrid. Las posibilidades más céntricas no bajan de los sesenta euros para dos personas y de ahí para arriba, lo que quieras.
Aunque, afortunadamente, nuestra situación económica está muy saneada, nos negamos a pagar esas cifras, un fin de semana, tras otro, por lo que hemos tenido, que optar por otras alternativas para pasar la noche.
Salir de fiesta es una de ellas, aunque como te pases de frenada, te gastas más en los bares, que en el propio hotel. Tomar copas en Malasaña -entre seis y nueve euros la unidad - nos resulta muy agradable, aunque seamos los más viejos del local, por una veintena de años con los siguientes. Ninguna de las camareras de los garitos había nacido, cuando nosotros íbamos por allí, a finales de los años ochenta. Como ventajas, buena música y mejor ambiente. Como desventajas, los locales cierran pronto -en torno a las tres y media de la madrugada -, hay muchas colas en las puertas y los precios de las bebidas sin caros.
A las cinco de la mañana abren sus puertas las líneas de cercanías. Unas veces optamos, por dormir un par de horas en alguna de ellas y seguir el día en la capital, con normalidad y otras, por tomar el primer tren de media distancia de vuelta, a Valladolid.
La otra es pasar la noche en el aeropuerto. Estamos tan acostumbrados a dormir en estos lugares, no sólo en Madrid, que lo hemos normalizado de manera muy natural y nada perezosa. En Australia, incluso, usamos las estaciones de trenes y de autobuses, cuando apretaban los precios de los hoteles ( en España cierran de madrugada).
Empezamos yendo a la terminal 4, pero allí pasan la noche bastantes mendigos organizados en mafias con la pasividad de los servicios de seguridad. Así, que ya hace tiempo, que vamos a la 1, donde predominan los pasajeros de vuelos tempraneros de las compañías de bajo coste. Calor en invierno, vigilancia, wifi gratis y poderoso y ni siquiera te levantan a las siete de la mañana, como en la T4. De esta manera y gracias también al bono gratuito de RENFE, hemos inaugurado la modalidad de viajes a ciste cero.
Pasamos tantas horas por las calles de Madrid, durante los fines de semana, que no son infrecuentes las situaciones divertidas, desagradables o surrealistas. En los alrededores del Carrefour de Lavapiés, que abre las veinticuatro horas, pululan numerosos puntillas, durante el día y la noche. Nunca hemos tenido problemas con ellos, pero sí, con una clienta joven, que aguardaban en una larga cola del supermercado, detrás de nosotros.
Como si fuera la CEO de Microsoft o la creadora de Instagram, va y nos espera: " no sé, porque pegas tanto los ojos a la pantalla del móvil. Se puede agrandar la letra". Y eso, así, sin que nadie le hubiera dado vela en ese entierro. Tras una discusión absurda y acalorada, en la que le recriminamos, que nos trate, como a gilipollas y le recomendamos, que se meta en sus cosas, ella nos responde, que nuestra actitud es inmoral -cómete esa- y lo termina arreglando, diciendo: "no, os lo he dicho, porque a las personas mayores os cuesta mucho ver las pantallas". La único, que se me ocurrió esperarle fue: " mira, gorda no estás, pero eres muy fea" ( no lo era). Sorprendentemente, asintió y al fin, se calló.