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lunes, 25 de noviembre de 2024

Primer día, en Tafraoute

           Nos despertaron los cánticos de la mezquita, pero no a las cinco de la mañana, como es costumbre, sino a las siete. Pensamos, irónicamente, que se habría quedado dormido el muecín.

          Cuando partimos para Tiznit, aún era de noche. Autobús regular, pero suficiente para seguir dormitando. Al fin y al cabo este recorrido es un clásico para nosotros.

          En diez minutos y tras llenarse rápido, partimos para Tafraoute en taxi compartido. Tres hombres, tres mujeres y el conductor. A la salida contemplamos un severo accidente: un coche destrozado, otros dañados, mujeres por el suelo, dos vehículos parados y un camión de bombonas de butano. No había llegado aún, ni la policía, ni la ambulancia, aunque nos cruzamos con esta última.

          El paisaje está lleno de curvas y de montañas. Es bonito, pero el trazado resulta incómodo y mal mantenido. Antes de llegar, dejamos al lado la carretera de los valles de Ameln y sus palmerales. A la entrada de la ciudad, hay numerosas obras en la vía, sin que nadie esté trabajando en ellas. Al menos, el conductor ha sido mucho más prudente, que el que nos trajo hasta aquí, en 2010.

          Nos alojamos por catorce euros en un hotel con piscina y buena habitación, después de regatear. Desdeñamos el de la vez anterior y por la tarde, nos arrepentimos. Cambiamos dinero a buena tasa.

          Tafraoute, sin mucho interés en el casco urbano, debe ser explorado en ambas direcciones de la carretera y hoy hemos optado -dejando las rocas azules para mañana-, por volver hacia Agadir. Tras centenares de metros de acera, empiezan a salir numerosas pistas a los lados, donde se divisan las montañas con fascinantes colores ocres y caprichosas formaciones. Nosotros elegimos recorrer un par de ellas a la vuelta.

          Seguimos la carretera caminando, en una excursión, que se puede hacer en bicicleta, aunque hay mucha gravilla. El paisaje es de aldeas sin actividad, palmeras, algunas ruinas y las espectaculares cumbres, hasta llegar al fantástico Aday Tafraoute.

          La mañana había empezado ventosa y calurosa. Al llegar a Tafraoute, teníamos trece grados menos que ayer. Y por la tarde, nos comieron las moscas, tan vorazmente, como en nuestro último viaje, a India. Anocheciendo, encontramos una pared, donde alguien había pintado: "visca el Barça". Pero otro hincha lo había tachado para escribir: "hala Madrid" ¡Esto es Marruecos!

Por tercera vez en este año, en Inezgane

           El vuelo de Ryanair, a Agadir, salió y llegó puntual, aunque con poco pasaje, por lo que pudimos sentarnos juntos, aunque caímos rendidos, después de la noche regular en Barajas, donde habíamos pasado algo de frío.

          Al aterrizar, poco después del mediodía, nos sobrecogió la esperada ola de calor: 34 grados, cuando habíamos dejado  Madrid, a 10.

          Se cumplieron de lleno nuestros malos augurios y el bus 37 del aeropuerto -5,5 dirhams- no circula los domingos. La alternativa, el ALSA caro, que cuesta 50 o un taxi. Como otras veces, nos pusimos a andar a ver, que pasaba. Nos separaban 15 kilómetros de Inezgane. La suerte estuvo de nuestra parte y a los diez minutos paró un coche con dos amigos y nos llevaron gratis. ¡Menos mal, porque solo llevábamos medio litro de agua y nada de comida!

          Lo que menos nos gusta de Inezgane es su caótica estación de autobuses y que pululan por la ciudad muchos pedigüeños, algunos  muy agresivos. Lo que más, contar con un hotel barato -aqui y en Agadir son caros -, los platos de pescado y mariscos variados y frescos -a 25 dirhams- y los polos de hielo o leche a un dirham, de una tienda que vende de casi todo.

          Como no teníamos ganas de ir a Agadir -ni en bus ni andando-, le preguntamos a su dueño, donde podíamos comprar cerveza (el alcohol lo traemos de casa y del aeropuerto) y nos indicó el Atacadao, un supermercado, que está camino del Marjan, a unos dos kilómetros.

          El super es grande, aunque parece más un almacén. En él ni rastro de alcohol. Tuvimos que preguntar, para descubrir, que la mercancía etílica se ubica en otro almacén al lado. Lo han disfrazado tanto, para ocultarlo, que más bien parece un búnker militar. Lo que si lo delata todo, son las decenas de marroquíes -todos hombres-, que van corriendo alocadamente para adelantar sus dosis ( no hay guiris).

          Lo peor y como siempre en el sur de Marruecos, el transporte: caro y escaso. Solo un bus directo, a Tafraoute y en un horario malísimo. Otro, a Tiznit, con madrugón  incluido y después taxi compartido de dos horas. También, nos han dicho, que no existe autobús directo entre Tafraoute y Taroudant, proponiéndonos un plan inverosímil, por lo que no sabemos, como nos buscaremos la vida para este tramo. O quizás, lo cambiemos por Sidi Ifni.

          El dinero se nos escapa, porque el dirham está cada vez más fuerte.

Tafraoute (VI)