Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Disfrutando de Yerevan y de nuestros nuevos amigos

Todas las fotos de este post son de Yerevan, menos las tres últimas, que pertenecen a Echmiadzin, cercano a esta ciudad
             Nos citamos con Romualdo y Patricio para el día siguiente. Como ellos sí disponen de guía –aunque antigua-, nos sacan ventaja y nos descubren el maravilloso mercado de fin de semana , donde se comercia con artesanía, ropa, alfombras, objetos religiosos y casi todo lo que pueda atraer a lugareños y a turistas (escasos, pero bastante visibles).

            Paseando por esta zona y sin decidirnos a comprar nada, nos topamos con un uruguayo y un argentino, ambos de origen armenio, que se han sobresaltado y nos han entrado, como saltando de un resorte, al oírme comentar a Romu, que deberían de empezar a cicatrizar las heridas del genocidio, que acabó con un millón y medio de armenios, hace casi un siglo, por culpa de los otomanes. Ellos, aunque de forma no expresa, no parecen estar tan de acuerdo

De todas formas y últimamente, cada vez que conversas con un no español, la conversación acaba siempre derivando al mismo sitio: lo mal que están las cosas en nuestro país. Y, nos miran con cara de circunstancias y casi, de penita. Si va a costar levantar la situación económica, aún más nuestra imagen internacional. Hay en telediarios, que priorizan una pequeña manifestación del 15 M, por encima de la guerra de Siria.

            Como no podemos permitirnos, tomar algo en el hotel Marriot o en los restaurantes de la calle peatonal, seducimos a Romu y a Patri, para ir al supermercado y comprar cervezas y snacks, que consumimos en la calle (lo que en Armenia, no es ningún problema). Empezamos con el botellón a los quince y aún seguimos, ya bien pasados los cuarenta.

Se asombran, al ver una enorme estantería de quince metros de largo y seis baldas de alto, llena de botellas de vodka, de todos los tamaños, marcas y variedades. Además, existen unas cuantas islas y cabeceras de otros alcoholes, sobre todo brandy (hay una fábrica de ambos licores, en las afueras de la ciudad, camino del monasterio de Echmiadzin). El precio de estas bebidas es mucho más barato, que en Georgia y el del común de los comestibles y bebibles, también. No así, la cerveza. Hay vodka, desde 1,5 euros.

            La variedad en los supermercados es mucho mayor, que en el país vecino y la asistencia de clientes, se multiplica por decenas. Los dos supermercados, que conocemos en Yerevan, abren las 24 horas, los 365 días del año y siempre hay compradores.

            Los armenios y los turcos están peleados, pero cada vez, encontramos más similitudes entre ambos pueblos. Casi en nada, se parece Armenia a Georgia, Ucrania, Moldavia, Estonia, Letonia y Lituania, antiguos compañeros de viaje de la extinta URSS. Armenia se halla más en la onda de Oriente Medio, que del Caúcaso, los Urales o los Balcanes.

            Ya sólo resta contaros, que nos ha decepcionado bastante, el monasterio de Echmiadzin, cercano a la ciudad. En su descargo, decir, que se halla lleno de andamios, que ya hemos visto muchos monasterios –siendo casi todos iguales- y que resultan, la mayor de las veces, inaccesibles en transporte público (a este, sí que lo hay, con mucha frecuencia).

            ¡Se me olvidaba!. En el mercadillo de Yerevan, mirad, pero no preguntéis precio, ni mucho menos, compréis. Un kílim cuesta 240 dólares, un libro de fotos, 60 € o unos pendientes, de 0.25 € del Primar, a 2 €. Arañan gravemente, la cartera de cualquiera.

A Yerevan, en la cuarta clase del tren


            Tratamos de abandonar Tbilisi, entre la intensa lluvia y el omnipresente olor a fritanga, que impregna toda Georgia y que al principio no molesta, pero tras unos días, cansa.
Tbilisi
            Es difícil encontrar otra ciudad en Europa, con tanta belleza y con el peor envoltorio de su decadencia. Quizás, lo mejor, es irse a los baños públicos de sulfuro –los de turistas, son mucho más caros, que los de los lugareños-, a encontrar el relax, que nunca hallamos en esta inhóspita capital.
                    Tbilisi 
Aún, intentándolo intensamente, no logramos dejar atrás, ni la ciudad, ni a la lluvia. Diferentes buscavidas, entorpecerán nuestra idea de llegar, a Shinaghi  y desde allí, alcanzar Alaverdi, en Armenia.

            Decidimos tomar el tren, a Yerevan, opción que habíamos descartado la noche anterior. Por supuesto, viajaremos en cuarta clase, que es la más barata. Y acertamos, porque en lo único que se diferencia de la tercera, es en que no te dan ropa de cama para la confortable litera.

El convoy ferroviario parte puntual y el personal de abordo resulta muy atento. Los turistas son escasos, aunque se desplazan unos cuantos norteamericanos. Parece normal, debido al número de usuarios, que el tren solo parta de Tbilisi, cada dos días. Y lo mismo, de Yerevan
      Pasaportes y formularias para hacer el visado y cruzar la frontera ferroviaria , de Armenia
            La salida de Georgia y la entrada en Armenia, consumen el mismo tiempo –una hora en cada lado, aunque por motivos diferentes. En el primer caso es, por severos trámites aduaneros, que a nosotros no nos afectan. En el segundo, por la gestión de los visados, que salen mucho más baratos, que hacerlos en la embajada de España. Te llevan a una oficina y luego a una sala más grande, que más parece un cíber, siempre rodeados de militares, con un uniforme digno y la suficiente cortesía, cosa que se agradece.
Ambas fotos son de Yerevan 
            Se hace necesario rellenar un formulario, aunque casi no lo revisan, ni piden fotografías. Los 3.000 drams armenios (menos de seis euros), solo se pueden abonar en esta moneda o en laris. Imposible, hacerlo en dólares o en la divisa de la eurozona. Como moneda local no tenemos, pagamos con la de Georgia y nos aplican un redondeo de más de un 10%. Parece feo, pero nos conformamos.

            Nuestro ingreso en Yerevan resulta agradable. Nada queda de la hostil Tbilisi, salvo los precios de los hoteles. Ni calles polvorientas, ni baldosas levantadas, ni charcos eternos, ni vallas mugrientas y retorcidas de metal, rodeándolo todo y a todos…En Tbilisi, este último negocio, debe de ser de lo más rentable.
                Yerevan
En Yerevan se respetan los pasos de cebra –escrupulosamente-, las necesidades de las personas, la calma, el buen rollo, el poder transitar despreocupadamente por las zonas peatonales. Todo está orientado para los ciudadanos y no para seres semisalvajes.

            Casi volviendo a nuestro hotel –nos ha costado encontrar uno a precio razonable-, ya siendo de noche, nos reencontramos con Romualdo y Patricio, para la alegría de los cuatro. Intercambio glorioso de experiencias y opiniones, que duran algo más de una hora. Es tarde y –como deseada novedad- hace algo de frío. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Tbilisi: emerge-desemergente

Todos las fotos de este post son de Tbilisi, menos la última, que es de la cercana, Mtskheta
            En materia monumental y de extraordinarias vistas desde sitios elevados, Tbilisi nos recompensa con mucho más de lo esperado. Es la ventaja –prácticamente, la única- de viajar sin guía, sin información y tan sólo con un poco detallado plano, que nos dieron en la oficina de turismo de Kutaísi. La de aquí, no sabemos si ha cerrado o la han trasladado a otro enigmático lugar. Los propios lugareños se debaten, entre ambas versiones.
 
            Tbilisi es una ciudad emerge-desemergente, que crece y se destruye a su propio ritmo y antojo, como las flores y la maleza, en las eclosiones estacionales. Lo habitual y en las dos zonas céntricas –donde nos alojamos y la oficial, cruzando el río-, son las baldosas levantadas y esparcidas, las eternas vallas oxidadas y retorcidas, protegiendo no se sabe qué, las aceras sin acera, las recalcitrantes humedades, las iglesias en distinto estado de conservación y mantenimiento y otras tantas cosas –como la ausencia de semáforos y educación vial básica-, que desaniman al sufrido viajero. ¡No es muy recomendable para aquellos, que vengan buscando paz!.

            Rebuscando con paciencia y esmero, se descubre el Tbilisi en expansión, en la zona musulmana, donde reconstruyen la mezquita y los bonitos hamanes –que se encuentran al lado de la magnifica fortaleza y un conjunto de iglesias, casi iguales-, además del moderno y sorprendente puente de acero, que da cobertura a un original parque, donde un enorme cilindro volcado y otro en construcción, darán vida a algo, que nosotros no sabemos, que es.

            En lo alto del cerro, desde donde se contemplan estas magníficas vistas y otras, los turistas nos asombramos y hacemos fotos, mientras las jóvenes parejas locales y con espontánea timidez, al ver a alguien en sus dominios, se comen a besos o se meten mano, hasta los higaditos

            La principal y ajetreada calle comercial, se llama Rustaveli. La paz no llega, ni a las anchas aceras, mientras por la calzada, decenas de alocados conductores, celebran con los cláxones,  retratos de su líder y banderas azules, en cuyo interior está el número 41, la victoria de su partido, en las elecciones generales, de hace un par de días ¡Trabajo no le va a faltar, al nuevo equipo de gobierno!. De momento y como asunto urgente, dar a esta maravillosa ciudad, un aspecto más equilibrado y civilizado.

           En Rustaveli street, se encuentran también, varios edificios oficiales o destinados a la cultura, incluido el Parlamento, un mamotreto horrible, de la más pura factoría soviética. Desconocemos, si aún siguen vendiéndolo, al mejor postor, como hemos leído en algún relato, ocurrió el año pasado.


Las horas pasan, empieza a llover y todo se complica, aún más.


            Nuestros planes posteriores pasan, por ir a Mtskheta y a Sihhnaghi. El primer lugar, nos resulta maravilloso. La idea de acercarnos hasta el segundo, la abandonamos, en plena estación de cacharros, de Tbilisi, al solicitarnos demasiado dinero o mandarnos a otra terminal, a más de 10 kilómetros de distancia. Partiremos rumbo a Yerevan, en tren.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Mejor asadas, que fritas

                                                               En ambos casos, Batumi (Georgia)
             Cuando a la gastronomía de Georgia nos referimos, sólo hay dos palabras: deliciosa y asquerosa. No existe término medio. Los primeros días de estancia en el país, el viajero de exiguo presupuesto se verá desorientado. Todo a lo que él puede acceder, son masas que en su interior, tienen diversas sorpresas, no siempre agradables: desde apetitoso y especiado queso, tipo feta o más curado –khachapuri- hasta patata, salchicha, puré de alubias, paté de “yo que sé”… o cremas dulces. Para amortiguar altamente los riesgos, recomiendo decantarse, siempre, por las masas horneadas, mejor que por las fritas.

                                             En ambos casos, Kutaisi (Georgia)
            Estas últimas, además de fuertes y grasientas, dan muchas angustias al estómago, durante más horas de las deseables, a lo largo de la tarde. Con el tiempo, vas descubriendo que de vez en cuando, te puedes permitir excelentes pizzas vegetales, algún que otro kebab al estilo de la tierra y los típicos raviolis con ccane de la cocina georgiana (khinkali). Igualmente, deben ser genuinas las berenjenas rellenas de carne picada y avellanas (badrijani). Pero después de cuatro días en Georgia, aún no las hemos visto en ningún sitio.
              Borjomi (Georgia)
            En este país, peor se presenta el tema del alojamiento. Pocos hoteles y, casi siempre, caros (aunque, normalmente, bastante adecuados. No es la primera noche, que hemos tenido la sensación, de que íbamos a pasarla en la calle. Por el momento y después de mucho esfuerzo, hemos conseguido habitaciones interesantes, después de habernos permitido regatear. Tres hoteles distintos y el mismo precio final: 50 laris (23.75 €) la doble, en Batumi, Kutaísi y Borjomi.

            Nuestras primeras horas de desconcierto georgiano, transcurrieron en la fronteriza y ya mencionada, Batumi. En unas zonas, la ciudad es decadente, mientras que en otras, absolutamente, emergente. La primera, segunda y tercera impresión, que nos llevamos, es que los georgianos son buena gente, aunque fríos, como témpanos. No hablan una sola palabra de inglés y se transforman cuando se ponen al volante. Entonces, se convierten en seres arrogantes, maleducados y agresivos.
                                                                                       Borjomi
            Kutaísi, es, hasta el momento, lo mejor del viaje: un encantador y cuidado casco histórico y bonitos monasterios limítrofes, como Gelati –accesible en transporte públcio- y Motsameta.

En Kutaisi, compartimos unas horas con Romualdo y Patricio, al encontrarlos en lo alto de la escalera de una iglesia. Son gente afable y de mundo, que nos han metido el gusanillo en el cuerpo, de visitar Asia Central (las repúblicas que terminan en “tan”), a cambio de haberles inducido, a conocer destinos como Senegal, Sri Lanka, África en general o India. Con este último país, tuvo Patricio una mala experiencia, que aún recuerda y, probablemente, no ha superado. Iba para un mes. Pero tras visitar Delhi y Jaipur, cayó gravemente enfermo y decidió volver, antes de consentir, ser ingresado en un hospital de India.

                                                      En ambos casos, Gori (Georgia)
            Romualdo es un apasionado del pueblo judío, reconociendo todas sus virtudes, así como todos sus errores. Ello lo convierte, en una persona cabal, sobre el tema del largo conflicto de Israel, con el pueblo árabe. Nos hubiera gustado viajar con ellos, pero nuestros intereses resultan, ser distintos (más que en destinos, que son casi los mismos, en el orden de llevarlos a cabo).

            Al día siguiente, partimos para Borjomi, a disfrutar de sus paisajes, su fresquito y su tranquilidad. Y, ua jornada después, para Gori, lugar donde nació Stalin. Nos encanta su fortaleza en ruinas, su moderno Hall Public y la calle donde se ubican sus edificios civiles, de tipo soviético, pero remozados y agradables.  

jueves, 1 de noviembre de 2012

Delicias turcas

                                                             Ani, a 42 kilómetros de Kars (Turquía)
            Nos dicen desde pequeños, que cuesta mucho tener una credibilidad y ganarse un prestigio. ¡Cuanta verdad es también, lo poco que cuesta perderlo!.
                                                                                              Sivas (Turquía)
            Aún Turquía, sigue siendo uno de nuestros países favoritos, pero en este cuarto viaje al país, hay muchas cosas, que han cambiado y que nos han puesto de muy mal humor:

            -Han subido el visado un 50%, de 10 a 15 €. No hay, que rellenar ningún formulario para acceder al país, ni mayores trámites. Van simple y descaradamente, a por el dinero

            -El precio del metro, que va desde el aeropuerto de Estambul o desde la estación de autobuses (otogar), ha pasado de 1.40 liras, en 2008, a 3. ¡Más del doble!, en tan solo cuatro años!.
       Kayseri (Turquía)
            -Comprar una lata de cerveza de medio litro en una tienda, cuesta alrededor de dos euros, debido al abuso estatal vía impuestos, que grava a las bebidas alcohólicas, que han triplicado, como mínimo, su precio en el último cuatrienio. Cualquier botella de un güisqui medio, se va a los 25 ó 30 euros. Suponemos, que es la forma de facto para impedir, que los turcos descarriados del islamismo, beban alcohol. Lo que Mahoma no consigue, lo logran los tributos.

            -Se ha doblado el precio de algunas visitas turísticas y es grave, porque en nuestra anterior estancia, ya había ocurrido lo mismo. Si el estado no es tonto, los particulares tampoco. Las 30 liras, que pagamos en 2008, en le hotel de Trabzon, hoy por arte de magia, se han transformado en 60.

            -También, han sufrido un significativo ascenso, los precios de bares y restaurantes. Ya, nada es gratis en Turquía. Los baños públicos cuestan una lira (medio euro). Si uno orina cinco veces al día y permanece en este país veinte jornadas, se habrá gastado en labores de micción, la nada desdeñable cantidad, de 50 €.

                                               Arriba, Estambul y debajo, Kars (Turquía)
            La desagradable anécdota final, en este fugaz paso por Turquía, de dos días, camino de Georgia, la ponen las lamentables empresas de transportes, llamadas Prenskale y Mhamut, a las que pagamos 25 liras, para que nos llevaran de Trabzón, a Batumi. La primera, nos mintió, al decirnos, que el viaje a la localidad fronteriza de Georgia, era directo. La segunda y sin remordimientos, nos dejó tirados en la frontera –a 15 kilómetros del destino-, de forma totalmente consciente. Tratamos de parar el bus, recién arrancado, con aspavientos y gritos, a escasos metros del conductor. Pero, este no sólo no paró, sino que aceleró y se fue.
                           Kayseri

            ¡Qué no se confundan los turcos! Matar a la gallina de los huevos de oro es muy peligroso. Con todas estas actitudes, su oferta turística es cada día menos competitiva. ¡Buenas noticias para España y para el sector turístico!, que falta van haciendo.
                                                                                                     Sivas

Pánico en la noche

Llegamos a Sofía, procedentes de Bruselas. Son las siete de la tarde y la única oficina de cambio ha cerrado a las cinco. Del canjeo de moneda, se encarga una empresa de transportes, sita en el hall y los de las cintas de las maletas, a una tasa lamentable. Así, que sólo cambiamos cinco euros. Lo que si está abierto, es la oficina de turismo. Pedimos un plano y preguntamos por la potabilidad del agua. “No es potable –responde la chica-, pero no os preocupéis, porque aquí tenemos mucho vodka, güisqui ginebra, de fabricación nacional…”. Elocuente respuesta.
                                                                             
El bus que lleva hasta el centro es rápido y barato. Las únicas tiendas, que permanecen abiertas a estas horas, son las de bebidas alcohólicas y de chucherías. La mayoría, ya no son subterráneas, como hace tres lustros y están muy bien montadas.

Debido a una escasa planificación, a los errores de Google Maps y a un hotel, que no ofrece ninguna señal exterior de ser tal, vivimos la primera y angustiosa pesadilla del viaje.

Nuestro alojamiento reservado, parece hallarse a unos seis kilómetros desde donde nos encontramos. Comenzamos a andar, guiándonos por un incompleto croquis elaborado en casa. Sofía tiene unas carencias de luz artificial notables, para una ciudad de su talla.

Cada vez hay menos gente y a partes iguales, aumentan los riesgos. Por un lado, el de caer de bruces o acabar en el fondo de un agujero. Por otro, el de asalto, ahora que nos encontramos en zonas residenciales, rodeados de arboledas y con los edificios muy al fondo.

Nuestras pulsaciones aumentan, mientras escuchamos los constantes chirridos de los tranvías, que circulan por el centro de la calle. ¿Nos servirá alguno?. No sabemos y para pagar un taxi, no nos alcanza con seis levas que nos quedan. ¡Y mientras, en el bolsillo interior ubicado bajo el pantalón, reposan más de mil euros!

Cada cinco minutos, nos cruzamos con algún viandante, al que preguntamos para que nos oriente. Cada diez, aparece una pizzería o un restaurante, abarrotados de gente, ajena a nuestro singular drama.

Finalmente, damos con la zona y, aunque no fácilmente, hasta con la calle. Buscamos el número 8, pero del seis pasa al diez. Al fondo, en el aparcamiento de un lujoso hotel-restaurante, abordamos a tres vigilantes de seguridad. Uno de ellos habla español y dice no saber nada de nuestro alojamiento. No le aparece ni en el GPS, ni buscando en internet por su móvil.

Sólo encuentra el nombre, pero no el teléfono. Llevamos casi, el fajo completo de papeletas para dormir en la calle, cuando aparece un camarero del establecimiento, mira la foto y cree reconocer esa casa. Nos dirigimos a ella. Son las once de la noche y como no sea, nos van a llamar de todo.

Cuando Iliana abre la puerta, nos dice en perfecto español: “pensábamos que ya no ibais a venir”.Parece, que a la guapísima chica, que ha estudiado en Salamanca, le resulta tan normal, identificar un chalé con patio, con un hotel, sin que aparezca nombre o referencia alguna.

Esta es nuestra tercera visita a Sofía y la verdad es, que hemos hecho bien, porque no nos acordábamos de nada. Los búlgaros son tan amables, que cuando van al volante, se paran para dejarte pasar, aunque no haya paso de cebra.
                                           Todas las fotos de este post, corresponden a Sofía

martes, 30 de octubre de 2012

¿Habrán echado a España de la Unión Europea, a patadas?

                                                                                Estambul (Turquía) 
           Antes de poner en marcha la narración de los sucesos acaecidos, durante los últimos 36 días, a lo largo de Bulgaria, Turquía, Georgia, Armenia, Macedonia y Kosovo, se hace necesario llevar a cabo una recopilación de nuestro transitar por las diferentes fronteras. De verdad y como vais a comprobar, en un par de momentos del viaje, hemos tenido la intuición –más bien, sensación-, de que la situación de España sería tan catastrófica, que nos habrían echado de la Unión Europea, a patadas y con resentimiento.
                 Yerevan (Armenia)
            Partimos el 24 de septiembre hacia Sofía, vía Bruselas. Nada extraño. Basta con mostrar el pasaporte en inmigración e ingresar al país. Nos hace gracia, que al preguntar en la oficina de turismo, si el agua es potable, nos digan que no, pero atenúan nuestra inquietud, alegando que podemos sustituirla por vodka u otra serie de bebidas alcohólicas, de excelente fabricación local.

            Al arribar a Turquía, no tenemos ningún problema. No hay que rellenar formularios, ni son nada exigentes en la aduana. Solo les interesa el dinero: pagas los 15 euros –subida de un 50%, en los últimos tiempos- y no hay que ofrecer explicación alguna. Te pegas el sello, donde te da la gana y te dan autorización a entrar y salir las veces, que quieras, durante 90 días.

            Lo de Georgina resulta fantástico, si no fuera, porque la compañía de autobuses, que nos tendría que haber transportado hasta Batumi, nos deja tirados en el puesto fronterizo, a 14 kilómetros de esta ciudad. La atención excelente –y en español-, para otorgarte un sello, que te permite estar en esta nación, durante un año.
                                                                                     Kutaisi (Georgia)
            Armenia emite visados en sus bordes fronterizos, sin mayores trámites, que rellenar un sencillo y breve formulario. No hay preguntas. Pagamos unos seis euros. Pero, como no aceptan dólares o euros y, evidentemente, no teníamos drams –moneda local-, tenemos que abonar el importe en laris –divisa de Georgia- y nos practican un esperado redondeo al alza, de más o menos, un 15%. Nada, que no se pueda asumir, sin siquiera, enfurruñarse, aunque es feo. No entregan recibo –cosa, que ya hacen hasta en muchos países de África-, por lo que los funcionarios y con la avenencia del estado, se sacan un sobresueldo
                                                                                 Sofía (Bulgaria)
            Volver a Georgia supone, ser igual de sencillo. Y más, gracias a que en medio de un inhóspito pueblo y con climatología muy adversa, nos recogen unos buenos samaritanos con su coche y nos transportaron hasta una población, donde nos podemos buscar la vida. En la ventanilla de inmigración, nos parece estar en el McAuto, dado que por la abertura del puesto de control y sin siquiera bajar del coche, solventan nuestro pedido.
               Ohrid (Macedonia)
            Retornamos a Turquía, después de caminar casi quince kilómetros, entre montañas, ascendiendo y bajando contundentes cuestas, hasta que otro conductor y sus dos acompañantes, se apiadan de nosotros y nos llevan hasta Posof. Paisaje maravilloso, sino fuera por el peso de la mochila. Esta frontera, que comunica con Vale, está casi desierta y las gestiones son rápidas.

            Lo más fácil parecía, regresar a la Unión Europea. Pero, Bulgaria –al menos en nuestro caso-, aún guarda viejas y abominables prácticas del pasado. En 1.997, trataron –sin conseguirlo- de cobrarnos visado para entrar el país, estando ya los españoles exentos de abonarlo. Días después y en ela mismo viaje, dos policías nos extorsionaron. Al ir a tomar el bus de retorno a Estambul y cerca de la explanada-estación, nos retuvieron los pasaportes y no nos los devolvieron, hasta que tras una negociación a la baja, les entregamos 20 dólares (afortunadamente, todo con sonrisas y sin amenazas). Ya nos había advertido de esta práctica, el propietario de nuestro hotel.
                                                                                    Prizrem (Kosovo)
            En este periplo y de madrugada, llegamos a la borde de Bulgaria. Nos hacen bajar a todos del autobús. El ayudante del vehículo –en labores, que no le corresponden- nos indica, que primero pasan los búlgaros, luego nosotros y finalmente, los turcos y otros dos chicos de nacionalidad desconocida, aunque no europea..

            Una vez nos llega el turno, el funcionario pone mala cara y empieza a deslizar una a una, las hojas de nuestros pasaportes. Los coloca a un lado y nos indica, que esperemos, al igual que a los extracomunitarios. Pasan entonces los turcos, a los que les ponen sello, sin demanda alguna.
                                                              Kars (Turquía)
            El burócrata conversa por teléfono, dilatadamente y al cabo de un rato, viene un superior, que empieza a hacernos preguntas: si es la primera vez que venimos a Bulgaria, cual es nuestro destino y nuestras intenciones, cuantos días vamos a estar en el país... A la cuarta de las pesquisas, les paramos los pies de inmediato y con contundencia, a la par, que con educación, les indicamos, que no sabemos si se han enterado, de que somos ciudadanos europeos y tenemos los mismos derechos, que cualquier nacional búlgaro. Se muestran sorprendidos y a regañadientes, nos devuelven la documentación.
                Alaverdi (Armenia)
            Nuestro ingreso en Macedonia, se presenta mucho más tranquilo. Ni una sola pregunta. Nos extraña, que no nos pongan sello y barruntamos, poder tener algún ligero problema a la salida, como hace tres o cuatro meses nos ocurrió, en Moldavia. Pero, no ocurrirá así y tampoco nos lo colocarán, cuando retornamos a este mismo país, desde Pristina.

            El ingreso a Kosovo resulta sencillo. Solo nos interrogan sobre si vamos al país, por turismo o por trabajo. Supongo, que si hubiera sido por lo segunda causa, no habríamos dicho la verdad, así que el trámite, parece baldío. Nos colocan un sello de entrada y uno a la salida, aunque en el segundo de los casos y supongo, que por mero despiste, a uno solo de los dos.
                                                                                                                Batumi (Georgia)
            La sorpresa mayúscula la padecemos en Italia. No sabemos si por tratarse de un funcionario tocapelotas, por órdenes superiores o porque todavía andan algo resentidos por el cuatro a cero de la final de la Euro.

            Volamos desde Skopje, a Milán, con Wizz Air. Somos los únicos ciudadanos de la Unión Europea, en todo el pasaje. A los macedonios, les piden la presentación de papeles, que no sabemos distinguir, mientras les fríen a preguntas. Cuando llegamos a la ventanilla y para nuestro asombro, empieza un severo interrogatorio, en chapucero español: por qué hemos ido a Macedonia, cuántos días hemos estado, desde que país hemos abordado la ex república yugoslava, cómo vamos a volver a nuestro país, si es la primera vez que viajamos a Italia…
                                                  Arriba, Plovdiv (Bulgaria) y abajo, Skopje (Macedonia)
            Respondemos de mala gana, pero llegadas estas dos últimas cuestiones, le paramos los pies al funcionario, con no disimulado enojo. Le explicamos, que hemos arribado a su país más de veinte veces, que no hemos padecido actitudes similares a la suya y que como ciudadanos europeos y mientras no seamos víctimas de una acusación firme, huelgan todo ese tipo de molestias, a unos ciudadanos de la Unión Europea.

                                                Prizren (Macedonia)
            Nuestras deducciones nos hacen pensar, que en Bulgaria se trató de un intento de extorsión y en Italia, de tener muchas ganas de tocar las narices. No hace demasiado tiempo, atravesamos la frontera, que separa Moldavia de Rumanía –país no comunitario, con comunitario de la no zona Schengen, como en el caso de Turquía y Bulgaria- y no tuvimos ningún inconveniente. Simplemente, nos miraron el pasaporte y nos lo devolvieron, sin más.