Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 4 de abril de 2023

Nuestros viajes recurrentes empiezan y acaban en el centro comercial de Príncipe Pío

           No existe nada más vulgar, rastrero, escasamente emocional e insensible, que la anodina vida de los centros comerciales. Lo vemos, cada semana, al arribar y partir de la madrileña estación de Príncipe Pío. Da igual, que sea verano o invierno, todo funciona de la misma manera, porque los sujetos, que hacen suya está forma de vida, disponen de una capacidad neuronal, próxima, a cero, que impide cualquier cambio o novedad.

          Cualquier planta decorativa o ameba unicelular, cuenta con una vida más activa y próspera, que la de la mayoría de las personas, que hacen de los centros comerciales su cutre trinchera de fin de semana...Son gentes, que nunca destacaron en nada -fueron tan tontos y manipulables de pequeños, como de mayores- y que en las pocas veces, que tienen posibilidad de decisión, se equivocan, incluso, cuando el más simple razonamiento dice, que hay, que hacer otra cosa, que lo que ellos piensan.   

          Se pasan la semana en sus trabajos de mierda, quejándose a cada rato de todo lo que les sucede -poca cosa, pero ellos lo ven un mundo, pero no hacen nada para tratar de cambiar sus vidas. Así, tienen la gran ventaja, de que no sufren, porque no son conscientes de su incapacidad funcional total.

          Y la gran recompensa, la encuentran el domingo en el centro comercial. Para comerse una triste hamburguesa, sándwich o helado, premio a sufran destreza mental adquirida, guardan enormes colas, después de haberse vestido para la ocasión, haber llevado a cabo varias decenas de kilómetros desde sus casas, haber aparcado el coche en cualquier parte y haber dado el coñazo a todo ser viviente cercano a su burda actividad, con las grotescas y maleducadas actitudes de su hijos malcriados y en estado salvaje, fruto de tenerlos aparcados desde pequeños numerosas  horas al día en el colegio y de no haberles dedicado la más mínima atención.

          Solo salen del centro comercial para fumar y apestar al resto de la humanidad, sin remordimientos, tal como gestionan toda su mísera existencia. Curiosos estos espacios de mercadeo y relaciones sociales, donde conviven los olores de todo tipo -ricos , recurrentes o nauseabundodos-, el tránsito alocado de personas de personas indomitas, los bultos descontrolados -que portan-, las vacías tiendas de supuesto lujo -con sujetadores o bolsos a más de trescientos euros - y las inofensivas tiendas de gominolas o los chiringuitos de comida en serie o recalentada.

          Además, de los comerciales de todo tipo -mas o menos, agresivos, simpáticos o patéticamente graciosos -, llegados a esa profesión por caminos muy diversos y escasamente previsibles. Desde la joven guapita sosa y que inspira ternura, hasta el imbécil, que te espeta a la cara: "¿Quieres, que te haga millonario?"

          Pero, no nos quejemos, porque al fin y al cabo, la vida ha evolucionado para bien. ¿O no? Nuestros abuelos malgastaban su ocio cotilleando en la calle y destripando a los seres humanos de su entorno -mas , ellas-, escuchando el parte o entreteniendo las noches, follando y aumentando la plebe.

          Por cierto: el pasado domingo y estando en el centro comercial, el Madrid nos metió 6-0. ¿Habré escrito todo esto por la frustración de la derrota?.



domingo, 2 de abril de 2023

miércoles, 29 de marzo de 2023

Viajes recurrentes, experiencias única ( parte III)

           ¡Qué tiempos aquellos, cuando no viajaba casi nadie, debido a la pandemia y conseguimos dormir en el centro de Madrid, en pleno mes de agosto de 2020, por tan sólo diecisiete euros, la habitación doble!

          Las cosas han cambiado mucho, desde entonces. Si es cierto, que durante la mayoría de días de diario, alguna víspera de festivo e incluso, en Nochebuena y Navidad, hemos logrado pernoctar en la almendra central de la capital, por unos treinta euros o menos. Pero, durante los fines de semana y como ocurre en muchas ciudades turísticas del mundo, la cosa se desboca. Para encontrar alcobas entre los cuarenta y los cincuenta euros, debes aceptar canas en habitaciones compartidas -a veces, muy alejadas - y opciones en pueblos de diversos tamaños, a más de 20 o 30 kilómetros de  Madrid. Las posibilidades más céntricas no bajan de los sesenta euros para dos personas y de ahí para arriba, lo que quieras.

          Aunque, afortunadamente, nuestra situación económica está muy saneada, nos negamos a pagar esas cifras, un fin de semana, tras otro, por lo que hemos tenido, que optar por otras alternativas para pasar la noche.

          Salir de fiesta es una de ellas, aunque como te pases de frenada, te gastas más en los bares, que en el propio hotel. Tomar copas en Malasaña -entre seis y nueve euros la unidad - nos resulta muy agradable, aunque seamos los más viejos del local, por una veintena de años con los siguientes. Ninguna de las camareras de los garitos había nacido, cuando nosotros íbamos por allí, a finales de los años ochenta. Como ventajas, buena música y mejor ambiente. Como desventajas, los locales cierran pronto -en torno a las tres y media de la madrugada -, hay muchas colas en las puertas y los precios de las bebidas sin caros.

          A las cinco de la mañana abren sus puertas las líneas de cercanías. Unas veces optamos, por dormir un par de horas en alguna de ellas y seguir el día en la capital, con normalidad y otras, por tomar el primer tren de media distancia de vuelta, a Valladolid.

          La otra es pasar la noche en el aeropuerto. Estamos tan acostumbrados a dormir en estos lugares, no sólo en Madrid, que lo hemos normalizado de manera muy natural y nada perezosa. En Australia, incluso, usamos las estaciones de trenes y de autobuses, cuando apretaban los precios de los hoteles ( en España cierran de madrugada).

          Empezamos yendo a la terminal 4, pero allí pasan la noche bastantes mendigos organizados en mafias con la pasividad de los servicios de seguridad. Así, que ya hace tiempo, que vamos a la 1, donde predominan los pasajeros de vuelos tempraneros de las compañías de bajo coste. Calor en invierno, vigilancia, wifi gratis y poderoso y ni siquiera te levantan a las siete de la mañana, como en la T4. De esta manera y gracias también al bono gratuito de RENFE, hemos inaugurado la modalidad de viajes a ciste cero.

          Pasamos tantas horas por las calles de Madrid, durante los fines de semana, que no son infrecuentes las situaciones divertidas, desagradables o surrealistas. En los alrededores del Carrefour de Lavapiés, que abre las veinticuatro horas, pululan numerosos puntillas, durante el día y la noche. Nunca hemos tenido problemas con ellos, pero sí, con una clienta joven, que aguardaban en una larga cola del supermercado, detrás de nosotros.

          Como si fuera la CEO de Microsoft o la creadora de Instagram, va y nos espera: " no sé, porque pegas tanto los ojos a la pantalla del móvil. Se puede agrandar la letra". Y eso, así, sin que nadie le hubiera dado vela en ese entierro. Tras una discusión absurda y acalorada, en la que le recriminamos, que nos trate, como a gilipollas y le recomendamos, que se meta en sus cosas, ella nos responde, que nuestra actitud es inmoral -cómete esa- y lo termina arreglando, diciendo: "no, os lo he dicho, porque a las personas mayores os cuesta mucho ver las pantallas". La único, que se me ocurrió esperarle fue: " mira, gorda no estás, pero eres muy fea" ( no lo era). Sorprendentemente, asintió y al fin, se calló.