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martes, 7 de febrero de 2023

Fin de semana de museos

           Después de las celebraciones del Año Nuevo Chino y de la noche de fiesta por Malasaña, nos habíamos planteado un finde algo más tranquilo, visitando algunos museos capitalinos.

          Arrancamos el sábado visitando los mercados de San Antón -ya conocido- y San Ildefonso, donde no se ofrece género fresco y si elaborado, a través de numerosos bares y restaurantes. En el primero, predomina la cocina española de toda la vida, siendo el segundo más exótico, ofreciendo numerosos platos asiáticos, especialmente, de la cocina surcoreana, aunque nada, que ver, con lo que puedes comer, en Seul, porque aquí predomina la fritanga con aceites saturados. Ambos lugares estaban extraordinariamente concurridos, casi hasta el agobio.

          Después de almorzar, nos esperaba el museo del Romanticismo, ubicado en un palacete estatal, que fuera en su día propiedad del Marqués de Matallana. Conserva una importante y cuidada colección de objetos históricos y artísticos, recogiendo la vida cotidiana de la burguesía en la época del romanticismo, en el siglo XIX. La cocina, las habitaciones, el cuarto de juegos de los niños...y numerosos cuadros en todas las estancias, que dan cierta sensación de apelotonamiento. No defrauda, aunque se visita en poco más de media hora, si lo haces por libre.

          A las seis y media de la tarde, ya estábamos en la cola -hay dos, dependiendo de si tienes entrada reservada previamente o no- del Museo Reina Sofía, espacio de arte contemporáneo. Las visitas gratuitas son de siete a nueve y no tardamos más de diez minutos en entrar y dejar el bolso en la consigna. Nunca antes, habíamos visitado esta galería. Nos centramos en la planta baja y el sótano.

          Vimos obras notables de pintores del siglo pasado; otras relacionadas con acontecimientos históricos, como la caída del muro de Berlín, el conflicto árabe - israelí o el 15 M; además de auténticas tomaduras de pelo, supuestamente calificadas, como arte y que, por supuesto, no lo son. Volveremos en el futuro, a seguir explorando este basto recinto.

          Para el domingo, nos quedaban el Museo Geominero y el del Canal de Isabel II, aunque a este último -donde ya habíamos estado antes-, no pudimos acceder, al encontrarse cerrado, por motivos desconocidos.

          Los días festivos, la planta de abajo del museo alberga un interesante y abarrotado mercadillo de minerales, donde se pueden encontrar, desde cuarzos rosas para el amor, a bolas para cuidar con éxito, la salud. En la planta de arriba, más tranquila,hallamos una completa colección de bellos minerales internacionales, otra de autóctonos y una amplia sección de fósiles. El recorrido por las salas nos resultó muy agradable e instructivo, a pesar de que las estanterías están demasiado juntas entre sí.

          La tarde, la dedicamos a pasear -con 18 agradables  grados de temperatura-, encontrando dos hechos relevantes: una confusa y minoritaria manifestación de peruanos en la Gran Vía, donde se gritaba a favor de la libertad y en contra del comunismo, de la policía y hasta de Pedro Sánchez, que qué tendrá que ver y los mismos puestos, que habíamos visto,  durante el Año Nuevo Chino, pero en vez, de en Usera, en la Plaza de España.

jueves, 2 de febrero de 2023

El Año Nuevo chino del conejo (parte II)

           Sobre las cuatro de la tarde, subió al escenario el grupo "Vilapain". No son el hip hop y el trap los géneros, que más nos gustan. Disfrutamos algo más con "Mejores Amigas", un dúo formado por una chica china con faldita corta -Valeria- y un componente masculino español algo más mayor ,-Mateo-, con un pop romántico, a veces divertido y otras, moñas. Entre los dos conciertos no llegaron a la hora y media.

          A mediodía, el cercano parque Pradolongo -hace honor a su nombre, porque es enorme -, que cuenta con un magnífico lago artificial, estaba casi desierto, pero a las seis se fue llenando de gente, hasta formar una multitud tal, que casi era imposible moverse (más del 90% españoles o sudamericanos y ni un 5% de chinos). La actividad a esas horas, era el Festival de Luz.

Se formó una cola de más de un kilómetro de largo para el reparto gratuito de farolillos luminosos, pero después de casi hora y media, el 80% nos quedamos sin el preciado objeto. ,¡Otra vez será! Dos horas después y ya siendo de noche, la jornada culminó con ocho minutos de fuegos artificiales. Los hemos visto mejores y sobre todo, más largos, pero no estuvieron nada mal. Salir del parque resultó una auténtica pesadilla.

          En la desagradable mañana del domingo, con mucho viento helador- aunque con sol- y un grado bajo cero de temperatura, se iba a celebrar el Gran Desfile y media hora antes de que comenzara, nosotros ya estábamos ubicados en Marcelo Usera, que junto a Rafaela Ybarra, iban a ser las arterias del tradicional pasacalles. Menos mal, que llegamos con tiempo y cogimos primera fila -buen lugar para grabar videos -, porque poco después, las cosas se pusieron imposibles, al abarrotarse todos los alrededores de gente.

          Hay, que decir, que el desfile nos cautivó y aunque muertos de frío, acabamos encantados. Aquí si, vimos dragones y osos panda y el transitar , al ritmo de músicas diversas, de 1200 personas, en distintos grupos, ataviados con diferentes ropajes y portando la máscara del conejo y el gorro tradicional. No sólo eran chinos, sino también sudamericanos, como magnífico gesto de integración entre distintas culturas.

          Por la tarde, ya en el hotel - nos decantamos por el Woohoo, en la calle Concepción Arenal, lo que fue una magnífica elección -, leímos, que para el año que viene, van a instalar en el barrio una puerta china y una escultura de un oso panda de más de un metro de alto y de 500 kilos de peso. ¡Poco a poco!

          Nuestra sugerencia más clamorosa para siguientes ediciones es, que se lleven el desfile a un lugar mucho más extenso, aunque sea fuera del barrio, porque aquello resultó ser un verdadero colapso. 

          El lunes, 23 de enero, era festivo en nuestra localidad de residencia, así, que también nos quedamos, en Madrid. Por la mañana, quisimos visitar el Palacio de Cristal de Arganzuela, en Legazpi, pero cierra ese día de la semana. Y por la tarde y desde las cuatro, de lunes a jueves, es gratis el Palacio Real. Pero resultó, que ese día había una recepción oficial y estaba cerrado al público. ¡Una jornada para olvidar!, sin duda.

El Año Nuevo chino del conejo (parte I)

          Después de haber visitado los Chinatows de más de medio mundo, vivimos con cierta expectación las jornadas previas al fin de semana del 21 y 22 de enero, fechas, en las que en el barrio de Usera, de Madrid, se iba a celebrar el Año Nuevo chino -toca el del Conejo-, como en otras tantas partes del planeta. Ya os adelanto, que la cosa empezó con una decepción casi absoluta, aunque con el transcurrir de las horas, todo fue mejorando paulatinamente, hasta acabar bastante satisfechos. Además, el potencial de mejora de esta festividad en los próximos años es tremendo, si se ponen manos a la obra. Vayamos por partes.

          La mejor forma de acceder al distrito es a través del metro del mismo nombre, que te deja en el corazón de la barriada. Otra manera de llegar es, arribando a la estación de cercanías, 12 de octubre, si tienes un abono recurrente de trenes de cercanías gratuito, cómo es nuestro caso. Desde ahí, hay que atravesar una zona algo inhóspita -aunque no peligrosa- y un par de rotondas, hasta desembocar en la calle Marcelo Usera.

          Esta es bastante ascendente y de aceras algo estrechas, por lo que durante el día es muy caótica. Sin embargo, pasearla de noche es una auténtica delicia, cuando las tiendas y bares están en plena actividad. La mayoría de los negocios son de origen chino, aunque no le van a la zaga los latinoamericanos -especialmente, los bolivianos-, formando un magnífico crisol de culturas.

          Después de cruzar varias callejuelas, giramos a la izquierda por Nicolás Usera, que nos termina conduciendo a la plaza principal del distrito, en la que se había colocado un escenario y un mercadillo. Aparece nuestra primera frustración: ni una sola puerta china en el lugar, ni un solo oso panda o dragón, apenas había farolillos... Una decoración, una puesta en escena y un ambiente pobrísimo, que desde luego, nada tenían que ver con los barrios chinos de Londres, Yokohama, Nueva York o Kuala Lumpur.

          Después de esperar pacientemente en una larguísima cola, durante un cuarto de hora, el mercado de la Primavera -es un decir, porque no hace ni cinco grados- ubicado en un aparcamiento, resulta decepcionante. Pocos puestos y ninguno exótico, aunque si se desarrollan algunas actividades lúdicas, fundamentalmente para niños, como talleres de caligrafía. No tardamos ni diez minutos en recorrerlo.

          En la plaza huele a mezcla de especias y aceite de soja quemada, procedente de algunos camiones donde se vende, sobre todo, fritanga china, aunque también hamburguesas o perritos calientes. Igualmente aquí, hay largas filas indias.

          Antes de los conciertos, que comienzan a las cuatro de la tarde -no es una hora demasiado bruja para estos menesteres-, se desarrollan diversas actividades. Por supuesto, en todas ellas, eternas colas, que no falten: clases de danzas ancestrales chinas, taichi, pintacaras de los doce animales del zodiaco, fotomatón, photocall, taller de Majhong, street scape para liberar al conejo de jade, caricaturas en cinco minutos, exposición y probatura de ropas y dulces tradicionales,danzas de abanicos...

          Nos fuimos animando un poco, esperando, sobre todo, que las cosas fueran remontando a lo largo de la tarde y del día siguiente (el viernes también había habido actividades, pero nosotros no estuvimos).  

miércoles, 1 de febrero de 2023

El Madrid de las prisas y de las colas

           Pretendemos seguir con nuestros viajes recurrentes a la comunidad de Madrid, durante la mayoría de los fines de semana de este año -salvo, que estemos de viaje por otras partes del mundo -, mientras el transporte ferroviario siga siendo gratuito. Así, que nuestras vidas de hoy, se cimentan y sustancian entre nuestra natal Valladolid y la capital de España.

          Nosotros ya vivimos, estudiamos y trabajamos, en Madrid, durante la mayor parte de los años de las décadas de los ochenta y los noventa, por lo que son muchas las tentaciones, que nos sobrevienen, de comparar la ciudad de entonces, con la de ahora. No lo vamos a hacer, por el momento, aunque será imposible resistirse en el futuro.

          Madrid ha cambiado mucho. Para bien y para mal, pero fundamentalmente, para esto último, aunque sigue manteniendo algunas esencias, ha mejorado las infraestructuras de manera notable y ofrece una riqueza cultural más diversa, aunque menos libre. Sin embargo, en aquella época no hacía falta ser rico para poder vivir en una zona relativamente céntrica de la ciudad. Hoy en día, el precio de la vivienda -compra o alquiler, da igual-, lo hace inviable.

          Nosotros nos fuimos de Madrid por motivos laborales, más o menos, al principio de este siglo. Los primeros años, anhelabamos volver, casi de forma obsesiva. Pero, desde hace más de década y media, ni nos hace ya tanta ilusión y ni siquiera nos lo planteamos.

          Desde hace más de veinte años, adquirimos un chalet de casi doscientos cincuenta metros cuadrados, ubicado frente a un bonito y luminoso parque. ¿Cuánto tendríamos, que ganar en Madrid, para poder permitirnos algo equivalente o incluso, la mitad?. No sabría calcular, pero al pasear por las entrañas capitalinas, vemos los precios de las inmobiliarias y entramos en profunda depresión. Y no por nosotros, que ya no queremos volver a cualquier precio, sino por los que se buscan la vida día a día en esta urbe y sus alrededores.

          ¡Sabía yo, que me terminaría yendo por las ramas!

          En realidad, a lo que quería  referirme en este post es, a dos elementos de la actual vida madrileña, que resultan, además de constantes, claramente, contradictorios: las aceleradas prisas y las pacientes colas. Llevamos ya quince viajes, de diferente duración a la ciudad, desde el pasado 1 de septiembre y para nuestra desgracia y estrés, estos elementos han aparecido en todos ellos. Lo de las prisas, ya era habitual en el Madrid de nuestra época, aunque nosotros éramos escasamente conscientes.

          No es nada nuevo, que te recriminen-de mejor o de peor manera, que te apartes y dejes de taponar la parte izquierda de la escalera mecánica del metro, de los cercanías o de cualquier centro comercial, debido a que existen millones de personas, que no pueden perder un solo segundo, aunque se dejen el aliento. Por las prisas también, se cruzan lo s semáforos en rojo -incluso con coches de bebé o con cachaba-, se hacen decenas de metros de sprint para tomar un autobús o se desplaza al viandante, que viene de frente, sin más miramiento. En Madrid, la gente no pasea, sino que circula.

          Pero, como si de tratara de un mecanismo cerebral compensatorio, el madrileñ@ -ya sea de cuna, oriundo o de adopción, que igual da-, se vuelve extraordinariamente paciente, a la hora de abordar las eternas y numerosas colas, que le esperan en el día a día.

          En el Museo del Prado, en la Fundación Telefónica para fotocopiarse una mano, en la Plaza de Isabel II -junto a la Ópera - para contemplar el firmamento a través de un telescopio, en la heladería, en la chocolatería, en el VIPS -cuya comida es poco variada y de escasa calidad -, en la hamburguesería, en el Pull&Bear, en el Primark, en la tienda del yogurt helado, en la promoción de una película o artista, en el bar de los bocadillos de calamares, en el 100 montaditos, en la administración de loterías...La mayoría de las veces, más de media hora, para llevar a cabo una acción o gestión de lo más cotidiano.

          La más absurda de todas fue -al menos, por el momento, porque ya nos esperamos cualquier cosa -, en el parque de Pradolongo, en Usera, durante el año nuevo chino. Una hora y media esperando en fila india, a recoger los farolitos luminosos para una ceremonia tradicional  y la mayor parte de la gente se quedó sin ellos, porque no había, ni para un 20%. Y la mayoría de los concurrentes, no eran siquiera del país asiático.