Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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viernes, 1 de noviembre de 2019

Habría sido más fácil con señales de humo

          Si no hubiera sido por unos pocos engreídos, que quisieron construir una torre, que alcanzara el cielo, no nos hubieran castigado a todos con la maldición de hablar distintas lenguas y no poder entendernos, incluso, hasta en las cosas más básicas.
                                      Distintas formas de comunicación, durante el viaje
          Así, que ahora nos toca sufrir en las escuelas de idiomas para poder chapurrear algo de inglés. Porque, claro, todos damos por hecho, que este idioma es universal y que vayas donde vayas, va a ser la panacea universal. Pero no, es de esta forma, aparte de que tú lo hables mejor o peor, en muchos países, directamente, nadie lo domina, si exceptuamos a las personas, que están más en contacto con el turismo: hoteles, taxistas -y no todos-, agencias de viajes...

          En los países, que hemos visitado de Asia Central, es muy difícil encontrar a alguien, que hable otra cosa, que no sea ruso. No es la primera vez, que nos topamos con gente, que solo domina su lengua materna y es lo normal. Nadie está obligado a conocer otros idiomas, solo para que tú te sientas cómodo y desenvuelto.

          El problema es, que en estos lugares, sobre todo, en Uzbekistán, muchas personas se cierran en banda, cuando se dan cuenta de que eres un extranjero y que no saben tu idioma, ni tu el suyo. Ya puedes insistir, que no hay forma. Directamente, te ignoran e incluso te hacen una cobra y te dejan con la palabra en la boca.

          Al final, tras mucho insistir, puedes colarles algún gesto o dibujo, que te ayuda a solucionar tus dudas sobre precios, alojamientos o direcciones. El gesto de juntar las manos debajo de la cabeza, para dormir o el de gritar el pulgar y el índice, para el dinero, si son comprendidos por casi todo el mundo. Otra cosa es, preguntar por las estaciones de tren o las de autobuses.

        En Samarcanda, a un taxista, le preguntamos cuanto nos cobraban por ir a la estación  de ferrocarril. No hubo forma. Ni siquiera diciendo el nombre en ruso, una de las pocas palabras, que habíamos aprendido. Solución: tirar de cuaderno y dibujar un trenecito, que incluso un niño de dos años hubiera trazado mejor.

           Para preguntar por las habitaciones: pintar dos monigotes y una cama grande, su quieres una doble.

          Para los horarios: si hay dudas sobre su son por la mañana o por la noche, nada  mejor, que dibujar un sol y una luna.

          Ya, las direcciones concretas son otro cantar. La gente más joven tira de traductor de Google o de cualquier aplicación, que traduzca el idioma. Los mayores, te cogen un papel y un boli y te hacen unos planos, que ya quisiea el mejor delineante.

          De estas formas, gracias a estas maneras un poco rudimentarias de comunicación, sales adelante en cualquier país y no te quedas bloqueado, porque el paisano de turno no sepa ni papa de inglés y tú no sepas ni papa de su idioma.

Folleteo y olor a fritanga para despedir el viaje

                                       Todas las fotos son, de Bishkek (Kirguistán)

          Tres días mkás, en Bishkek, parecían mucho, pero van pasando. Nada más llegar nos arrepentimos de no haber acelerado un poco más el ritmo y haber intentado la conquista, de Astana desde Almaty. Habiendo estado más despiertos, nos habría dado tiempo de conocer esta curiosa ciudad, pero habría sido una paliza importante añadir 1.300 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, a los 5.000 ya realizados.

          Aunque habíamos reservado en otro sitio, lo anulamos y nos quedamos en un hotel cercano a la estación de buses.

          La gerente resultó ser algo grosera y pesada y vigilo todos nuestros movimientos -ducharse, afeitarse y casi nada mas-, mientras en otras habitaciones gestionaba a otras parejas, que querían la habitación para follar por horas.

          Entre gemido y gemido femenino, no nos quedó otra que poner un canal de vídeos musicales en la tele, porque wifi no hay. De todas formas, sube la moral, ver el poco rato, que las pichas kirguisas aguantan en el envite ruidoso, sonoro y lubricado mete-saca.

        Al final, la noche fue tranquila, pero por la mañana nos vimos encerrados a csl y canto, por enormes candados en las puertas, que nos impedían la salida. A despertar a la dueña, que en plan zombi, ni siquiera puso mala cara.

          Cambiamos los tengas sobrantes y -milagrosamente, porque en Kazajistan no los quería nadie- los som uzbekos, a una tasa razonable.

        Paseamos y ya se nos va taponando la nariz y cerrando el estómago con el omnipresente olor- a fritanga de toda esta zona. El nuevo hotel _el que habíamos reservado y anulado el día anterior, es menos agresivo, aunque más rural y de desastrado acceso. Eso sí, el desayuno resulta estupendo, aunque haya que madrugar, porque solo lo sirven, de ocho y media a nueve.


        Es curioso, que para una semana de estancia, aunque no continuada, en Bishkek hayamos utilizado cuatro alojamientos distintos, casi al mismo nivel de otras ciudades, que hemos visitado muchas veces (Delhi, Kuala Lumpur, Bangkok...) Diría, que casi hemos ido de menos a más y solo volveríamos a este último, dónde hemos aguantado dos noches seguidas.


        Parece, que el viaje va languideciendo, entre cervezas, vodka y paseos ya cansinos por una ciudad sin alma. Y si no lo creéis, visitas la plaza de la Victoria y aledaños.

          Escribir un nuevo post sobre este periplo -salvo de asuntos generales-, no sería buena noticia, porque se debería a hechos inesperados y no deseados. Aunque, está frase cobarde, siempre me viene a la mente al final de cada viaje. ¡Adiós!

Coste de la vida en Kirguistán, Uzbekistán y Kazajistán.

                                                Todas las fotos son, de Biskhek (Kirguistán)
          5.000 kilómetros en un mes; 10 noches de treinta, en tren, autobús, aeropuertos y aviones; 1.350 euros de gastos totales para este periodo y para dos personas, incluyéndolo todo, aviones también... Puede parecer increíble, manipulado o exagerado, pero nosotros ya estamos acostumbrados hace décadas a viajar de forma esforzada, a veces sufriente, y sin gastar mucho dinero.

          Sirva este post para hacer una comparativa de los gastos del viaje en los tres países visitados. Os adelanto, que no existen muchas diferencias. No aplicaremos el "índice vodka", dónde si las hay: en Kirguistán una botella de medio litro sale por unos 80 céntimos; 1,40 euros, para Uzbekistán y dos, para Kazajistán.

          Transporte : el coste es bajo y muy similar en todos los países, con matices. El tren es más caro, que la media, en Uzbekistán, pero los buses salen más a cuenta. En los tres países, los buses grandes son bastante apañados -especialmente los nocturnos- y dónde más dependencia hay de las marshrutkas de largo recorrido es en Kirguistán. Kazajistán resulta muy económico: un recorrido de 825 kilómetros, entre Almaty y Bishkek, sale por unos nueve euros.

          Alojamiento:  el precio es muy parecido, pero con diferente contenido. En la práctica, sale más caro en Uzbekistán, pero es porque te meten una tasa turística por persona y noche de 2 euros, que a veces es el 30% del precio de la habitación. A cambio, ofrecen buenos desayunos, pero este plan implica dormir en un dormitorio compartido -mientras, en Kirguistán, puedes disfrutar de una doble, aunque sin alimentos.

          Alimentacion:  la mayor variedad -sean supermercados, fast food internacional, puestos o restaurantes-, lo hemos visto, en Kazajistán y además al mejor precio.

          Transporte público y taxis: muy barato en todas partes y los taxistas son los menos pesados del planeta (aunque les cuesta entender, dónde quieres ir)

          Cambio de dinero: excepcional en los tres sitios y sin necesidad de utilizar ningún cajero. Aunque, ponen muchas pegas para canjear los billetes de 100 y 200 euros.

          Entradas:  el único país, que cobra por visitar sus monumentos, es Uzbekistán, dónde se encuentran los mayores atractivos. Precios accesibles, en torno a 2-4 euros por cada visita.

jueves, 31 de octubre de 2019

De profesión, "jostelero"

                      Las cuatro primeras, de Almaty (Kazajistan) y el resto, de Biskek (Kirguistån)
          Como ya se ha indicado -al margen de este viaje-, nuestra experiencia en cuanto a estancia en los hostels no es muy dilatada, pero si lo suficiente, como para establecer algunas características del gremio "jostelero", que pueden variar, dependiendo de la época del año y de los países. También,es verdad, que en el "jostelerismo" existen grados por, lo que no hay, que tomarse este artículo al pie de la letra. Más bien, con cierta ironía.

          En los casos más distinguibles y puros, un "jostelero premium", elegirá su litera o cama en un dormitorio compartido de un hostel, aunque le salga más cara, que una habitación doble en otro establecimiento. Lo hemos visto decenas de veces, por extraño, que parezca, sobre todo, en el tercer mundo.


        La savia principal de los hostels, suele estar constituida por viajeros, que viajan solos -durante parte o todo su periplo-, siendo muy significativo el número de mujeres. La edad ha subido algo en los últimos años. La prueba es, que hace tres décadas eran pocos los establecimientos de este tipo y se llamaban  youth hostel y hoy en día, casi ninguno pone límite de edad, como entonces . Pocos jóvenes hemos visto en estos dormitorios. No se, si porque no les gusta este estilo de vida o sencillamente, porque la crisis ha reducido el número de viajeros de este rango de edad.

        Generalmente, suelen vestir de forma alternativa -faldas largas para las chicas y pantalones de coliringuis para los chicos, acompañados de pañuelos o fulares, para ambos, camisetas de tirantes, camisas indias, rastas, barbas...-, gustan de desplazarse en bicicleta y sin disimulo te miran por encima del hombro, aunque toda generalización acarrea injusticias y aunque no lo reconozcan. Son unas auténticas bestias a la hora de desayunar, bien sea a base de tostadas, mantequilla y mermelada o un bufet mucho más completo y variado, como ocurre, en Uzbekistán.

          Pasan buena parte del día en el hostel. Cómo van solos, una vez, que han llevado a cabo sus actividades, regresan al alojamiento, tal vez, por aburrimiento. Con excepciones y salvo para cocinar -actividad, a la que a veces dedican horas, picando y partiendo ingredientes para hacer un simple pollo con verduras y arroz o un plato de pasta-, destinan la mayor parte de su tiempo a estar tirados en su litera, pendientes de sus dispositivos electrónicos, sin dejarse ver demasiado por las zonas comunes, salvo si hay salón de televisión.


        Pese a lo que se pudiera pensar y al menos, en público, no consumen apenas alcohol. Si la ciudad no es muy animada, acostumbran a irse pronto a dormir. A veces, a las nueve y media de la tarde. Se levantan bastante pronto y en ocasiones, no resultan demasiado silenciosos.

          Normalmente, son raritos, introvertidos y con cierto halo de misterio, pero no conflictivos. No es infrecuente, que su visión de la vida sea algo radical y/o alternativa. Muchas mujeres, que viajan solas, se decantan por usar el dormitorio femenino, siempre que lo haya.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Dejamos Almaty, camino de Bishkek

                                              Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)

          Dejamos, Almaty, con cierta pena. Sus encantos son muy limitados -bazar, catedral, plaza principal-, pero a pesar de sus cerca de dos millones de habitantes, es la ciudad más paseable y sostenible, que hemos encontrado en este viaje. También, la mejor abastecida y barata, en cuanto a supermercados. Sin embargo y por otra parte, partimos contentos, por volver, a Bishkek -la capital que menos nos ha gustado de las tres- y romper una racha de nueve dias seguidos en dormitorios compartidos de hostel, con suerte diversa y de la que hablaremos en el próximo post.

          Nos enfrentamos a nuestra octava y novena frontera, antes de abordar la décima en el aeropuerto, en unos días. Los trámites de inmigración - inesperadamente-, resultan ser lo más fácil del día. En tan solo 18 minutos, cruzamos los dos puestos fronterizos, sin ninguna pega. Fotos a la salida y la entrada, entrega de la tarjeta kazaja con los dos correspondientes sellos y listo.

          Se produce alguna complicación más con el transporte. Primero, nos contraria, que sea una marshrutka la que nos lleve a la frontera, en 3:30 horas con parada incluida. Y, después,nadie nos había explicado, que solo llega hasta esa línea fronteriza y no a la capital kirguisa.

          Una vez más, tenemos suerte, porque se ha sentado a nuestro lado un japonés, que ha hecho este recorrido decenas de veces, como muestra su pasaporte. Después de hacer el cruce andando y atravesar un río, nos indica, que le sigamos, cosa que hacemos. Hay, que caminar otros 500 metros, para llegar a una especie de parada, no señalizada donde debemos esperar más de una hora con un vendaval de narices, hasta que venga otra marshrutka, dónde pone, Bishkek.

        De nuevo, el vehículo va casi lleno, para, tras un tremendo atasco insoportable, ponernos en la capital, de Kirguistán, en 50 minutos. Menos mal, que hemos llegado a la estación más céntrica, que ya conocemos. En total, casi seis horas para 225 kilómetros.

          Nos hemos quedado con un poquito más de ganas, de Kazajistán. Haber ido a la histórica Turkestan o a la excéntrica y moderna Astana, a la que  le acaban de cambiar el nombre por el del antiguo dictador, que renunció a sus cargos en febrero de este año.

sábado, 26 de octubre de 2019

Comparando Uzbekistán con Kirguistán

                                   Todas las fotos son, de Samarcanda (Uzbekistán)
           Llevamos solo dos días, en Uzbekistán, pero ya hemos notado notables diferencias entre sus pobladores y los kirguisos. Por ejemplo y fundamental, son más estrictos en todo, mucho más burocráticos, mientras los segundos se muestran bastante más flexibles y amables.

          Diríamos, que los primeros resultan más parecidos a los rusos y los de Kirguistán, a los más relajados asiáticos, de Armenia, Irán, incluso. Del sudeste del continente. En Kirguistán, te puede alquilar una habitación quien quiera. En Uzbekistán, obligan a registrarse, lo que hace casi imposible el acceso de los particulares al mercado y además, es una molestia para el turista, tener que estar todas las mañanas recogiendo el dichoso papelito firmado. Aunque aquí, es más fácil, que sì este incluido el desayuno.

          A la hora de subir al transporte, en Kirguistán no hacen nada cuando vas a subir al cacharro o autobús de turno. Para tomar el tren amén Taskent, tienes que pasar más controles de pasaporte y billetes, que en un aeropuerto conflictivo. Una ventaja más de Uzbekistän, es el metro de Taskent, que te permite llegar de forma rápida a varios puntos turísticos de la ciudad.

        En Kirguistán, también es más relajado en el tema religioso, como ya dijimos. En Uzbekistán, hay más gente en las mezquitas y existen muchas más (aunque muchas son antiguas y están cerradas al culto). Sin embargo, en los últimos años están construyendo otras nuevas y muchas de ellas pagadas por el gobierno, antes reacio.

          Las jóvenes visten en ambos destinos a la europea y entre las más mayores, hay de todo. Pero, si no fueras consciente de que estás en un país musulmán, las pocas mujeres con velo te parecerían pertenecientes a un grupo minoritario de la población.

          El alcohol y la cerveza, en Uzbekistán son aceptados, mayoritariamente, aunque con ciertas restricciones. No se vende en los supermercados, solo en tiendas especializadas (solo vimos tres en Taskent). Otra gran diferencia es la potabilidad del agua, en Kirguistán, si lo es y en Uzbekistán, no.

          Las ciudades en Uzbekistán están más cuidadas y con un asfaltado más acordé a los tiempos actuales. Se habla más inglés, pero solo en el sector especializado, que se dedica al turismo.

          En Uzbekistán, es bastante más caro el alojamiento -por los impuestos-, algo más el transporte y la comida cuesta lo mismo. El vodka dobla su precio.

           A pesar de ser vecinos, los rasgos físicos son muy diferentes: asiáticos para los kirguisos y europeos para los uzbekos. Las chicas de esta nacionalidad son, especialmente, guapas.

           El transporte es mejor, en Uzbekistán, con diferencia clara, gracias al tren, aunque las marshrutkas son un cacharro infame en ambos países.

          En Uzbekistán, se ponen algo más quisquillosos a la hora de cambiar billetes grandes en los bancos.

jueves, 24 de octubre de 2019

La noche de las cuatro fronteras

                Las tres primeras son, de Bishkek (Kirguistán y el resto, de Taskent (Uzbekistán)

        Comprar los billetes, de Bishkek, a Taskent, no resulta demasiado difícil. Nos pidieron el pasaporte y pusieron pocas pegas. Esto, hace sólo siete meses, hubiera sido imposible, porque hasta febrero pasado, Uzbekistán exigía un visado tramitado, previamente.


        La cosa empieza mal y no por los quince minutos de retraso en la salida, sino porque nos quieren gestionar nuestros pequeños bultos a su manera y guardarlos en el maletero del autocar. Tras una larga discusión, ellos ganan.

          Las dos primeras horas las pasamos durmiendo, dado que hemos venido, previamente, abundante cerveza. Y eso, a pesar de la película, que van emitiendo a todo volumen. Anochece, cuando llegamos a la primera frontera. Salimos de Kirguistán sin demasiados trámites y entramos en otro país. Como hay, que rellenar a toda prisa dos formularios -uno grande y otro pequeño-, nos ponemos nerviosos y ni miramos de que nacionalidad se trata. Encima, parte de uno de ellos, no está en inglés, ni en nuestro alfabeto. Falsa alarma, porque se muestran bastante transigentes.

        En 25 minutos hemos hecho todos los trámites y en 55, el bus ha pasado la severa y minuciosa inspección del foso. El móvil, a través de las redes celulares nos chiva, que estamos, en Kazajistán (no es necesario visado desde enero, de 2017). ¡Bendita tecnología!. Parece, que todos los recorridos entre estas dos ciudades atraviesan el sur de esta nación.

          La noche va a ser larga. Bebo vodka y nadie se entera o se quieren enterar. Y todo, porque la mayoría van viendo en las pantallas un show a todo volumen, parecido al "Club de la Comedia", pero a la uzbeka.

          Pasan más de siete horas, cuando paramos a mear con la vejiga ya inflamada. No tenemos dinero kazajo, así que a buscarnos la vida entre los árboles con el peligro de hacernos daño. Cuando arrancamos parece, que estamos en las afueras de Taraz -la ciudad luminosa, a tenor de los miles de farolas de luz blanca-, pero en realidad, sabríamos luego, que se trata, de Shynkem, mucho más cercana al borde fronterizo. Entonces, sube una señora y con la connivencia del conductor, va haciendo de cambiará de moneda a todo el que quiere -no demasiados-, contando y recobrando los billetes de escaso valor de estos lares.


        No hay un solo momento de calma porque salimos de Kazajistán, de forma lenta y atropellada, devolviendo el formulario de la aduana. Hemos estado en este país ocho horas, pero tenemos planes de regresar para el futuro casi inmediato.

          Entrar en Uzbekistán lleva su tiempo -ya voy bastante confundido y harto hasta para calcularlo-, pero los trámites son más sencillos de lo previsto. Ni se rellena formulario alguno, ni te registran el equipaje, ni te miran el móvil, como dicen por ahí en los blogs, como no hace mucho. Parece que las cosas evolucionan. Por el contrario, se ceban con el registro del vehículo en plena madrugada.

          En el último tramo, ni siquiera me da tiempo a rematar la botella de vodka, que terminó en la estación, de Taskent. Son las 4:30 de la mañana y hemos ocupado más de doce horas en esta paciente aventura. Mi pareja se tumba en un banco y yo en el suelo y nadie nos molesta.