Y llegó el día. Cronológicamente, así se desarrollaron los acontecimientos. Cuando salimos a la calle, sobre las 7:30 de la mañana, llovía a cántaros. Menos mal, que habíamos pernoctado al lado de la estación.
1. EL PRIMER AUTOBÚS. Lo tomamos con normalidad. Buen precio, pocos viajeros y excelente carretera.
2. EN EL MEDIO DE LA NADA. Se cumplieron nuestros pronósticos. Nos dejaron en una calle bulliciosa de Van Thean, lejos de cualquier estación. Nervios y desconcierto.
3. EL MINIBUS COMPLEMENTARIO. Tras unos minutos -algo nos había dicho el cobrador, en vietnamita -, caímos en la cuenta de que había un minibus gratuito que nos llevaría hasta la estación de Haiphong, un edificio muy nuevo.
4. CAMBIO DE ESTACIÓN Y LOS TAXISTAS MALOS. Un empleado nos informa que debemos cambiar de estación. No existe transporte público para tal fin. Entonces empieza el acoso de un par de taxistas sinvergüenzas, que utilizan sus tretas -sobre todo, los numerosos ceros de la moneda vietnamita-, para tratar de estafarnos. Como no lo consiguen, se rien de nosotros, que mostramos indiferencia. En Vietnam es muy común, que cuando se enfadan, en vez de gritar, les entra la risa floja
5. EL TAXISTA BUENO. Como los anteriores no acceden a negociar, usamos el plan B de siempre: salir de la terminal y buscar en los alrededores. Cuesta un poco, pero al final, nos aborda un hombre amable. Tardamos más de diez minutos, con traductor incluido, en que entienda, donde queremos ir. A la estación de donde salen los buses a Bay Chai.
6. EL DESCONCIERTO Y EL HORROR. La otra estación no es tal, sino un cruce, donde hay tres microbuses de 16 plazas. Como es media mañana, no existe demanda, por lo que pretenden alquilarnos el vehículo entero a un precio astronómico, ligeramente negociable.
7. EL PÁNICO. No sabemos dónde estamos, no tenemos wifi -no solemos comprar tarjetas locales -, no encontramos hoteles más allá del Meliá o el Sheraton y contamos con escasa liquidez en moneda local, no encontrando ningún banco, donde cambiar moneda.
8. EL FRIO Y LA LLUVIA. Ayer nos abrasaba el sol y nos moríamos de calor a 32 grados. Hoy apenas hace 17 y cae agua. Hemos pasado del más radical aire acondicionado de la habitación al calor del interior del primer centro comercial no de lujo, que hemos visto en este país.
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