Al llegar a Mascate y tras abandonar las puertas de desembarque, se nos presentaron dos opciones: o a la estampación de la visa gratuita -durante catorce días - o a tránsito internacional. Conocemos parte de Omán, pero no su capital, por lo que habíamos pensado usar seis de las ocho horas de escala para descubrirla. Pero, entre que estábamos agotados psicológicamente y que no teníamos claro el transporte al centro, nos quedamos en el área de Transfer. Debimos abordar un nuevo control de equipaje, que está vez, pasamos sin problemas.
El aeropuerto de Mascate es una maravilla. De diseño futurista, fue terminado en 2017. Tiene una almendra central, donde se hallan todos los servicios -incluidos los duty free, donde venden bebidas alcohólicas no muy caras- y tres zonas de embarque, con salas de espera, sofás y todas las comodidades imaginables para los pasajeros. Un lugar sin duda y no exagero, para quedarse a vivir.
Así, que las ocho horas pasaron en un plis plas y a las diez de la noche y después de dos horas de intensa lluvia en el exterior, estábamos volando para Bangkok, está vez, en una aeronave llena de pasajeros, mayormente, asiáticos. El vuelo, que a diferencia del de la mañana, apenas sufrió turbulencias, aterrizó en la capital de Tailandia seis horas después, que pasamos enteramente, durmiendo.
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