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jueves, 11 de enero de 2024

Impotencia y vulneración de derechos en el aeropuerto de Dong Muang

           Después, del que hemos cogido ayer tarde, 9 de noviembre, desde Bangkok, a Hanoi, llevamos 27 vuelos este año, lo que supone una cifra bastante relevante. Dado, que en algunos aeropuertos -Kuwait, por ejemplo-, hay que pasar más de un control de seguridad, habrán sido unos 40 registros en total. En torno a un 70% de ellos no hemos tenido ningún problema, porque somos muy cuidadosos con lo que llevamos en los bultos de mano (ya nunca facturamos equipaje, desde al menos, hace tres lustros). Pero las experiencias negativas, que hemos tenido, han sido realmente terribles. Me da la sensación, de que el personal del escáner -que en la mayoría de los casos son niñatos y niñatas, muchos de ellos inmigrantes y no policías o personal realmente formado para su trabajo-, cada vez están más crecidos y han decidido, que tienen licencia para no respetar ni uno solo de los derechos inalienables del pasajero, que se encuentra tan cabreado, como vendido.

          Pase, que te retengan y registren por una cámara de fotos de tamaño medio o por una lata de sardinas de 90 gramos -hasta donde yo se, son menos de cien mililitros-, sin explicarte el motivo.  Pero es, que en Tánger, no hace mucho, llegaron  al acoso sexual y en Kuwait, hace unos días, nos hicieron pasar una mochila seis veces por el escáner, incluso vacía y además, de muy malas maneras.

          La última y desagradable experiencia la hemos tenido en el aeropuerto de Dong Muang de Bangkok. Sin dar más detalles, ya fue muy penoso el control de pasaportes para la salida del país. Al llegar al escáner habíamos llenado cuatro bandejas, que aumentaron a seis, porque nos obligaron a quitarnos los playeros, cosa que no nos había ocurrido nunca (si  en el caso de botas).

          Nos retienen una de las mochilas y hay que negociar con una displicente y mandona jovencita de unos 20 años. Hoy el problema son cuatro de los seis botes de alcohol, que llevamos y que hasta ahora y durante décadas, habían pasado por todos los aeropuertos del mundo. En los dos permitidos pone 80 centilitros y en los restantes, que son un pelín más grandes, no se certifica la medida exacta, pero es evidente, que ni de lejos, superan los 100.

          Pues nada, que la desagradable señora se pone en plan cabeza-buque y quiere retener los frascos. Pues no. El alcohol lo tiraremos, pero los envases nos los llevamos nosotros, con tan buena suerte, de que al tirarlos, gran parte del líquido cayó sobre sus zapatos, poniendo ella una cara de asco, digna de ser retratada al oleo.

          Lo más irritante fue, que en la otra mochila iban otros cuatro botes similares con líquido de las lentillas -transparente, como el alcohol-, también sin etiquetar y no dijo, ni mu.

          Algún convenio internacional debería acabar con estos atracos a los sufridos viajeros. Y, enrabietados  dijimos: "pues ahora nos compramos una botella en el duty free y te jodes". Desistimos. El güisqui más barato, era más caro, que en las calles de Dinamarca o Noruega: más de cincuenta euros

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