El primer autobús desde el aeropuerto, a Kuwait City, parte cada madrugada a las 4:30 y fue el que cogimos, para pillar el menor calor posible. A groso modo, el precio del transporte público, el de los refrescos, el de las sardinas, el pan de molde y el tabaco -este último, en el duty del aeropuerto y no en la calle - son los únicos servicios y productos baratos, que encontrareis en el país.
A las cinco y diez, el amable conductor nos manda bajar - en hora punta se tarda más -, cuando aún queda más de media hora para amanecer. Allí mismo, podríamos haber tomado otro transporte hasta las torres de Kuwait, pero preferimos ir andando, para ver lo que había de camino, a nivel tanto logístico, como de visitas.
Lo primero, que encontramos, fueron unas molestas y dilatadas obras. No había nadie en esta zona, que llaman Old Town, aunque es nueva. Resultó un contraste muy marcado, con la actividad trepidante, que habíamos visto en los barrios de aluvión de los suburbios, donde obreros, fundamentalmente, indios y de Bangladesh se parten el cobre en diversas construcciones. No tardamos mucho en encontrar la torre de comunicaciones -tipo "pirulí" madrileño - o de la Liberación y una bonita y corpulenta mezquita. Las calles de Kuwait City son anchas, igual que las aceras, siendo malas cosas para protegerse del sol. Los conductores resultan bastante respetuosos con el peatón.
Habiendo ya amanecido, nos topamos con un supermercado y un enorme centro comercial, todavía cerrados. Tras casi dos horas de entretenida caminata, llegamos a las famosas torres, que nos resultaron enormemente decepcionantes, porque están rodeadas de obras y porque en las fotos promocionales están tomadas desde el aire y el mar, algo a lo que el viajero no tiene acceso, porque las ve de frente y desde dentro.
Los atractivos de Kuwait City están en torno a La Corniche, pero muy dispersos, entre si, por lo que no está de más tomar un taxi, para acortar las distancias. En cambio, nosotros, habíamos decidido no visitar la parte derecha de este paseo marino, que cuenta con un interesante centro cultural, la isla verde -de pago y para planes familiares - y las playas más alejadas.
Nos dirigimos a la bonita bahía -barcos de lujo con rascacielos de fondo forman su estampa-, que se encuentra al lado del mercado del pescado y el zoco. El primero tiene un ambiente vibrante y muchos peces muy frescos de especies, que no conocemos. En el no trabaja una sola mujer. El segundo está formado por un edificio de lujo, donde se asientan todas las marcas internacionales , más -como en otros países árabes,- tenderos de medio pelo. Más allá una soberbia mezquita y un bello palacio, donde tuvimos problemas con un estúpido guardián por hacer inofensivas fotos.
Durante la tranquila vuelta, nos deleitamos en el puerto de dows -extraordinarios barcos de pesca de época, que todavía se usan- y pasamos largo rato en el centro comercial, que entre centenares de negocios y siete plantas, alberga un Ikea, con los perritos al triple de precio, que en España.
En Kuwait la gente de a pie nativa del lugar no pasea, por lo que la ciudad está desierta a todas horas. Sin embargo y a cada rato, ves a grupos de indios a paso ligero, que salen de sus largas jornadas laborales y son recogidos por autobuses, que los llevan a sus guetos del sórdido extrarradio.
Sobre las tres de la tarde, tomamos el bus de vuelta, al aeropuerto. Se había nublado el cielo y amenazaba lluvia. Pero la franja entre las ocho y las doce de la mañana había sido tremenda de calor y sol, superando los 32 grados.
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