Tras la media hora del almuerzo, en la que por lo menos pudimos estirar las piernas, seguimos viaje. La carretera se volvió algo menos ascendente y con escasas curvas, pero no pudimos mejorar nuestros registros de velocidad, porque el tráfico -formado fundamentalmente por todoterrenos y camiones de obras-, era intenso.
Sobre las cuatro menos cuarto de la tarde y tras 80 kilómetros de tortura, llegamos a la frontera de Sikkim, en Rangpo. Somos los únicos extranjeros en el vehículo y por tanto, solo nosotros deberemos bajar en el control de pasaportes. Afortunadamente, el bus nos espera y no, como nos ocurrió una vez en el cruce entre Turquía y Georgia. Entregamos a un policía los pasaportes y el permiso -uno para los dos- y en menos de cinco minutos tenemos colocados los sellos de entrada. Pero el retraso aumenta en diez minutos más, porque nuestro conductor desaparece, sin decir a donde.
A la legua se ve, que está ciudad, nada tiene, que ver, con los núcleos urbanos, que hemos atravesado antes, pero tardamos mucho tiempo en cruzarla. Ahora ya es seguro, que llegaremos de noche.
Continúan las constantes subidas y bajadas, pero ahora resulta más difícil acceder o descender del cacharro, porque un joven se ha quedado dormido sobre parte de la escalera con los pies colgando hacia afuera y así seguirá, durante mas de hora y media, sin caerse y sin que nadie -salvo nosotros - se sorprenda
Varias chicas jóvenes, que acaban de subir, se sientan junto a nosotros. Son simpáticas y se interesan por nuestra nacionalidad y por si nos sentimos a gusto en Sikkim. Semejantes cosas no le interesan a nadie en el resto de estados de India.
Desde que hemos cruzado la frontera, la carretera, los edificios y muchos vehículos, tienen banderolas naranjas, rojas y verdes, con las letras SKM. Hay muchísimas, aunque todavía no sabemos si se deben a motivos identitarios nacionalistas.
El viaje comienza a hacerse interminable y los once últimos kilómetros, sencillamente, eternos. Cruzamos otras localidades, como Singtam, Ranipol y Tandog, donde la carretera se vuelve muy curva y ascendente. Los comercios muestran luces y rótulos despampanantes, no vistos en el resto de India. La llegada a Gantok, nos recuerda bastante a la de Katmandú. Hemos empleado seis horas y quince minutos para completar unos 115 kilómetros.
Otra vez a caminar de noche y a afrontar algunos peligros como los días de Delhi y New Jalpaiguri. Al fin, tras veinte minutos caminando nos ponemos en nuestro hotel, con un check in muy largo y con un trato no muy adecuado. Cambiaremos de establecimiento al día siguiente.
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