Paradas larguísimas en las estaciones del recorrido y eternas en medio de la nada, pero aún no somos conscientes de cuanto ha aumentado el retraso, porque no tenemos referencia del horario de paso,vsi no hubiera demora
A las 8 de la tarde llega el mayor bajón del viaje. De forma misteriosa -cosa muy habitual, en India -, aparece una conexión wifi abierta. Llevábamos todo el día trasteando, sin éxito. De las diez últimas horas, solo hemos avanzado seis, por lo que a las ocho de retardo anteriores, hemos sumado otras cuatro. Desesperación. Con estos datos, en vez de llegar a las previstas cuatro de la madrugada, lo haríamos a idéntica hora de la tarde. ¡Catastrófico! Si seguimos perdiendo tiempo, arribaremos de noche en un lugar desconocido. Nos resulta casi imposible mantener la calma.
Al menos, la conexión inalámbrica nos permite subir los vídeos de ayer y de hoy, incluido uno del tren. Pero, tras hora y media la señal desaparece y no vuelve hasta las cuatro de la tarde del día siguiente. Hemos fotografiado de Indian Railways, las paradas oficiales, para tener referencia.
Poco a poco vamos asumiendo lo inasumible y recuperando la calma. ¡Que remedio! Y eso, que el entorno no ayuda, porque el pasaje está cada vez más alborotado. Normalmente, en sleper, la gente se acuesta sobre las ocho o las nueve de la noche. Ahora es medianoche y nadie duerme. Ni siquiera, el veterano padrazo. Los móviles cargan a ratos porque la electricidad va y viene, como la felicidad en India.
A las dos de la mañana, nos dormimos una vez hemos pasado Patna, doce horas después de lo previsto. El tren lleva seis horas sin agua y la última meada del día se convierte en el momento más desagradable y vomitivo, dado que han defecado descompuesto fuera de los agujeros del baño.
Dormimos como niños pequeños, hasta las once de la mañana, a pesar, de que nos han seguido taladrando el cerebro toda la noche con el chai -todos sus vendedores tienen la misma voz potente y ronca -, el biryani, los thalis, pineaple, pani, chana masala... Sorprendentemente, no hemos perdido un solo minuto en las últimas dieciséis horas y así seguirá la cosa, hasta las 13:30.
En ese momento, nos levantamos a orinar y le digo a mi pareja: "ya verás, como al final, termina pasando algo". No pasaron ni cinco minutos, cuando el tren volvió a las andadas, sumando otras tres horas de retraso, hasta las quince. El viaje de 28 horas, se había convertido en 43.
Al bajar al andén, el ambiente era más parecido a una secta inmolándose, que a un tren de pasajeros. Nuestras peores experiencias viajeras en el pasado habían sido por este orden, en Myanmar, Etiopía y Guatemala. Este viaje indio y con diferencia, se encarama a lo más alto del podium.
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