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jueves, 15 de febrero de 2024

Repentino cambio de planes: a Tezpur

           Aunque con el cambio de hotel, conseguimos una minúscula venganza, no logramos la mayoría de los efectos deseados. Además de la historia del wifi poco potente y clandestino -os sorprenderá saber, la cantidad de ellos, que tienen como clave: 12345678-, nos molestó el sonido del interminable tráfico exterior -sirenas toda la noche- y además apareció un componente nuevo: bichos invisibles de la cama, que en mi caso, me provocaron una insufrible alergia de picores en las manos. Y eso, que por sospechosas, habíamos descartado taparnos con las mantas del alojamiento, donde no había más huéspedes, que nosotros.

          Teníamos claro que iríamos a Shillong, en Meghalaya. De hecho, llegamos a subir en el todoterreno, pero como nos dieron los peores asientos, habiendo otros libres, nos dió un ataque de ira, nos bajamos indignados y nos fuimos a comprar los billetes del bus público, a Tezpur. Y eso, fue otra historia porque tardamos más en adquirirlos, que los de tren, a Guwahati, que compramos en Darjeeling. Y, para terminar y darnos la vuelta de 75 rupias -menos de un euro -, tuvieron que desbloquear la caja fuerte, como si se tratara de una gran operación financiera en efectivo.

          Bus viejo, pero mucho más confortable y con aire acondicionado, que los de Siliguri o West Bengala. Nadie hizo el viaje de pie y todo transcurrió con tranquilidad -hasta el sol se nubló -, sin mayores novedades, que los enormes baches de la carretera -autovia todo el rato -, que castigaron sobremanera mi dolorida costilla, aunque también, lo hace la constante tos, que sufro, desde hace más de tres semanas. 

          El paisaje aburrido salvo en el entorno del bestial Bramaputra, que atrapa a Tezpur.

          El de la taquilla nos había asegurado cuatro horas de viaje. La Lonely Planet, cinco. Al final, cuatro y media -con veinte minutos para la comida -, por lo que contentos.

          La guía no dispone de plano de Tezpur y no habíamos mirado en internet, al no ser, el siguiente destino previsto. Rezamos, para que nos dejara en la estación de autobuses, de la que teníamos alguna referencia y aunque con suspense, así ocurrió.

          Mal comienzo: en los primeros ocho alojamientos, no nos aceptaron y comenzó la desesperación, con solo dos horas de luz por delante (de noche, a las cinco).

          Al noveno y por 750 rupias, nos daban una habitación básica, con baño de agujero. Todo el mundo nos empezó a mencionar el Central Points, donde finalmente, hemos obtenido una correcta alcoba por 1.120 rupias. ¡Y, con estupendo wifi!

          Callejeando y buscando la cena -llevábamos todo el día con una Cocacola de 2,25 litros -, encontramos el bonito y original templo de Ganeshgarth y los ghats. En poco más de una hora habíamos pasado de tener que dormir en la estación de autobuses, a contemplar una magnífica puesta de sol acuatica.

          El día terminó, viendo cómo un camión con dos altavoces y la música a tope, iba alborotando a decenas de hombres y niños, que iban detrás -más que bailando -, haciendo el macarra. En India solo se aburren los indios.

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