Nos despertamos con la resaca de las elecciones gallegas. Habíamos estado escuchando a Angels Barceló hasta las tres de la mañana -hora local-, momento del 50% del recuento, cuando los resultados ya parecían claros.
Nos dio cierta pereza abandonar Siliguri, otra vez más y es, que hasta el diablo te termina seduciendo. En la estación nos sorprendió que el billete a Kalimpong sea más caro, que a Darjeeling, cuando son menos kilómetros.
El bus - otro cacharro más para la colección - circuló durante largo rato por el camino por el que en su día fuimos, a Gangtok. Tardamos tres horas y cuarto para 67 kilómetros, lo que sigue empeorando nuestras medias de velocidad, aunque por lo menos, el recorrido no presentó más incidentes que unos cuantos millones de baches.
Al llegar a Kalimpong nos dimos cuenta, de que habíamos regresado al invierno vespertino y nocturno y que en el alojamiento, tocaría envolverse en mantas y dormir con una losa encima.
La fortuna hizo -tirar por la calle adecuada - que encontráramos un buen alojamiento, a un precio razonable, confirmando, que una vez más, no tendríamos ninguna fuente de calor. Al menos, sí, agua caliente para la ducha y calentador para sopas o café, lo que no es frecuente en India.
Kalimpong -a pesar de que al entrar, lo parece-, no es una ciudad cacharro, tipo Siliguri. El tráfico es razonable, hay calles de una sola dirección y no se pita demasiado, aunque existe carencia casi total de aceras. No está demasiado sucia.
En primer lugar, visitamos la gompa Thongsa, que además del templo principal, tiene una estupa. Bonita y muy animada y colorida, porque los monjes estaban en pleno rezo.
La segunda, gompa Tharpa Choling se encuentra mucho más lejos, a una hora caminando desde el hotel y ascendiendo una exigente colina. Es más interesante y bella por dentro, donde se encuentran los budas del pasado, presente y futuro, además de una esmerada escenificación religiosa. En el exterior y dando a un mirador, otro Sidarta y supongo -la niebla era severa, una vez más -, buenas vistas del entorno y las montañas.
El resto de la tarde lo pasamos paseando por dos ordenados bazares. En ellos, no encontramos, ni el típico queso de aquí -traído hace siglos por unos jesuitas, que montaron una lechería -, ni las piruletas de leche, mantequilla y azúcar, de los que habla la Lonely Planet
Debido a la dispersión, nos quedaron cosas por ver, como otra gompa, una iglesia, un orfanato, hoy colegio, fundado por un misionero escocés, pero de todas formas, el día resultó interesante.
La mayor molestia y como en toda esta zona, los malditos todoterrenos.
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