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lunes, 19 de agosto de 2024

Día redondo, de camino a Agartala

           A las dos de la madrugada ya estábamos en pie, preveyendo un día duro, por el largo viaje hasta Agartala y por la incertidumbre a la llegada, a una hora de hacerse de noche, en el mejor de los casos. Por la calle se anda mejor a esas horas, que durante las del día, porque apenas hay tráfico y cacharro alguno sobre las aceras. Pero la luz es escasa y esconde los peligros y las trampas.

          La primera pelea del día es con una señora gorda, que se niega a moverse de la litera de abajo, para que podamos montar la del medio. Con esta mujer y su amiga, de idénticas dimensiones, tendríamos varios problemas a lo largo de las horas, debido a su actitud salvaje e intransigente. De hecho, también los tuvo la policía, que a falta de unos cien kilómetros para el destino, les registro su pesado equipaje, a fondo, sin encontrar nada.

          Salimos puntuales y costó dormirse, porque estábamos desvelados y por el intenso calor, pero finalmente lo logramos, para despertar sobre las nueve, observando un bonito y verde paisaje de montaña y constantes y largos túneles. Más adelante y para no desaparecer, llegaron los campos de arroz y finalmente, las fábricas de ladrillos. Ambas escenas son típicas de Bangladesh, país, que estamos bordeando .

          A las diez empezó a llover de forma intensa y cuando esto escribo, todavía no lo ha dejado. Cada tormenta va dejando en ridículo la del día anterior. No habíamos visto un monzón parecido en nuestra vida, ni en India, ni en el sudeste asiático.

          Nos volvemos a dormir hasta la una de la tarde, a pesar de las gordas y de los gritos de los vendedores. El resto  del pasaje va bastante tranquilo y es de agradecer. A ratos, vamos por delante de la hora y para nuestra inmensa felicidad, llegamos puntuales, por primera vez, desde hace mucho tiempo. 

          Queda una hora de luz y debemos aprovecharla, porque el deteriorado firme está encharcado y lleno de barros y de noche, podría ser terrible. En las inmensas balsas de agua, vemos y oímos a ranas y/o sapos, sin llegar a distinguirlos. La tromba sigue cayendo sobre nuestras cabezas, pero no queremos perder tiempo.

          Llegamos al primer hotel, que habíamos visto, en Maps. La sorpresa es mayúscula, porque no nos ponen ninguna pega, tienen wifi y nos piden 600 rupias, que después reajustan, a 800. El tío no habla ni papa de inglés y el registro nos lo hace un cliente.

          Más sorpresas: la habitación es nueva, muy luminosa y amplia. ¡De las mejores de este viaje!.

          La estación de Agartala se encuentra muy a las afueras y salvo hoteles, apenas hay ningún servicio, excepto un puesto de fritanga, donde cenamos a base de soberbias croquetas de pollo, huevo duro y patatas, fritas a nuestra vista. Lastima, para redondear, que la tienda de la cerveza mas cercana, se halle a dos kilómetros.

          En India, tu planificas, te haces tus ideas y después la realidad te da un baño de: "esto es lo que hay" 

          En Tripura, cristianos e hindúes son mayoría (40% de cada uno). En Megalaya, también cristiana, nos cogían en todos los alojamientos y aquí, al primero. Pensamos, que el asunto religioso y la legislación estatal tienen bastante, que ver con este hecho. 

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