Todas las fotos de este post son, de Kovalam (India)
¡Tenemos tantas cosas, que contar¡
Después de dos semanas en India, parecemos asentarnos, pero eso es
mucho decir, así que “deleted”. Aún está pendiente el post de
nuestro reencuentro con India y con una estación de Chennai, donde
ratas como conejos, compartían espacio y andenes, con gente
rejuntada en el suelo, durmiendo o tocándose los pies (eso, que les
gusta tanto). Aún debemos de hablar -aunque, creo que ya lo hicimos
la otra vez-, de lo guarros, insensibles y maleducados, que son los
indios del sur (ellas menos).
Y, de algo, que merece un espacio a
fondo por baladí, que parezca: los abundantísimos perros en la
India y su amor por los occidentales. Pero, por ir cerrando brechas,
resumamos los últimos acontecimientos, especialmente uno: Kovalam
dispone de una correcta playa, orientada al turismo cómodo, que
quiere el hotel, el arroz frito con pescado y la cervecita, a escasos
metros de la arena y el agua. Si uno se adentra más en sus
entrañas, descubre mezquitas y la cotidianidad de la gente, que es
igual en toda India, cuando uno sale del estrecho entorno turístico.
Varkala, por el contrario y a nuestra
llegada, nos resultó más hostil, como siempre entre cacharros y
cacharros. Pero, el ambiente es más distendido, cuando se llega a la
zona -supuestamente, porque está todo vacío-, turística. A un
lado, la playa y los alojamientos de los “pobrecicos”. A otro y
recorriendo el magnífico, relajado y largo paseo de los “cliff”
(acantilados), los de los más acomodados o cómodos (que no es lo
mismo). La playa es salvaje y maravillosa, aunque como en Kovalam,
ondea la bandera -trapujo- roja -ya anaranjada por el sol-, que no
sabemos, si han puesto esta mañana, hace 20 meses o diez años. La
playa, aunque casi desierta, cuenta con vigilancia, así que no hay
problema en tirar de bikini.
Pero, el acontecimiento más excitante
y alarmante -un día nos vamos a meter en un lío, de tanto ir a
nuestra bola-, nos ocurrió en la tienda del alcohol. Describo, sin
opinar. Se encuentra en una callejuela sin salida y abarrotada de
lugareños, aunque menos sucia de lo habitual, en estos casos. La
alargada fila -india, por supuesto, aunque tan poco frecuente en este
país-, esta delimitada y conducida por barras, como las de cualquier
ventanilla o aeropuerto. Antes de llegar al enrejado mostrador -uno
cobra y otro despacha-, te tienes que introducir, -todos amontonados
y ansiosos-, en una estrecha y larga estructura de chapa, que no se
muy bien, si se parece más al corredor de la muerte, a los atestados
pasillos hacia la cámara de gas, al túnel del tiempo o al del
viento del coche de Fernando Alonso .
Normalmente, en las tiendas de alcohol
de la India, si eres chica y el propietario te ve, te puedes saltar
una fila de 70 penitentes y ordenar tu pedido. Pero, con esta
estructura no y sólo hay cuatro o cinco personas, que te ceden tu
puesto en la cola. El que esta dentro comprando, sufre; el que esta
fuera, también. Primero, porque no tiene la certeza de que su pareja
saldrá de allí y segundo, porque le asedian algunos lugareños -con
su falda de sube y baja, tan típica del sur del país, Sri Lanka y
Myanmar-, para saltarse la cola y que les compres tú lo que desean.
Algunos ya están bastante borrachos. Hasta 30 rupias nos ofrecieron
por hacerles de alcohólicos recaderos. Por supuesto no aceptamos sus
propuestas, a pesar de la presión.
Los tickets de la caja -nunca nos los
dieron en otra parte- delatan el lucrativo negocio del alcohol en
India, cedido exclusivamente a los amigos. El precio de la cerveza es
de 60 rupias, de las que 50 son impuestos. El ron -supuestamente,
porque es un simple alcohol con azúcares y colorantes- vale 180.
Impuestos, 110.
Igual, que vimos a decenas de hombres
en esta espirituosa cola, sin lavarse hace desde meses,
aparentemente, también contemplamos a muchas mujeres con su sari
impoluto, a niños sin zapatos y a feminas metidas hasta las rodillas
en el agua, recogiendo arroz. Pero, no tenemos la suficiente
información veraz, para conectar todos estos acontecimientos. Pero,
ahí queda la pregunta: ¿no tendrán calzado muchos críos, porque
su padre se gasta el dinero en mamarse, a diario?.
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