Todas las fotos de este post son, de Varanasi (India)
La aventura de viajar a Allahabad -de
discutible merecimiento, como ciudad, aunque tampoco nos arrepentimos
de haberla puesto en marcha-, acabó forjándose a golpe de fuego,
sudor y lágrimas. ¿Tendría algo que ver, una estúpida “maricona”
-de las que pululan a diario por los trenes de India-, que nos echó
una especie de mal de ojo, por responder con contundencia a sus
agresivas peticiones pecuniarias?.
El caso es, que para un recorrido de
130 kilómetros y para volver a la ciudad de las hogueras, tardamos
cinco horas, con una parada incluida a escasos dos mil metros, de la
estación de Varanasi, la más caótica de toda India, con mucha
diferencia.
Habitualmente -y, además de los
numerosos viajeros- centenares de gentes sin hogar, ni ocupación,
invaden sus suelos -no sólo de noche, como es lo normal, sino
también de día-, no permitiéndote circular. Perros, vacas y
cabras, suponen otros obstáculos, a esquivar, además de los
desaprensivos del numeroso y escasamente ético gremio del transporte
urbano (lo de urbano, es para entendernos).
Pero, para colmo, hoy, se han
estropeado todos los paneles de información de trenes. Las
soluciones, para conocer la vía y la hora de tu convoy son dos.
Bueno, afortunadamente, tres. La más cómoda, meterle el marrón al
policía turístico del despacho situado al lado de la benigna
oficina de reservas para extranjeros y que se pegue él, con
lugareños y funcionarios. El tipo, inicialmente muy diligente,va
perdiendo interés en nosotros, una vez, que nuestro tren pasa de los
setenta y cinco minutos iniciales de retraso, a ciento ochenta.
Y la última, -fruto de la experiencia
de nuestros periplos por India y no oficial- es saltarse la cola de
seis filas para una ventanilla, de indios impíos -con los codos más
anchos del mundo- y abordar la puerta trasera la la oficina de
“inquiries”, para probar si de esta forma te atienden. Hay
posibilidades, al 50%. O si no es posible -que echándole cara, lo
es-, ver la pizarra donde -escrito a mano- figuran todos los trenes,
que van a partir, con su número y andén.
Con muchos nervios y desazón, salimos
tres horas tarde para Calcuta -tal cual, como la otra vez, hace tres
años, lo que no parece casualidad- y arribamos , con otra media hora
más de retraso, a media mañana de la jornada siguiente.
Pero, el nefasto episodio, tuvo unos
cien minutos geniales: el encuentro con María José y Almudena, las
dos chicas españolas, que habíamos visto inscritas en nuestro hotel
de Varanasi. ¡Si no fuera por estos momentos!. Ellas vienen de un
circuito por China, Tibet -que envidia- y Nepal y acaban de entrar en
India, a través del bus de Sunnauli -bastante familia para
nosotros-, donde han pillado pulgas -envidia ninguna,- para un viaje
relámpago por el país . Se les ha acoplado un chico de Alcoy, de
viaje corto y celérico, que va más a su bola y cuyas únicas
preocupaciones vitales son, saber como es el “sleeper” en India
-no me extraña, porque mide dos metros y lleva un mochilón- y la
ascensión de Felipe VI al trono, el mismo día que Felipe V, quemó
la cercana ciudad de Xátiva. Bueno. Y la irrupción de un tal Pablo
Iglesias, que nosotros, ni conocemos.
Ah, se me olvidaba y esto no es culpa
del inquilino nuevo de la corona: en el trayecto a Calcuta, enormes,
despiadados y saltarines bichos, nos provocaron serias molestias -no
tanto, como los indios- en la piel.
2 comentarios:
Hola eva.
Envidio esa sensación por mi ya vivida, de estar fuera y no enterarme de nada de lo de aquí. Odio vivir sobreinformada, como es mi caso.
Un abrazo y seguid disfrutando de los viajes (los que PODÉIS, JA, JA).
Lidia
Ja, ja, Lidia. Pues sí, seguiremos disfrutando, los que PODEMOS.
Aunque, a decir verdad, no tenemos muchos proyectos próximos (al menos, de envergadura). Toca ahorrar un poco, si puede ser.
Suerte y saludos.
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