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miércoles, 17 de septiembre de 2014

¡No vayáis a la inhóspita Madurai!

                                           Esta es de Kanyakumari (India) y todas las demás, de Madurai (India) 
         Hemos llegado a la punta de la India -Kanyakumari-, cosa que no nos hacía especial ilusión hasta hace 24 horas, cuando decidimos venir, al no haber plazas en el tren nocturno. a Trivandrum (cercano a la playa de Kovalam). El lugar es encantador, pero probablemente. de eso hable el próximos post, si no hay novedades. Pero, os quería -y sin releer lo que escribí entonces-, hablar de Madurai, ya visitada en 2011.

          Nosotros la recordábamos como una ciudad caótica -calle de la estación de trenes y calle del templo-, pero no como uno de los peores infiernos en India (y el insufrible calor es sólo una parte de esta palabra). ¡Cómo no recordar este lugar!.

          El caso es, que aunque no queríamos y como si fuera inevitable, acabamos, de nuevo, en esta maldita ciudad, que recomiendo evitar a todo el mundo. Y eso, que cuenta con dos cosas muy buenas: se come de escándalo -arroz frito con pollo al tandori, impresionante- y no te rechazan en demasiados hoteles. Pero, por lo demás, te agobia todo el mundo, incluido el del arroz frito, que te hace él solito una rueda de prensa, mientras estás almorzando.

          Según sales de la estación, empiezan los indeseables tuktukeros a hacerte maniobras envolventes, como si ya no fuera difícil cruzar esa agobiante calle. Te siguen, te persiguen y hasta quieren casarse contigo, por un puñado de rupias. Después. llegan todos los de las tiendas, mientras tú tratas de evitar, que tu cuerpo acabe debajo de cualquier cacharro. Cuando crees, que has entrado en un remanso de paz -dado que el recinto del templo es peatonal-, te empiezan a asediar los de los negocios de la zona -con precios irreproducibles-, los vendedores de mapas de Tamil Nadu, las de las pulseras tobilleras, las de las flores, los dueños de terrazas para que subas a ellas...

          A la mañana siguiente, después de mal dormir, decidimos volver al lugar sagrado y revisitarlo por dentro. Algo en nuestro interior nos decía y por la experiencia anterior, que no debíamos hacerlo, que no merecía la pena, ¡que nos largásemos ya, a otra parte¡. Pero, Madurai, te atrapa, hasta estrangularte, hasta someterte, hasta humillarte...


        Como no hay guiris, eres la única presa -supuestamente fácil- de varias personas, al acecho de tu dinero: el descarado guía, que te identifica como español; el de la tienda de enfrente, que te deja el faldamento -sin lavar desde hace muchos meses-, para el acceso al interior o el/la de los registros, que te prohíben meter cámaras y móviles, cuando yo me fotografié este templo por dentro, de arriba a abajo, hace tres años (y eso, que tras un minucioso cacheo, conseguimos colar los dos celulares). En aquella época eran ingenuos. Por ejemplo, entramos en el palacio de Udaipur, sin pagar tasa de cámara y nos creyeron, al decir, que no teníamos. Ahora, han aprendido: ¿cómo va a venir un turista a la India, sin cámara?. Te registran el bolso a conciencia. Pero. no conciben, que puedas llevarla en un bolsillo del pantalón, como era el caso. Así, que también, para dentro.

          Y por último, tras descalzarte y ya con bastante hartazgo, llegas hasta el de la entrada, que te pide 100 rupias por ingresar dentro de un lugar, que no puedes ni inmortalizar y que en 2.011, no costaba absolutamente nada.

          Con un cabreo tremendo -y no disimulado-, retrocedemos y les explicamos los hechos. Se sorprenden. El de la taquilla lo ve inaudito; el guía se lleva las manos a la cabeza y dice: ¿“no temple?; el guardián de los zapatos nos pide dinero, persistentemente, a pesar del enorme cartelón donde se indica, que “is free” y para desquiciarnos, ya totalmente, nos acecha el del maldito faldamento, insistiendo, para que subamos la terraza de su vacía tienda.

          Cuando conseguimos liberarnos y retornamos a la calle de la estación, el hombre que nos ha estado vendiendo agua toda la tarde de ayer, nos rechaza las cuatro medias rupias, que el mismo nos había dado. Algo nos dice, que no debemos tirárselas a la cara y se las plantamos, despechadamente, ante el mostrador.

          Finalmente, desayunamos en otro puesto y nos embarcamos, camino de Kanyakumari. Viaje muy pesado, entre las decenas de veces saliendo de la autovía, para hacer el servicio de los pueblos y ciudades, con olor -ahorraremos los detalles visuales- a samosas recién hechas, basura, ciénagas, humedad y pescado seco. ¡No vayáis a Madurai!. Está lejos, es un templo como cualquier otro del sur -prefiero Thanjavur-, no hay nada más, que ver y circulan un gran número de sinvergüenzas, que quieren exprimir a los seis o siete guiris, que hasta allí llegan. ¡Se creerán, que son Petra o Machu Pichu y que pueden arramplar con todo!.


          Seguimos en el autobús. Los campos de arroz se suceden, unos tras otro, llegando casi hasta la punta de la India, pero dentro del vehículo todo continua igual: una lugareña destroza con sus manos una especie de croqueta de cebolla, la hace apestosas bolas, en vez de comérsela a mordiscos, como cualquiera haría y bebe -para bajar las migas- de la botella de agua, como si de un porrón o bota se tratara.  

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