Coxs Bazar (Bangladesh)
Nuestro segundo y último día en Cox's
Bazar, pasó inmerso en el aburrimiento y el húmedo calor. Como de
costumbre en este país, los paseos fueron con los bultos a cuestas.
Habíamos tratado de negociar con el del hotel, seis horas más de
habitación, queriendo pagar en proporción, una cuarta parte del
total de la tarifa. Pero, el ayer simpático y hoy irascible
propietario se descolgó -con el hotel vacío-, pidiéndonos el
importe de media jornada. ¡Va a ser, que no!. Sin embargo, ya no nos
atrevimos a colocarle las mochilas hasta la noche. Y, como es
costumbre, en Bangladesh, las agencias no ofrecen ese servicio,
aunque les compres un billete de ida y vuelta a la luna. Menos mal,
que como ya nos conocían, los pelmas apenas nos agobiaron.
Esta y la siguiente son, de Chittagong (Bangladesh)
Por la tarde, volvíamos acelerados de
la playa, en busca del baño de la agencia de buses, dónde poder
aliviar mi intestino. Cuando entramos, había empezado la copiosa
cena de Ramadán y nos invitaron a sentarnos a su mesa. Insistieron
tanto, que no pudimos negarnos. Primero, una samosa vegetal -rica,
como las del sur de India-, junto a un dulce de miel. Después, un
vaso de zumo de mango. Y, finalmente, para nuestra sorpresa, una
gigantesca ración, que mezcla una especie de snacks de arroz, carne,
garbanzos, verduras picaditas y enormes rodajas de pepino.
¡Delicioso! Aunque sufrimos lo indecible para terminarlo, no era
plan de hacerles un feo, dejando algo en el plato.
El autobús nocturno, que nos
transporta de vuelta a Dakha, resulta muy confortable. Las vistas de
Chittagong -a cubierto, desde el vehículo- se muestran muy coloridas
y vibrantes, aunque menos arriesgadas y emocionantes, que cuando las
contemplamos de día, desde un alocado rickshaw (el más peligroso de
todos nuestros viajes).
Veníamos a esta nación con dos
prejuicios, que para nada se han cumplido en la realidad: un
transporte infernal y una pésima comida. Los autobuses, tanto
diurnos como nocturnos, sensacionales y nuestra alimentación, rica y
variada, a pesar de estar en el mes sagrado musulmán (lástima, que
nunca cuezan bien los garbanzos -aquí, negros- o que sean tan malos,
que siempre quedan duros).
Esta y la siguiente son, de Dhaka (Bangladesh)
A la llegada a destino, nos aguardaba
un nuevo acontecimiento inesperado: no hay bus directo desde Dakha,
a la frontera con India, hasta la noche. Por tanto, nos toca pasear
todo el día por la capital con el equipaje a la espalda, entre el
caos y el insufrible calor húmedo.
Ya casi al atardecer, nos sumergimos
junto a los lugareños, en la fritanga local, que es mucho más
variada y apetitosa, que en el resto del país: un delicioso rollito
relleno de verduras y rebozado, una croqueta con un huevo relleno
dentro y una picantísima empanadilla vegetal, pusieron fin a nuestra
estancia en Dakha.
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