Nos costó la tarde entera, porque la información es escasa e imprecisa, pero trasteando en el hotel por internet y embadurnados de calor, nos planteamos tres objetivos con el transporte para el día siguiente (luego serían cuatro).
La jornada comenzó bien, reservando más barato en un hotel prometedor y con aire acondicionado. Y siguió mejor, porque en una zona de la playa nos invitaron a desayunar té y café y nos ofrecieron una caja , que contenía una croqueta gigante de verduras, dulces y cacahuetes.
Llegamos hasta el Discovery Mall, desde donde supuestamente, operan buses de Kura Kura, para diferentes destinos del sur de la isla. Fracaso total. Nadie sabe nada. Seguimos por la playa hasta el Lippo Mall y junto a una parada de Grab -el Uber indonesio -, sí encontramos otra de Kura Kura, pero solo con destino a Ubud y más caro -suplemento por equipaje-, que Perama, la del shutle de ayer. Nada de Dempasar o Canggu.
Tercera baza: a Ikea y la estación de ayer, por un largo, aunque no incómodo camino. En la multinacional sueca, albóndigas al doble de precio, que en España, aunque los refrescos son ilimitados, por poco más de cincuenta céntimos. Y, en la terminal, solo buses a Dempasar, carísimos. Y además, hay que adquirir una tarjeta de recarga de alto precio, para solo una vez.
El cuarto plan, vino de una pedrada mía, que contradecía a Google, que indica, que no es posible llegar a Canggu, desde Kuta, yendo caminando por la playa. De esta forma conseguimos hacer la mitad del camino -unos siete kilómetros - hasta unos bonitos templos y tuvimos, que volver, por hacerse de noche, para reintentarlo mañana.
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