No son ni las nueve de la mañana, cuando ya estamos camino de Trondheim, iluminados por un sol espléndido -ni una nube-, que nos va a acompañar, durante los tres días.
La ciudad es tranquila y algo abúlica, características iguales a las de Alesund o Bergen y en general, a todo Noruega. Todo es sobrio y ordenado y las escasas alegrías de la huerta vienen dadas por los pocos inmigrantes, que han llegado al país -desconocemos, por qué no hay más teniendo en cuenta el alto nivel de vida -, en los últimos años. Para ser gráficos, digamos, que lo más aburrido, que hacemos en España, puede -o no-, llegar a ser lo más divertido, que practican en este país nórdico. No hay bares -dicen, que en la calle Alcalá de Madrid, existen más, que en toda Noruega -, ni casas de apuestas, ni negocios de estética, ni casi tiendas, más allá de los escasos centros comerciales.
Pero, ellos, viven tan felices en sus super casas, aislados en familia, dedicándose al bricolaje, a la jardinería o a sus mascotas. En público, muy sosos y previsibles, aunque muy educados y limpios, con las calles impolutas.
Pero, vayamos con el plan del día en Trondheim. Primero, la visita a su extraordinaria catedral que es la de estilo gótico, que está más al norte de Europa. Al lado se encuentra el complejo del Palacio Arzobispal.
Ahora, toca ir a conectar con la imagen icónica de la ciudad, formada por la inmensa hilera de casas estilo nórdicas y de colores que bordean el serpenteante río Nidelva. Sin recesos seguimos hasta el curioso ascensor de bicicletas, que ahorra a los ciclistas la severa cuesta hasta el castillo. En la actualidad, está completamente tapado por las obras, pero desde esta colina las vistas son extraordinarias.
Aún, tenemos tiempo para pasear por su plaza principal, las pocas animadas calles peatonales, contemplar otro par de bonitas iglesias y otros edificios civiles.
Regresando a la estación y en frente de ella, otro complejo de casas típicas, aunque menos bellas, que las del entorno del puente viejo.
Para estar en la aburrida Noruega, estás dos anécdotas nos salvaron la jornada. En Trondheim y junto al río, a unos 17 grados de temperatura las jóvenes toman el sol en bikini sobre la hierba, como si hiciera 30. En los alrededores del aeropuerto, un labrador está arando sus tierras y en los surcos que se van abriendo, van lanzándose como locas numerosas gaviotas, en busca de un supuesto festín, qué no sabemos en que consiste.
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