Desde luego y para bien -escribo esto, cuando ya hemos vuelto de Grecia, tras un tercer viaje seguido y excelente, sumando un total de 58 días-, estamos viviendo un verano distinto. Hemos tenido, que tirar del baúl de los recuerdos y rescatar proyectos muy planificados en el pasado, pero que por una u otra razón, no salieron. Es el caso del viaje, que nos ocupa, por la provincia de Vizcaya que se ha completado con un escarceo a la de Guipúzcoa y la propia San Sebastián-, que teníamos in mente, desde hace unos cuatro años y que habíamos arrinconado por caro, sobre todo, en materia de alojamientos.
Finalmente, las expectativas, no solo se han cumplido, sino que se han superado. De lo proyectado, lo único, que no pudimos visitar fue Kortezubi y el bosque de Oma, pues nos enteramos, justo el día antes -¡bendita planificación-! de que está muriéndose y está prohibida la entrada -furtivos aparte-, hasta que lo trasladen, lo que parece va para muy largo.
A cambio y dado, que dilatamos el viaje hasta los quince días, de los siete previstos, descubrimos lugares notables, no previstos, como Zumaia, Elorrio, diversas rutas verdes ferroviarias, los increíbles flychs o la agradable Plentzia y la comarca de Barrika.Fundamentalmente, tres cosas han hecho este viaje diferente:
Protagonista fundamental de este periplo, ha sido el uso obligatorio, mezquino y tiránico de la mascarilla. Se hace raro, esforzado y muy desagradable, pasarte desde las nueve de la mañana en la calle hasta las once de la noche con semejante artilugio -a veces y como nos ocurrió en dos jueves, a cuarenta grados-, teniendo que dar explicaciones -no a la policía, que nunca nos dijo nada-, a los nuevos- más bien nuevas, porque la mayoría son mujeres- histéricos, que se creen con derecho a insultarte o recriminarle, porque la lleves por debajo de la nariz. A los vigilantes de la playa, les han sucedido las déspotas medievales del coronavirus, aunque con menos tetas, que Pamela Anderson. En este sentido y tras varios días de guerra y desafíos, pues vas aprendiendo y poniendo en práctica tus truquitos: finges comer; beber; enredas con ella, como si te la acabarás de quitar; pones cara de axfisiado o agotado; te limpias la boca, la frente o te hurgas en la nariz...Y así, yo fui capaz de hacer muchísimos kilómetros sin ella puesta. Además, fue fácil evitarla y guardarla en el bolsillo, durante nuestros numerosos recorridos por la naturaleza (tanto mar, como campo o montaña). Por otra parte y en un plano más positivo, la propia enfermedad vírica ha traído consigo una notable bajada del precio de los alojamientos, en pleno mes de julio y agosto, algo impensable hace un año. La mayoría de las impecables habitaciones, que hemos disfrutado, en Bilbao, han estado en la horquilla entre los 25 y los 32 euros, incluido un bonito hotel cápsula, al estilo japonés, bastante amplias y divertidas.La única pega al respecto es, que los precios de los alojamientos, en Bilbao, oscilan más, que la bolsa, por lo que muchos días tuvimos, que cambiar de hotel, en busca del chollo, lo que supone cargar con el equipaje más de lo debido, a pesar de portar mochilas muy ligeras. Se ha puesto de moda en toda Europa una gran costumbre: retrasar los check-ins, a las dos, tres o cuatro de la tarde.
El tercer elemento, que ha hecho diferente este fantástico viaje ha sido el poderoso sistema de transporte público, de Vizcaya -y del País Vasco, en general-, que no es sólo la envidia del resto de España, sino de Europa o el mundo. Es casi imposible pensar en un lugar, que no esté conectado, bien por cercanías, Euskotren, Renfe, el metro, autobuses, tranvía... La verdad es, que se trata del paraíso para los que no tenemos, ni queremos tener coche.
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