Gracias a la gratuidad de los trenes de media distancia y de cercanías y a dormir tirados en la T4 del aeropuerto de Barajas, hemos conseguido llevar a cabo el primer viaje de nuestra vida, a coste cero. Porque la comida y la bebida, la habríamos comprado igual, estando en casa y no hemos tomado ningún otro tipo de transporte con coste. Aunque no pretendemos, que se convierta en costumbre, iremos a pernoctar a la terminal aérea, cuando los precios de los hoteles estén imposibles, como ha ocurrido el fin de semana del 24 y 25 de septiembre.
Se ha tratado de nuestro segundo periplo recurrente y ha sido en mucho tiempo, el único viaje en el que no hemos pasado calor axfisiante. ¡Que maravilla!
El sábado, tomamos un convoy algo más tardío, que en el viaje anterior, así que solo nos dió para dar un paseo de unas tres horas por el animado centro de la capital y desplazarnos por la tarde, a Aranjuez, a través de la C3.
Ya conocíamos este pueblo sureño de visitas anteriores, aunque la última databa de hace casi tres lustros. Fue mejor, lo que manteníamos en el recuerdo, que lo que nos deparó la visita un situ. El palacio Real, la iglesia de San Antón de Padua, la Mariblanca y la plaza principal son sus mejores atractivos, aunque cuenta con jardines y algunos templos más
El domingo, la temperatura bajo algunos grados y más, transitando por la sierra. Como estaba previsto, cogimos el tren de la Naturaleza -en realidad, la C9-, muy concurrido, pero no completo. Tarda unos cuarenta minutos y solo se detiene en, Navacerrada y en Cotos, a 1850 metros de altitud. El paisaje espectacular, a la derecha, hasta la primera de las paradas y por la izquierda hasta la segunda. Está formado por importantes desniveles abarrotados de esbeltos pinos.
Aunque hay unos cuantos más, los senderos más tradicionales y concurridos son tres: el de la laguna de Peñalara - una hora-, ascender al pico de Peñalara -90 minutos - y uno circular -dos horas- a través del refugio de Zabala. Nosotros hicimos parte de los tres, pero no completamos ninguno, porque llegado un momento se ponen difíciles y no llevábamos, ni bastones, ni calzado adecuado. Desde los miradores de abajo se ve poca cosa.
Sobre todo, el de la laguna, estuvo repleto de personas muy acostumbradas al trekking, que podríamos dividir en tres grupos: las familias con hijos pequeños, siempre preguntando cuánto falta; los grupos de hombres, generalmente callados -aunque saludan, como es habitual en la montaña- y que transitan a toda leche y los de mujeres de mediana edad, que circulan algo más despacio y van hablando de sus cosas ( los niños, el trabajo, el colegio...) ¡Las trekkirujas!. Todos ellos y como siempre, están más pendientes del objetivo, que del paisaje.
A nosotros nos encanta la montaña y la naturaleza, aunque nos movemos más por el contenido de los paisajes, que por la meta o el esfuerzo. Y el mar, los ríos sinuosos, los lagos e incluso, los embalses, suelen ayudar bastante. ¡Hasta el largo canal de Castilla nos sirve!
El único contratiempo del viaje fue la vuelta a Valladolid. El tren partió y llegó con más de dos horas de retraso, con lo que llegamos a casa a las tres de la madrugada.
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