La noche del sábado al domingo va a estar marcada por tres hechos: el insoportable calor de la habitación de Tiznit -solo dispone de una minúscula ventana en lo alto-; el alboroto constante, que montan los franceses y el cambio de hora. El día, que llegamos, eran dos menos, que en España y ahora se queda en una. Lo peor es, que la adelantan, porque la retrasaron hace un mes, al comienzo del Ramadán, para que se hiciera de noche antes y comer más pronto. ¡ Ellos se ponen sus estrictas y absurdas normas religiosas y luego, se hacen trampas al solitario!
Después de la ya descrita visita a Mirleft y su playa, nos preparamos para volver, a Inezgane. Ayer, nos habían dicho, que cada cuarto de hora pasaba un autobús y que no había problema. Pero,la realidad es, que nos toca esperar más de horas y media, entre el intenso calor de 38 grados -seguimos inmersos en el año de los mil veranos y mil inviernos o en el verierno- y pegarnos con las gordas del faldamento, para poder conseguir asiento.
El lunes, pensábamos volver, a Tarudant, donde ya estuvimos, en 2010, pero son demasiados kilómetros para ir y volver en el día por lo que nos quedamos paseando por el larguísimo -unos diez kilómetros - paseo marítimo de Agadir en esta última jornada de intensa ola de calor y tomando mucha cerveza en la habitación por la tarde.
El martes y una vez regresamos a Essaouira, pudimos comprobar, que:
-después de más de un mes, ha reabierto la tienda de la cerveza
-también ha reiniciado su actividad, el hotel de la primera vez
-todo ha vuelto a funcionar a pleno rendimiento y el caos se ha adueñado de la actividad cotidiana de esta ciudad, que a tenor de sus precios -hasta el triple, que en otros lugares del país -, se comporta como si fuera la costa azul marroquí.
-los horarios de los buses periféricos están bien puestos en la web de la compañía y nos los dio mal la sinvergüenza del aeropuerto, que no acertó ni en el precio. De esta forma, ir a Sidi Kauki en el día y volver hasta el aeropuerto nos resulta bastante sencillo.
Y en este lugar, vivimos nuestra última odisea. Llegamos al aeródromo a las ocho y media ya anocheciendo. Nos dicen, que ha cerrado hace cinco horas, tras el último vuelo, a Burdeos. No solo, no podemos entrar a pasar la noche -nuestro vuelo es tempranero -, sino que tampoco, podemos quedarnos en el recinto exterior de los alrededores. ¡Son las órdenes y no pueden ser incumplidas!
Sin embargo y está vez, los policías y el vigilante de la terminal son muy colaborativos y con el cartón del embalaje de un frigorífico y algún otro elemento, nos montan una mullida cama en una pradera cercana y prometen vigilarnos, durante toda la noche. Todo bien, aunque pasamos algo de frío.
Mañana, domingo comenzamos un periplo de dos semanas por Dinamarca, Polonia y Noruega, por lo que de nuevo, volvemos al duro invierno
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