Era bastante improbable, que pudiéramos pasar una noche peor, que la anterior, en Sape, pero así ocurrió. El calor era insoportable, el ventilador pequeño de pared daba escaso aire y emitía ruidos ciclicos cada diez segundos, que parecían ronquidos. El jolgorio y los gemidos no cesan durante toda la madrugada, sospechando, que estábamos en el establecimiento mixto, compartido entre viajeros y parejitas de amor fugaz.
Comenzó a dolerme algo una muela y posteriormente, sobre las tres y media de la mañana, la cabeza, al producirse cánticos de la cercana mezquita de una hora y media. No eran los tradicionales, sino corales y con algún instrumento. Parecía más bien, fusión muslium - rock. Es imposible contar en esta isla, las veces, que llaman cada día a la oración y lo que se prolonga.
A las cinco, comenzó el intenso tráfico diurno y siguieron las discusiones en las alcobas vecinas. Para la próxima noche necesitamos inexcusablemente un hotel normal y una habitación con aire acondicionado.
Salimos a las siete en punto, hora prevista, en un bus tan incómodo y viejo, como el de ayer, pero hoy se trata de 250 kilómetros y no de 45. Imposible adoptar una posición para dormir, habiendo solo conciliado el sueño una hora durante toda la noche. Las primeras paradas son de unos pocos minutos -aparentemente, para nada-, y a la derecha se visiona un paisaje marino, no demasiado agraciado porque parecen más campos de arroz de arena, que playas.
Llegamos a Tante, una ciudad cacharro de manual. Este tipo de urbes son todas iguales de caóticas y desagradables, pero como ocurre con las drogas duras, nosotros estamos enganchados a ellas sin explicación alguna. En esta misma estación y sin justificación alguna -ni mecánica, ni de carga, ni de recogida de pasajeros -, el conductor desaparece durante hora y media, mientras disfrutamos entretenidos del inmenso caos de las ocho de la mañana.
A la salida de esta localidad, otra parada para recoger sacos y cajas, porque estos cacharros transportan todo (hasta un gallo, en una caja). No tardamos en detenernos por un conflicto con una señora, que pone a sus hijos de cebo para salirse con la suya. A todo esto, somos el vehículo más lento de la carretera y nos adelantan hasta los camiones. Paisaje de campos, que se alternan con poblaciones pequeñas y alargadas, con su vida de mierda. Y, como cada día, calor insoportable.
Llegamos a Dompu y sorprendentemente, casi no nos detenemos. Empieza un periodo estable en la constancia del tránsito, aunque inestable en el asiento, porque ascendemos un puerto de montaña y las curvas son pronunciadas. Cuando menos lo esperamos y siendo las 12:20 de este viernes, el vehículo se detiene delante de una impecable mezquita en una humilde y destartalada aldea. El conductor se baja como un poseso a rezar -el resto de los hombres van detrás - y la cosa se alarga veinte minutos. Previamente y en otro escenario rural similar, nos habíamos detenido media hora para almorzar.
El paisaje, hasta llegar a Plampung, se volvió, más anodino y desde este lugar a Sumbawa Besar, apareció de nuevo, el mar. El cielo se fue nublando y media hora antes de llegar comenzó -como ayer- el diluvio universal. Al final, nueve horas exactas, a una media de poco más de 25 kilómetros por hora . Si quitamos los incidentes por averías, los países orográficamente muy difíciles o las obras en las calzadas - no ha sido ninguno de estos tres casos -, este es el peor periplo en transporte público en 35 años. Por lo que por experiencias , que tengas, siempre te puede ocurrir algo nuevo, en este caso solo, por la voluntad y los caprichos del conductor.
En Besar y sin dejar de llover, seguimos con el día aciago y nos cuesta mucho encontrar hotel, aunque resulta bueno, relativamente barato, silencioso -salvo la mezquita de turno - y con aire acondicionado, cumpliendo así nuestras expectativas. También y por fin, encontramos cerveza en un hotel, pero nos pidieron por cada botella de medio litro, unos 6 euros y va a ser, que no.
Sin embargo, la cena va a ser excelente, a base de nasi campur de pescado fresco y vegetales. Ayer me llevé un gran susto, porque me atraganté con una espina y estuve a punto de ahogarme.
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