Adelantamos nuestra partida hacia Madrid al comprobar, que había varias e interesantes ofertas de degustaciones gratuitas a través de la aplicación de Samplia. En concreto, bombones y güisqui Ballantines en las máquinas de Príncipe Pío y centro comercial de La Vaguada y rica hamburguesa vegana en Callao. Todo me cayó bien, pero lo que me había sentado mal era la legumbre de media mañana y terminé el día agarrado a las tazas del wáter del aeropuerto de Barajas.
Sin problemas en los controles de seguridad y de pasaportes, partimos en hora, hacia Essaouira. Llegamos a Marruecos, apenas siete horas después de haber terminado el Ramadán, en plena resaca religiosa. Sabíamos, que ayer, hoy y -en algunos casos, mañana-, se celebra la fiesta del Eid al Fitr e íbamos preparados para algún contratiempo. Lo que no imaginábamos es, las complicaciones, que esta festividad nos iba a traer, junto a un cúmulo de situaciones de mala suerte. Habíamos estado hace menos de tres meses en esta ciudad y creíamos, tenerlo todo controlado, pero...
En el aeropuerto, la chica de información nos asegura, que aunque menos, si hay autobuses públicos para ir al centro y que el primero sale a las 10:30 (espera de tres horas y media). Nos repite varias veces la información. Mucho tiempo a entretener y un calor y un sol en el exterior -donde no hay sombras-, importantes. Nos entran, a cada rato, taxistas y particulares, pero sus ofertas no son nada tentadoras y se limitan a replicar la abusiva tarifa oficial escrita en los tablones del aeropuerto (150 dirham).
Diversas personas -a pie o sobre ruedas- nos empiezan a decir, que no hay autobuses -algunos, hasta se ríen de nosotros -, pero seguimos teniendo fe en la chica de información.
A las once menos cuarto y ya desesperados, volvemos a la terminal y un trabajador nos confirma, lo que ya nos había dicho tanta gente. ¡Maldita hija de puta!. Nos sugiere, que caminemos los tres kilómetros, que hay hasta la carretera general y desde allí, abordemos un taxi compartido, por 20 o 30 dirham.
Empezamos a andar. No hay mucho tráfico, pero el arcén es pedregoso y machaca los pies. El terrible viento da de cara y el sol nos machaca la espalda. Al llegar a la vía principal comprobamos con disgusto, que si pasan taxis, pero son pequeños y van vacíos. El resultado final y resumiendo es, que debemos invertir cuatro horas -al final, casi cojos, por el lamentable terreno -, en cubrir los 16 kilómetros hasta el centro. En cuanto a los conductores particulares -nacionales o extranjeros -, ninguno de apiadó de nosotros.
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