Salimos del hotel, resignados a caminar dos horas bajo el sol, cuando a los quince minutos, pasa un autobús vacío, que va a la estación. El conductor aprovecha para tratarnos de cobrar más de la cuenta, pero tenemos referencias, que nos ha dado la del hotel y no pagamos ni una sola rupia de mas. A continuación, en la terminal nos toma otro chófer, con destino a Bima, muy simpático, pero varias veces trata de colarnos otros buses posteriores, de los que se lleva su comisión ¡Joder con los habitantes de los destinos poco turísticos!
En muchas zonas del recorrido el olor es a fuerte pescado seco. El paisaje es montañoso y la carretera está mal asfaltada y llena de curvas.
Nos dejan en la estación buena, en el centro de la ciudad y en diez minutos, tenemos los precios y horarios para mañana para nuestro siguiente destino, Sumbawa Besar y el hotel, malo y caluroso, como el previo, aunque no hay mucho donde elegir. Caemos también en la cuenta, de que hay numerosos puestos de ricas y baratas comidas.
Dos serán las barreras insalvables a lo largo del día: encontrar cambio de divisas -comisión de cajero al canto - y conseguir alcohol o cerveza en toda la ciudad. Ya nos advirtió una chica que, esto segundo, es misión casi imposible.
Bima es hasta el momento, la ciudad más cacharrosa del viaje. El centro está formado por una calle principal, con cuatro edificios altos, una decena de mini markets y la estación de autobuses. Son bastantes las mezquitas -una de ellas, junto al mar- donde dan la prolongada brasa en todo momento.
El Google nos lleva a confusión varias veces a lo largo de la jornada , porque lo que llama "malls" -centro comercial - son tiendezujos oscuros y decrépitos. Paseamos, para desestresarnos por algún barrio humilde, de esos, que son tan pobres como dignos, pero el monzón nos manda sin remedio al hotel.
Aquí la gente es muy mal educada -niños, mujeres y hombres, todos por igual- y se dedican abiertamente a molestar a los escasísimos extranjeros (vimos uno, además de nosotros).
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