A partir de ahora, no hablaremos de Alesund -es solo una ciudad en la inmensidad del archipiélago-, sino de More og Romsdal, la región, que lo alberga.
El vuelo sale una hora tarde -hace mucho tiempo, que no teníamos retrasos-, pero en menos de hora y media tenemos el que seguro va a ser, el premio gordo del viaje. Por favor: si venís hasta aquí, hacedlo en un vuelo diurno y ocupad el asiento de ventanilla, aunque tengáis, que pagarlo (a nosotros nos tocó, aleatoriamente). Y después, rezad a todos los dioses de las diversas religiones, para que no haya nubes.
Hemos volado cerca de 300 veces en nuestras vidas y jamás habíamos visto un aterrizaje tan espectacular: centenares -o miles de islas- repartidas a su antojo y de formas diversas -una incluso, similar a un volcán -, cubiertas de una gruesa capa de nieve. El contraste de este fenómeno con el brillo del sol y el color del mar, nos lleva a un extraordinario evento paisajístico jamás vivido y cercano al síndrome de Stendhal.
Hemos aterrizado a las seis de la tarde, pero en esta época del año aun quedan cuatro horas y media de luz, por lo que nos decidimos a disfrutarlas de forma enérgica. El aeropuerto está en la isla de Vigra y Alesund -nuestro objetivo inicial -, tres ínsulas más allá, a unos quince kilómetros y comunicada por túneles y puentes. Como el precio del autobús es disparatado, pretendemos comprobar hasta que punto podemos acercarnos a nuestro destino, caminando. El tiempo no es malo, porque brilla el sol y no hay aire, a pesar de estar en una zona muy abierta y en el paralelo 62.
Tenemos suerte, porque desde el minúsculo aeropuerto sale un carril peatonal/bicicletas, que en una hora, nos deja delante de un puente, que nos lleva a la isla de Valderoya.
Nos recibe un supermercado Rema 1000, que sin duda es, el menos caro de todos los noruegos. Y después, un sendero, con el mar a la derecha y una espectacular hilera de montañas peladas, a la izquierda. Así, avanzamos evitando la carretera general.
Tras otra hora, salimos a ella, por una población pequeña. Hemos avanzado ocho kilómetros y nos quedan siete, pero no podemos seguir, porque volveríamos a la terminal aérea de noche.
El aeropuerto de Alesund es confortable -estilo Billund, con sillas y mesas de terraza y muchos puntos para cargar el móvil, sentado-, aunque diminuto. Aquí, se conocen todos, así, que como para pasar tres noches durmiendo de manera desapercibida. Habíamos indagado en internet, pero sin éxito, porque no logramos saber su horario.
Ahora, nos lo explican claramente: es medianoche y van a cerrar, por lo que debemos irnos y buscarnos la vida, a dos grados. Tenemos un plan B, pero no los suficientes datos, sobre si podremos llevarlo a cabo
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