El tercer día y por fin, comienza el viaje normal. Con sus aventuras y desventuras habituales, pero sin situaciones absurdas, racistas o humillantes. Aunque está a punto de no comenzar, porque nos quedamos a un instante de permanecer en el bucle maligno del día anterior.
Y es, que al llegar a la estación, nos volvemos a topar, con el impresentable tipejo de ayer. Aún con el pantalón frotado y el jersey atado a la cintura -no se ve nada- sigue poniendo excusas para impedirnos subir al bus, de Agadir. Primero, alega, que si ca allí, pero via Tarudant. Eso es imposible, porque un destino se halla al sur y el otro, al este. Después de cuando se lo desmontamos, dice que va lleno. Solo, cuando le amenazamos con pedirle su nombre y cargo, para presentarnos en la no muy lejana comisaria, da su brazo a torcer y nos deriva a otro cobrador, que nos vende dos billetes para la cercana Inezgane. La suerte es, que circula vía Taghazoud, que es nuestro deseado destino.
El camino es árido y ascendente en sus primeros tramos. Luego, mantiene la primera característica, pero aparece el mar al lado derecho. En total, tres horas de viaje. Para llegar al pueblo, debemos abandonar la carretera principal y descender por otra secundaria, que serpenteante y entre acantilados secos, lleva a la calle principal. Es la una de la tarde del viernes y la mezquita local está en plena actividad, como no podía ser de otra manera.
Será, uno de los lugares más propicios para practicar el tubo surferos -dicen, porque no tenemos ni idea de esta práctica -, pero a todas luces, Taghazoud está claramente idealizado y sobrevalorado para el viajero normal. Tiene una aceptable calle principal con hoteles y negocios relacionados con el surf. Las tres o cuatro restantes, más anodinas, dejan bastante, que desear, en cuanto al asfaltado y la limpieza. La playa es discreta -para colmo, hay neblina, pocas olas y el mar está marrón, hasta el horizonte - y los alojamientos resultan carísimos (nos han llegado a pedir hasta 200€ por noche). Eso sí: hay guiris -perfil jostelero- para aburrir.
Pensábamos dormir aquí, pero como no vamos a pagar, lo que nos piden, enfilamos por el paseo marítimo -lleno de resorts, donde ni preguntamos y de restaurantes caros-, que tras unos cinco kilómetros, une Taghazoud con Tamragth. A cada paso, la playa ver va alejando y al fondo vemos, a decenas de surferos (menos de los esperados).
Tamragth es más pequeña, fea y deshabitada, que Taghazoud, aunque no por ello, los alojamientos reducen su precio. Tiene pinta, que tendremos, que ir a pernoctar a Iznegane, al hotel donde ya dormimos a finales de enero.
Esperamos el autobús a Agadir. Tarda en llegar, porque es viernes, así, que resumiendo, llevamos cuatro festivos seguidos: el final del Ramadán, dos de Eid al Fitr y hoy. ¡Menudo vidorro a cuenta de la maldita religión! Al final, optamos por compartir taxi a buen precio, hasta allí.
Nuestro objetivo principal aquí, es comprar cerveza -tres días sin probarla- y reponer alcohol más fuerte en una de las tiendas Victoria,coque si está abierta.
Para acabar la jornada, toca bus urbano, a Inezgane. El hombre del hotel nos recuerda y se alegra de vernos. Tanto, que nos rebaja el precio de la habitación en 30 dirham y nos propone, que visitemos su localidad natal. Taliuine -ciudad famosa por el azafrán - con la comida, el alojamiento y todos los demás gastos incluidos. De tan amable, resulta pesadísimo. Para que nos sintamos, como en casa, nos brinda la misma habitación de la otra vez.
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