Ha llegado la hora de reflexionar, sobre porque Matheran, puede ser a ratos maravillosa y otros, horrible. Sobre por qué un mismo espacio puede ser, indistintamente, el cielo y el infierno.
No vamos a hacer una enumeración de datos o elementos positivos y negativos de esta ciudad, sino que los vamos a entremezclar, construyendo un relato, porque resulta más ameno.
La primera sorpresa la tuvimos incluso antes de salir de la estación de tren. Todos los visitantes de este lugar y en forma de tasa, debemos pagar 50 rupias por entrar. Es una cantidad ridícula, pero te pones de muy mala leche, porque te cobren por acceder a lugares públicos (han debido de aprender de los nepalíes, siendo la primera vez, que nos ocurre en India). De momento -todo se andará, seguro -, a los extranjeros no nos cobran veinte veces más, que a los nacionales, como ocurre en la mayoría de sitios.
Para contextualizar las cosas, decir, que hay dos formas distintas de de llegar o de salir de Matheran. Si vas en tren este te lleva hasta el propio centro de la ciudad, si vas en taxi compartido, te dejará en la parada anterior (donde está el parking) teniendo cuatro posibilidades de llegar al centro : coger el ferrocarril, contratar los servicios de un caballista, alquilar un rickswaw de tracción humana o ir andando (algo menos de media hora). De estas tres últimas maneras, te evitas la maldita tasa.
El cabreo se te pasa de golpe en cuanto sales a la calle principal y respiras su armonía, su quietud, la ausencia de basura, de orines...¡Qué delicia poder deslizarte por el asfalto sin toparte o tener, que esquivar los infinitos vehículos con ruedas de otras partes! La única molestia inicial son los persistentes comisionistas de los alojamientos, nada frecuentes en la mayor parte del país.
Las construcciones no son muy agresivas y a dos pasos, te hallas en plena naturaleza, rodeado de animales y en un ambiente de plena ruralidad (algo casi imposible, en la India más turística).
Ya después de un par de horas, empiezas a echar de más, el constante ir y venir de los centenares de caballos, que pasean a los visitantes, que requieren sus servicios. A medida, que avanza la tarde, el asfalto se va llenando de mierda y el olor se convierte en insoportable. Es verdad, que al atardecer varios empleados se dedican a recogerlas.
Las vacas y los perros campan en absoluta libertad. De los monos y de los burros os hablaremos más adelante.
Los numerosos senderos están bien señalizados. No son demasiado largos y carecen de dificultad, salvo la derivada de la irregularidad y lo escarpado de algunos terrenos. Supongo, que con el monzón, la cosa se complicará bastante. No hay apenas nadie transitando por ellos, por lo que disfrutas de una gran sensación de quietud -escuchando los variados cantos de los pájaros -, pero también de lo contrario, por poder sufrir algún percance (con monos, con inesperados buscavidas...).
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