Si así lo quieren, así lo haremos: no volveremos a volar jamás con ellos y así, evitaremos sorpresas.
Ha sido la primera vez, que hemos volado a Estambul al aeropuerto Sabiha Gokcen y no, al Internacional. Queremos decir, que se trata de un aeródromo lamentable, en el que una escala de cuatro horas se nos hizo más larga, que las treinta y dos en Kuwait. No hay fuentes con agua fría gratuita, ni puntos accesibles de recarga de los cacharros electrónicos diversos , el acceso al wifi se debe hacer en una máquina donde registras el pasaporte y donde la cola da la vuelta al pasillo y la comida y la bebida -hasta 14 euros por una cerveza o 10 por una botella de agua- son el doble o el triple, que en Europa occidental.
Pero, las dos razones más poderosas, por las que odiamos, visceralmente, este aeropuerto son, el absoluto caos y dislate en todas sus instalaciones y que por la megafonía estén, constantemente, recitando todos y cada uno de sus vuelos, el 90% de Pegasus.
Eso sí: nos hace mucha gracia ver, a los numerosos calvitos de todas las nacionalidades, que vienen de recibir tratamiento y que muestran en sus cabezas puntitos rojos o los primeros indicios de pelo. Nunca nos los habíamos encontrado en el aeropuerto Internacional, donde las compañías que operan son mucho más caras.
Se nos había olvidado comentar, que a la salida de Kuwait, había recibido mi pareja un salvaje registro, igual, que en octubre pasado, cuando desde allí, volamos a Mascate. Como no existe zona de tránsito, los controles de equipaje se hacen en las puertas de embarque y resultan humillantes (hasta seis veces pasaron por un scanner una mochila vacía, hace seis meses).
Con el cortauñas y las cucharas tirados a la basura, al salir de India, está vez, los objetos sospechosos fueron: una cartera con las rupias sobrantes, las llaves de casa, el estuche de las lentillas, la cartera con los abonos gratuitos de media distancia y cercanías de RENFE y un protector labial.
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