Los trenes de media distancia, que circulan entre Valladolid y Santander, son mucho menos frecuentes y más viejos, que los que lo hacen, entre Pucela y la capital de España. Además, en Torrelavega, debes bajarte del convoy y tomar un autobús, porque la vía está de reparaciones hasta navidades. No obstante, llegamos a Cantabria puntuales y sin ninguna novedad.
Tampoco hubo contrariedades en nuestro primer vuelo y a las nueve de la mañana, aterrizamos en la Ciudad Condal. No tardamos ni cinco minutos en darnos cuenta, de los que iban a ser los verdaderos quebraderos de cabeza de este viaje: el insorportable calor y la pegajosa humedad.
El Prat de Llobregat no presenta ningún atractivo, pero si sus alrededores, contra lo que cabría pensar. Nuestros planes eran ambiciosos. Queríamos ir, a través de la desembocadura del río Llobregat, hasta la playa de Can Camins, distante unos seis kilómetros, por un camino accesible y transitado. Además, pretendíamos explorar la rica naturaleza del delta e ir al arenal no público. Pero, las malditas circunstancias meteorológicas y nuestro estado al borde de la deshidratación y de la insolación, solo nos permitieron lo primero.
Poco antes de la medianoche, llegamos a Menorca. En el exterior del aeropuerto existen varias zonas verdes de hierba tupida, así, que dormimos, como angelitos, hasta que los agresivos aspersores nos despertaron de forma súbita, a las seis de la mañana.
Cielo cubierto, que fue despejando y temperatura y humedad insoportables, desde primera hora, pero no estábamos dispuestos, a arrugarnos, como ayer, en una jornada de locura. A las nueve de la mañana, ya estábamos pateando, Mahón. La ciudad tiene un casco histórico agradable, aunque poco peatonalizado. Además, la zona de la bahía y del puerto es extensa, aunque no espectacular. El paseo marítimo sería muy mejorable. No tardamos en caer en la cuenta, de que los precios de hoteles y restaurantes -también, los supermercados, incluso, en productos básicos -, juegan aquí en otra liga, en la que no cabe ni siquiera, la clase media española.
Tras tres cuartos de hora de caro autobús interurbano, llegamos a Cala Galdana, la playa más accesible de este área, desde la propia carretera. Y es por eso, que aquí, se encuentra la mayor infraestructura turística de la zona, que acoge, sobre todo, a tranquilos y desahogados jubilados europeos. Pero, ni masificación, ni agobios.
Para abreviar diré, que tanto está cala, como las otras cinco, que visitamos, son todos maravillosas y preciosas, aunque si me tengo, que quedar con dos, serían Macarella y Sa Farola, de las que hablaremos en el próximo artículo.
La noche fue magnífica, disfrutando y durmiendo sobre dos hamacas en la orilla, viendo la luna y meciendonos con el relajante sonido de las rítmicas olas. Aunque a las seis de la mañana, nos levantaron con elegancia y sin reproches, porque los veinte euros, que cuesta cada una por el día, nos habría pegado una buena mordida al presupuesto.
Previamente y durante la tarde, habíamos accedido a otras tres calas: Mitjana, Mitjaneta y Macarella, pero eso os lo contamos otro rato.
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