Sábado 29: El día amaneció asfixiantemente húmedo y con ese sol del norte, que me río yo, del de la sartén de Andalucía. Pero, poco a poco, fue languideciendo y nublándose. Se ve, que las jornadas anteriores, tampoco había hecho el calor, que desean los turistas, porque las playas estaban vacías y el camping, con menos de la mitad del aforo, que el año pasado por estas fechas. Y eso, que era el fin de semana grande de las fiestas. Estábamos a finales de julio y más bien parecía, que transitamos por el agónico y deprimente final del verano, cuando todo se vacía y sólo permanecen las olas y la arena lisa
Como dentro de la tienda hacia calor y no corría aire, nos apalancamos en la piscina. Nos dimos un baño y quisimos recuperar sueño tumbados en dos hamacas. Pero, ni las malditas moscas, ni dos curvilíneas caribeñas, con una lista de reguetón de Spotify a todo trapo, nos lo permitieron
La tarde pasó relativamente tranquila, tardando casi media hora en encontrar un cajero de CaixaBank, porque fuera del centro, Santander es muy dispersa, caprichosa y desordenada. Tuvimos, que tirar de GPS. Después, paseamos por las dos playas del Sardinero, casi vacías. Había gente con jersey.
Nuestro plan inicial era, caminar hasta la parte vieja, disfrutar de un grupo de tributo a los ochenta de música nacional e internacional, pero nos terminó dando pereza. Sin saberlo, hicimos bien, quedándonos por las atracciones de la feria y por las casetas de los bares, donde caña y pincho cuestan la friolera de cuatro euros. Pero, como los hosteleros son muy listos, te lo desglosan de dos en dos, para que parezca menos.
Y es, que a la misma hora del concierto y estando en el mirador elevado de la playa de Mataleñas, cayó una poderosa tromba de agua, que nos dejó chorreando, porque no hay dónde cobijarse, en más de diez minutos a la redonda, salvo que hayas ido en tu coche.
Cuando escampó, regresamos al mismo lugar, todavía empapados, al no tener ropa para cambiarnos. Al poco tiempo, nos abordó un amenazante grupo de jóvenes latinos , que venían con toda su parafernalia en ristre y que se pusieron a mirar al horizonte, como si buscarán o trataran de evitar algo. Nos invadió la tensión, pero iban de buen rollo. Nos saludaron, nos dejaron donde estábamos y se pusieron a una docena de metros, a escuchar sus machaconas e insoportables musicas y a jugar con el móvil a una de esas ligas de fútbol on line, que tanto éxito tienen en estos tiempos convulsos y confusos.
Nos tuvimos, que poner el jersey para dormir, cuando en Valladolid se asfixiaban.
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