El día amaneció aún más caluroso e insoportable, que los anteriores, con 42 grados de máxima, a mediodía y una demoledora humedad del 90%. Lo que era, en un principio, una jornada muy llevadera y alejada de las terribles exigencias de la fecha anterior, se convirtió en un martirio, en el que a duras penas, pudimos controlar nuestra sed, el sudor y el impío sol cayendo, como un cuchillo afilado y ardiente, sobre la cabeza.
De nada sirve negarlo. Ciudadela es otro de los típicos y casi infinitos Disney world, que se encuentran a lo largo y ncho de las orillas del mar Mediterráneo: Dubrovnik, Korkula, Corfú, Chania... Siempre son lugares muy pequeños, donde las hordas no deben caminar demasiado -no vayan a reventar - y pueden molestar sin inmutarse a lugareños y resto de viajeros y comprar mucho. Pero, al menos, en este lugar, no existe la masificación de los cruceros, que son el cáncer del turismo mundial,, porque contaminan mucho y sus ocupantes gastan poco en el destino.
Sin embargo, Ciudadela, con un recogido y coqueto casco histórico, con sus bastiones y una zona portuaria muy agradable, no decepciona. Aunque, en el futuro, me gustaría volver a visitar esta población en unas condiciones menos extremas.
Nos costó un montón, pero conseguimos, completar el paseo hasta Sa Farola, donde se ubica una increíble cala alargada del mismo nombre, una ermita estilo criolla y un faro. Al menos y de camino, algunos pinares nos pudieron cobijar con un poquito de sombra.
En el fresco autobús de vuelta, a Mahón, conseguimos comprar los billetes aéreos para la mañana siguiente, hacia Madrid, sin tener que pasar por Valencia. Inesperadamente, habían bajado bastante su precio. La noche la pasos en las praderas del aeropuerto, donde habíamos dormido dos jornadas antes, pero está vez, no nos empaparon los aspersores.
En un viaje increíble y que superó de largo nuestras expectativas, tres fueron las grandes molestias, unas más objetivas que otras y dejando al margen el archimencionado calor.
-Las cigarras: en los interminables pinares de las rutas a las calas y con sus chillidos, llegaron a volvernos, casi locos. Nunca habíamos visto tal concentración de ellas.
-Los domingueros -es un decir, porque los hay cualquier día de la semana - de selfie: Menorca no es un lugar muy masificado, pero estos sujetos pululan por todas partes, como las moscas. Son gentes, que son capaces de hacer muchos kilómetros en coche, aparcar mal, degradar el medio ambiente, molestar a los lugareños -que llevan allí toda la vida -, simplemente, por hacerse un foto, que poder subir a las redes asociales.
-El turismo de ensaimadas: ¡Es para echarse a llorar y no parar, hasta que te acojan y te den consuelo en la llorería! En la cola de embarque, destino a Madrid, más o menos, el 60% de los pasajeros cargaban con este típico producto balear. Logramos entender, lo del turismo sexual -aunque, lo censuramos -, el de los hinchas de fútbol o el de las marujas funcionarias con días de asuntos propios sobrantes. ¡Pero, esto!. Es, como si en Barajas se transportaran callos con chorizo o en el Prat, butifarras.
Pero justo es felicitar, a los reposteros de las islas, que han conseguido levantar un pingüe negocio, a base de tantos gilipollas.
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