Domingo 30: Nos despertamos casi a las diez y media, lo que suele ser bastante inusual en los campings -salvo, que hayas estado de borrachera hasta las siete -, porque o te agobia el calor, el ruido de los coches o fundamentalmente, las insoportables familias desayunando, momento en el que los cansinos progenitores aprovechan de forma descarada, para dar la brasa a sus hijos y de paso para molestar al resto de sus vecinos.
Hacia casi frío, por lo que declinamos bañarnos en el mar o en la piscina, que era nuestra intención programada. Desmontamos la tienda y guardamos las cosas en la mochila en diez minutos, que es el doble, de lo que se tarda en montarla. Decidimos, como no hacía sol, bajar por el paseo peatonal de Mataleñas y no por la carretera ( se tarda lo mismo, aunque la pasarela marítima es más rompepiernas y menos arbolada)
Al llegar al mirador de Mataleñas observamos, a decenas de personas mirando hacia la playa. ¿Habrá avistamiento de cetáceos, hoy? Pronto salimos de dudas, al ver dos coches de policía, dos UVIS móviles -una de soporte básico y otra de avanzado - y un coche de protección civil.
En la arena, casi una decena de sanitarios y otras gentes diversas estaban tratando de reanimar a un hombre obeso de unos sesenta años, aunque parecía por la insistencia, que con escaso éxito. En el entorno nuestro, corrían las versiones de todo tipo, que me voy a ahorrar, porque aún hoy, cuando escribo esto, no sabemos que ocurrió. Mientras, una lancha a motor de las autoridades fisgaba por todo el espacio marítimo cercano al arenal.
A todos los espectadores -hay, que decir, que para esperanza de la humanidad, nadie sacó ninguna foto ni grabó videos- se nos vino el mundo abajo, cuando de repente, cesaron las maniobras de reanimación y taparon al hombre con una manta térmica. ¡Aquello, parecía el final!
Pasaron diez minutos de incertidumbre y al fin, lo subieron a una camilla y lo amarraron a ella. Fue un espectáculo emocionante de humanidad, ver a sanitarios y voluntarios, haciendo turnos hasta casi la asfixia, para subir las 156 escaleras -casualmente, las había contado el día anterior - con el herido en ristre. Iba con respiración asistida por bombonas de oxígeno, inconsciente y con una enfermera rogándole, que abriera los ojos.
Suponemos, que todo terminó bien, porque observando la prensa local, durante las jornadas siguientes, no vimos ninguna noticia luctuosa de este tipo.
El resto del día transcurrió con normalidad, pero aún nos aguardaba el capítulo del tren de retorno, por sino habíamos tenido bastante con el de ida.
Eso que casi lo perdemos, porque el bus a Torrelavega salió con diez minutos de adelanto sobre la hora prevista. Después, desconcierto al buscar los asientos y nervios generalizados del pasaje. Pero, hoy tocaba el revisor mentiroso y escurridizo. Argumentó, que habían vendido más billetes de la cuenta y que no era su culpa. No era verdad, porque nadie viajó de pie, como a la ida. Simplemente, el ordenador de venta tenía una distribución de las butacas distinta, a la real de los vagones.
No tardó en volver a mentir, pero una señora le pilló. Dijo el pica, que hoy los baños estaban cerrados por avería y que habría meada general en la parada de Reinosa. La mujer, que viaja cada semana tiene constancia, de que simplemente, no los quieren abrir.
Si quieres disfrutar de una aventura más emocionante, que los antiguos viajes en diligencia por el oeste de USA, no lo dudes: toma el regional exprés de Valladolid, a Santander o viceversa.
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