Aún habiendo vivido más de dos décadas en Madrid y hasta hace un par de semanas, nosotros pensábamos, que eso de las fiestas de la Virgen de la Paloma consistían en eventos rancios y escasos para viejos y viejas, que se celebraban en las corralas de Lavapiés (no sé siquiera, si estás siguen existiendo hoy). No es por presumir de ignorancia o hacer una gracia, sino que lo que quiero decir con esto es, que a veces uno reside en un sitio mucho tiempo y no se entera de nada.
Para empezar, su lugar de celebración se circunscribe al barrio de la Latina y desde luego, entre los asistentes no predominan precisamente los séniors, aunque también los hay.
Planeamos las cosas de forma diferente, que en San Cayetano, porque el lunes, día previo al festivo había, que ir a trabajar hasta las trece horas. Tomamos el tren a las cuatro de la tarde y llegamos, a Madrid, a las siete menos cuarto, en un viaje exprés que duraría catorce horas, en las que lo daríamos todo, dado que volveríamos en el Media Distancia de las nueve de la mañana.
Últimamente y dado que los viajes salen gratis, le estamos cogiendo mucho gusto a este tipo de experiencias relámpago, siempre, que haya una celebración por el medio o noche de copas. Te entregas a tope -la edad nos lo sigue permitiendo -, duermes en el tren de vuelta y directamente, das el día siguiente por tirado a la basura, pero ya en tu casa.
Las fiestas de la Virgen de la Paloma tienen una envergadura, que cuadriplica o quintuplica, a las de San Cayetano, aunque en su esencia, son lo mismo, con las barras, como protagonistas, dejando a casi todo lo demás, como irrelevante, salvo al DJ de turno, que en esta ocasión, no pinchó ni siquiera, tres cuartos de hora.
Se desarrolla principalmente, en torno a la Plaza de la Paja y la de Gabriel Miró y el parque de las Vistillas. En total, más de diez plazas -de la Cebada, el Humilladero , San Andrés...- y unas veinte calles adyacentes. La más decorada de todas era, la Cava Baja, donde se encuentra Casa Lucio -cerrado en agosto -, La Chata y otros restaurantes de mucho prestigio. Las barras, con los mismos precios o superiores, que la semana anterior.
Entre la efervescente e incontrolable marabunta sin tope de sed, nos llamaron la atención dos bares, pelín sinvergüenzas. En uno, lucian un cartel, donde indicaban, que los baños del establecimiento estaban cerrados y que la gente se fuera a orinar a los portátiles de una cercana plaza. En otro y con un vaso de plástico de mini y una tapadera cutre con un agujero -ni siquiera, se habían molestado en comprar un recipiente en los chinos -, pedían propinas -despues de los abusivos precios - y sin sonrojo, aceptaban transferencias por Bizum.
Otra vez, se mascó la tragedia, cuando una mujer de una sesenta años cayó inconsciente al suelo, pero una rápida intervención de los efectivos del SAMUR, que trabajan duro, para que todos podamos divertinos.
En la plaza de la Paja tocaron Atacados, un correcto grupo de escaso caché y de cantante gaditano, que cultiva la rumba rock - o algo así-, con temas parecidos a los de Efecto Pasillo o Rosana. Tuvo mucho más éxito el DJ posterior, que colocó mucha música de los ochenta y noventa -aunque algo adulterada- y bastantes jóvenes, se sabían las canciones. ¡Gracias, Dios, porque el rock&roll no haya muerto!.
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