Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 26 de mayo de 2012

¡Hasta el martes, te jodes!


             Nos levantamos y vamos a comprar los billetes para ir esta misma tarde, a Mopti. Hoy si hay transporte público, pero es casi lo único. Contemplamos, entre desolados y aterrorizados, que todo sigue igual que ayer, cerrado a cal y canto, salvo unos cuantos puestos callejeros y algunas anudadoras de trenzas. Es San Viernes, pero no entendemos, que en este país, les de por cerrar dos días seguidos. Y además, porque a pesar de ser musulmanes –y como hemos visto en varios horarios oficiales-, la fiesta principal es el domingo.
En Bamako, los periódicos hablan del golpe de estado
            
Por la carretera y calles principales, sigue habiendo vehículos militares, aunque hoy, disparan menos al aire. Queremos proveernos de bebidas alcohólicas, para el resto del duro transitar por Mali, pero la tienda de la gasolinera y el supermercado, están cerrados. Preguntamos a un vigilante, cuando abren. La respuesta es, que están chapados, hasta el martes. ¿Están locos? ¡¡Cinco días festivos!!.  Y eso, que no es final de Ramadán.

            Gracias a la única tienda de coca-colas, que ha abierto, a un restaurante de carne y a las simpáticas chicas, que venden en la calle, pescado frito con cebolla, conseguimos comer. No hay más blancos en la ciudad, aunque nuestra presencia, no resulta incómoda ni a civiles, ni a militares, ni siquiera cuando fotografiamos casi todo, lo que permite el sentido común.

Al mirar el cartel de un banco, nos estremecemos y comenzamos a atar cabos. En él se lee, que cerraban ayer por festivo, pero que reabrían hoy, hecho que no se ha producido.
                                              Bamako
Gasolineras obligadas a cerrar –cuando según indican, abren siete de los siete días de la semana-, severos controles militares en nuestra entrada a la ciudad, militares pegando tiros por las calles, clases suspendidas, organismos oficiales cerrados...¡Y todo, por tanto tiempo!. ¿ No será por casualidad, que se ha producido un golpe de estado y que estamos en todo el medio, con riesgo de nuestras vidas?. Aún así, nos sorprende no encontrar resistencia activa en las calles, a los golpistas, haber hallado la frontera abierta o que nadie nos haya advertido de nada, estando todo el día por la calle.

También nos desconcertó, que cuando entramos en la ciudad, escuchando y viendo ráfagas de ametralladora, todos nuestros compañeros de viaje, ni siquiera fruncieran el ceño o pestañearan..

            Con tal certeza –aunque, no confirmada-, dudamos sobre si seguir o retroceder y optamos por lo primero. Tras un sufrido, pensativo y ajetreado viaje a Mopti, un conductor de piraguas, que responde al nombre de Alí Baba, nos confirma la respuesta, a la pregunta que no nos habíamos atrevido, a formular a nadie.

                                                                      Bamako
            Afortunadamente y en esta ciudad, aunque hay visible presencia militar, la situación a día de hoy, es mucho más relajada: todo ha abierto, incluido los bares y las escasas tiendas de bebidas alcohólicas. A las ocho, sin embargo, hay toque de queda. Pero, a las seis de la tarde, la mayoría de los negocios, ya están recogiendo.

Al menos aquí, para poder comprar algo, no nos tendremos que joder y esperar, hasta el martes.

 Por cierto: en este país la gente, los golpes de estado, se los toman como el café de media mañana.   

A tiros por la calle, como si tal cosa


                                                                    Bamako
              Podíamos haber llegado a Bamako, malquiera de los 365 días del año, pero lo fuimos a hacer –para refrendar nuestra forma de coincidir con todas las celebraciones y fiestas-, el día de los Mártires. Todo está cerrado. No sólo las tiendas o los puestos callejeros, sino también servicios tan esenciales, como el transporte, las gasolineras o las farmacias. Nunca habíamos visto semejante escena en el tercer mundo: gente renunciando a un día de trabajo e ingresos, a cambio de ocio ninguno, porque sencillamente o no lo hay o no se lo pueden permitir.

            La opción más festiva del día es, contemplar como los militares pasan a toda leche, en moto, coche o vehículos específicos, pegando tiros al aire, con sus armas reglamentarias, mientras son vitoreados por los lugareños. Se nos encoge el corazón, al ver como un alocado militar, carga aceleradamente, su arma de repetición, a dos metros de nosotros, apuntando para todas partes, como si fuera Rambo.

            Por lo demás, Bamako es una ciudad agradable y muy africana, que nos libera del polvo de los días anteriores. El centro está muy agrupado, con unos cuantos atractivos históricos y mercados, que se entrelazan entre si. Abundan las motos y las bicis, más que en los países anteriores. El calor es severo, a pesar de ese sol, que nunca termina de mostrarse del todo, debido a la neblina.
Bamako
            De momento, Mali está superando lo esperado, sobre todo en materia alimenticia. Además de tortillas francesas y arroces con salsa, hemos comido carne y pescado, a precios muy razonables. La primera, más barata que en Senegal, aunque los precios de casi todo, son idénticos, en ambos países.

En esta ciudad –que no es ciudad, al abandonar el centro-, se encuentra la sede del Banco Central de África Occidental. Es el único edificio alto de Bamako, junto a un mastodóntico hotel. Pero mientras el segundo, está bien acondicionado, los accesos del primero son penosos, con basura a montones, llena de moscas, murallas de chapa, puestezujos y un par de distraídos vigilantes –con uniforme de seguridad, tipo africano-, oteando el panorama.
                                                                          Bamako
A lo largo del día, no hemos visto, ni un solo blanco. Despedimos la jornada contemplando, como niños y niñas, juegan botando sobre aros neumáticos, con canicas o con cualquier cosa, que encuentren en la calle. Los pedigüeños y los pelmas, son menos, que en el vecino Senegal, pero aún debemos de corroborar hechos y sensaciones, a lo largo del resto del país. Si no hay contratiempos, mañana partimos para Mopti. Queríamos habernos largado hoy, pero todo el transporte público, está paralizado. 

¡Esto es una mierda!

            Llevamos unos días, constatando con sufrimiento, como tiramos el dinero. Al menos, eso nos parece. Pagar 15 €, por transportarnos en la perrera incómoda de un R12, de hace décadas. Abonar 6, por un padecimiento masoquista, al tardar en recorrer 183 kilómetros, 7 horas, en un Mercedes sexagenario. O abonar casi 20, por un hotel sin agua y sin luz, porque no hay otro en el pueblo. Y, desgraciadamente, podría seguir.
Diboli
            En Senegal y Mali, el precio, nunca es un indicativo, del servicio o producto, que se va a recibir. Pero, lo de hoy, ha sido ya casi insuperable. Las cosas ya empezaron mal. Por un lado, la frontera de Diboli es un caos. Nos sellaron dos veces el pasaporte, una de ellas en una hoja en blanco, con las pocas libres que nos quedan.

Por otro, el codiciado autobús grande, a Bamako, no es tal, sino un minibús –muy nuevo-, pero donde han tratado de aprovechar el espacio al máximo, colocando cinco asientos, donde sólo caben cuatro, por lo que la incomodidad es manifiesta, para un viaje tan largo. Salimos puntuales, pero de camino a Kayes, padecemos dos severos controles policiales, aunque educados.  

            Kayes tiene pinta de ciudad casi normal: está bien iluminada y se halla junto a un ancho río. Tras la cena, el conductor nos vuelve a deleitar con su sonora, estridente e insoportable música. Más que chóferes, parecen patrones y los lugareños lo asumen como tal: paran cuando ellos tiene ganas de comer y de orinar o machacan los tímpanos de los pasajeros, con vídeos, radios o casetres, como en este caso. La carretera es regular, pero la conducción, se desarrolla con magistral pericia, esquivando la mayoría de los baches.

Cuando intentamos dormir, algo en el motor, empieza a sonar mal. Como además del volante, son expertos en mecánica, en diez minutos ya ha decidido, que la dinamo está rota y que nada más puede hacer. Sin comunicar nada, se echa a dormir. No hay lugar para la controversia. Los pasajeros están acostumbrados, a ser tratados como animales y lo aceptan,
                                                                Diboli
Son las 12 de la noche y el interior del vehículo está oscuro. Sólo se ven linternas y furtivas sombras desplazándose, en una escena que aterrorizaría a cualquier blanquito, sin experiencia en el continente. Se trata de meriendas de negros, entre viajeros y lugareños de Konia KAri –pequeño pueblo, donde hemos parado-, mientras hay motos que van y vienen y que terminan, cuando los primeros se acoplan de cualquier manera, sobre el suelo del arcén y terrenos colindantes. Unos sobre esterillas, aunque la mayoría, así, tal cual. Conseguimos dormir un par de horas, pero nosotros, dentro del vehículo, ¡no nos vaya a picar o morder algo!.

La actividad vuelve, sobre las siete de la mañana, cuando sacamos toda nuestra artillería de protesta. A nosotros y a otros lugareños, que se salen del redil, nos buscan una solución. El resto quedaron allí tirados y nunca supimos, nada más de ellos.

Sin comerlo ni beberlo, nos vemos de nuevo en un maldito microbús sobreocupado. Salimos, sí, pero resulta de toda forma insoportable. La carretera empeora y el paisaje resulta, como si siempre pasaran la misma instantánea por delante de tus ojos.

Lentamente, van pasando las horas y el calor aumenta. Parada para comer. Otra vez y ya van dos días, bocadillos de tortilla francesa. Y a echarle un rato en cada pueblo, mientras sube y baja el pasaje. Al menos, hay muchos más vendedores que en Senegal, que te surten de agua, fruta o dulces. A 20 kilómetros del destino, un pinchazo. Hemos tenido avería, en los tres últimos transportes, que hemos abordado.
Diboli
Ya sólo nos queda sobrepasar, más de diez controles militares –con unos tanques incluidos- y escuchar ráfagas, que parecen de metralleta. ¿Pasara algo aquí?. No sé. ¡Como siempre venimos desinformados!.

Exhaustos, nos ponemos a buscar hotel, que encontramos en cinco minutos, gracias a un vendedor callejero. Es barato, escasamente visible y el único de la zona. Es noche cerrada y nuestro ángel de la guarda africano, ha aparecido cuando más lo necesitábamos. Aunque, esta vez no hemos encontrado ningún chiringuito de cervezas frescas, como hubiera sido lo suyo. Casi, ni de agua. Aunque sumes todos los contratiempos vividos a lo largo del día, los de aquí te dirán, que todo se reduce, a un “petit problem”.

viernes, 25 de mayo de 2012

El cacharro infernal


           Aunque, con dificultades y cambio de planes, hoy partimos para la frontera de Mali, después de casi haber tirado la toalla. Viajamos en una furgoneta Mercedes, flamante y codiciada, allá cuando paseaba por Munich o Hamburgo, en los cuarenta o los cincuenta. Hoy, ha perdido toda su tapicería, tanto en los laterales como en el techo, los asientos se hallan destrozados y el parabrisas entero, pero dividido en miles de porciones.
                                                                          Tambacounda
            Lo pillamos según sale y completamos el abarrotado pasaje. Uno de nosotros viaja, con más de medio culo fuera del asiento y el otro, con unos cinco churumbeles, situados detrás, trepándole por la espalda.

            Son 183 kilómetros hasta Kidira y la carretera es buena, salvo en los últimos 40 kilómetros. Los primeros 50, los hacemos en una hora, pero de repente, algo no va bien. Por donde normalmente sale aire acondicionado o calor, empieza a aparecer humo negrísimo. Parada, inspección ocular –como haciéndose los sorprendidos-, echar agua al motor y esperar a que se enfríe. Tras un escaso intervalo de avance, volvemos a detenernos, junto al mojón del kilómetro 103 (los que faltan para nuestro destino).

                                                                       Camino de Kidira
            Ahora –mientras el calor nos derrite-, además de llevar a cabo el mismo proceso, sacan el gato y hurgan por debajo del vehículo. Más de media hora de calvario y reanudamos la marcha, con recesos, cada diez minutos, para apagar la sed del motor.

Con bastantes dificultades, llegamos a Goudiry, un pequeño pueblo de cuatro puestos de madera retorcida y unas decenas de casas. Discutimos entre nosotros, por razones que no viene al caso –durante la dilatada parada para el almuerzo-, mientras un vendedor de carne asada, con la poca que le queda, nos persigue a cada movimiento, sin perder su esperanza. Esta localidad no dispone de luz, a pesar de ubicarse en ella, un generador de la maldita electra.

Para hacer los 65 kilómetros que nos quedan, tardamos más de tres horas, para un total de siete (una media de 26,14 a la hora)..

            Las constantes paradas para oxigenar el motor, hacen que adelantemos y seamos sobrepasados por el mismo camión, hasta cinco veces. Cada poco, sube y baja gente, hasta la interminable bajada de las de los criajos escaladores, que además, llevan una mudanza entera, sobre el techo. Y todo, para apearse en mitad de la nada. Aunque, con los que son, pueden hacer un asentamiento. Por la carretera es muy frecuente, ver otros vehículos averiados, con la rueda pinchada y hasta camiones volcados.

            Tras contemplar, como unos pájaros se comen una vaca muerta, llegamos a Kidira.

            Pensábamos hacer noche aquí, pero la hostilidad y fealdad del lugar, además de que sólo haya un hotel caro y con mala pinta, nos hace pensar en llegar a Diboli. Nuestra última experiencia senegalesa la tenemos al comprobar, que de donde te ponen el sello, a donde te dan el OK para salir, hay más de kilómetros y medio, en sentido contrario.
Kidira
            Ya atardeciendo, cruzamos un penoso río y en tierra de nadie, un alojamiento, que vivió tiempos mejores, nos depara una mala noche, pagando más de 20 €, sin luz y sin agua. Estamos a escasos metros del puesto fronterizo de Mali. Como ni sitios para cenar hay, volvemos a cruzar el puente ya de noche y otra vez nos toca salir corriendo, ante la amenaza de un asalto. Para retornar y escarmentados, pagamos a un conductor, que por allí pasa.

            En este caso, la culpa ha sido nuestra, por como otras tantas veces, creernos por encima del bien y del mal. África’s night no es para toubabs (blancos europeos). ¡Un día de estos, no vamos a llevar un disgusto!.

África es el continente, que más me hace pensar

                                                                                        Mopti
Efectivamente –como se titulaba en el post anterior-, Tambacounda es lo más parecido al infierno, con sus veredas polvorientas –ysu tierra rojiza, penetra hasta en la ropa interior- y su calor asfixiante, que recalienta, tanto lo que está al sol, como lo que se encuentra, a la sombra. Por lo demás, es un lugar tranquilo, para ser un cruce de carreteras, hacia Mali, Guinea, Gambia, el interior de Senegal y la costa.

            Destaca su decrépita –pero bonita- estación de trenes, que ya no presta servicio y su colorido y abarrotado mercado, en dos niveles de altura. Por una parte, está cubierto y por otra, no. Por la mañana, cuando paseas, te envisten las descuidadas vendedoras, con sus sacos y bidones, a cuestas. Ya a mediodía, la mercancía es escasa y la basura se amontona en el suelo, para regocijo de las cabras, que inician su festín.
                                                                                                  San Louis
Las avenidas son anchísimas, pero la mayoría de los edificios –salvo algunos bancos-, no sobrepasan una planta de altura. Ambas cosas a la vez, provocan en el viandante, una sensación extraña

Preguntando a un tendero, si hay cerveza, contesta abruptamente, que no se vende alcohol en la ciudad. Hemos debido topar con el musulmán más radical del lugar, dado que en un radio cercano, hay cuatro bares y un enorme depósito de bebidas espirituosas. Este último, con gran actividad, está regentado por blancos.

La mayor molestia de la ciudad, la constituyen los niños pedigüeños, que campan a sus anchas por todas partes (especialmente en las estaciones de transporte). Algunos ya están bastante creciditos. Dependiendo de nuestro estado de ánimo, tratamos de disuadirlos, ignorándolos, reprendiéndolos, mandándolos a la escuela o les pedimos dinero, nosotros a ellos. Normalmente y en este último caso, huyen o muestran su negativa.

                                                                                 Kaolack
Pero hoy, un niño de unos seis o siete años, ha descuadrado nuestros esquemas. Al pedirle dinero, ha puesto cara de comprensión y nos entrega, una moneda de 25 francos, de su escaso botín, que consiste en otras dos, de 50 y 100. Si algo me gusta de África subsahariana, es que me hace pensar, casi constantemente y además, siempre me termina, sorprendiendo

Entretenidos en estos pensamientos, nos topamos con una publicidad callejera, con un agresivo mensaje de la electra local: “la electricidad es un derecho. Pagarla, es un deber”. También esta aseveración, da mucho para reflexionar

            Nuestro primer intento de acceder a la frontera de Mali, ha fracasado. Es domingo y no sale un solo cacharro, después de esperar tres horas y media, divididas por un largo intervalo, en el que nos vamos a tomar cervezas.

El ambiente de esta estación es ameno. Mientras esperamos nuestro thieboudienne, bajo un insufrible tejado de chapa, una joven de quince años, se despelota  ante nosotros y sin ningún tapujo, mientras la propietaria, trata –y consigue, por un intervalo corto de tiempo- hacer funcionar el ventilador del techo, con un riel de las cortinas. Debe de ser, de las que no cumple su compromiso con la referida electra. En la calle, una chica destrenza a otra todos sus postizos del pelo, mientras escuchan decenas de veces, la misma canción en el móvil.

            Mañana haremos un nuevo intento, de lograr nuestro objetivo: Mali nos espera. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Carretera al infierno

             Hoy tocaba martirio. Será por ser viernes, que no nos podemos olvidar, que estamos en un país musulmán, aunque a su manera, dado que ni el cerdo, ni el alcohol, ni la escasa vestimenta, están vetados a nadie.

                                                                                        Ziguinchor
            Abandonamos nuestro alojamiento, aún sin haber amanecido, guiados por la luz de una linterna. Nada nuevo en África. El único transporte, que hay para ir a Tambacounda, es el maldito taxi “sept places”. Se trata de antiguos renaults 12, vendidos de quinta o sexta mano, desde el primer mundo y en los que se usan hasta la perrera, para colocar a los pasajeros, sentados sobre el cubre-ruedas.

Ni son baratos, ni paran para orinar, pero no hace falta, aunque te tires diez horas, para hacer 380 kms. El asfixiante calor exterior –lo que peor llevo de este viaje- y el interior, que nos proporcionamos todos los pasajeros, bien juntitos, secan cualquier vejiga. Eso sí. Sólo los blancos sudamos. Dos pasajeros sentados delante de nosotros, viajan tan campantes, con su gorro y su bufanda de lana.  

            Las paradas son interminables, por razones múltiples y nunca explicadas: para recoger papelitos y entregar dinero, para una supuesta reparación, que nunca llega -cerca de la frontera de Guinea-Bisau-, para comprar líquidos y sólidos, siempre que algún pasajero se queje o para echar gasolina varias veces .Sólo consideramos lícitas, las cinco veces, que nos paran en controles militares –siempre cortos y solo en territorio de Casamance-, en los que sólo dos y con desgana, piden la documentación.
Ziguinchor
            El paisaje es anodino y seco, sólo aliviado por las intermitentes aldeas, de casas cónicas y cercadas con cañizo. Las piernas se quiebran, las rodillas duelen hasta enloquecer y la mente se dispara, no siempre por el buen camino. El único entretenimiento que encontramos, es ir cronometrando, lo que tarda el vehículo, entre los distintos mojones kilométricos, a modo de competición.

Pero, lo peor es la carretera. Nunca vimos una igual y tampoco unos amortiguadores peores. Está en tan mal estado –llena de profundos socavones y extraños relieves-, que los coches, cuando pueden, prefieren ir por los arcenes de tierra, llenando el interior del vehículo de polvo, aunque viajemos, como siempre aquí, con las ventanillas herméticamente cerradas. Otra opción –si está en mejores condiciones-, es circular por el lado contrario del carril, como si nada. Menos mal, que no hay casi tráfico y que los chóferes son expertos en conducción extrema.

            Exhaustos, llegamos a Tambacounda. Los negritos muestran tranquilidad. Los dos blanquitos, euforia, que va desapareciendo, una vez que nos toca andar varios kilómetros sobre la arena, para encontrar alojamiento económico –los de la Lonely se han disparado de precio- y como siempre, con el sol cayendo de plano.
                                             Tambacounda
            La localidad gira en torno a una rotonda, de la que se despliegan calles anchísimas, con las casas de una planta. De dos, como máximo, en los edificios más lujosos –como no, los de los bancos-. Nos desanimamos y barajamos la posibilidad de cancelar el periplo por Mali.

            Unos minutos después aparece un alojamiento adecuado y barato y al retornar al centro, un espléndido bar, donde tomamos la cerveza más rica y fresca, de todo el viaje. Hasta este momento, la única satisfacción del día, había sido tomar una bolsa de agua fría, en una de las paradas y otra de patatas fritas de 10 gr., casi a punto de caducar, atentamente regalada por el encargado del supermercado de Ziguinchor, por ser clientes habituales (dos días).

Siete pasos para comprar una lata de sardinas

            El thieboudienne –que ya conocimos en Mauritania- es el plato nacional y casi diario en Senegal. Se trata de arroz –de muy pequeño grano- rehogado con verduras y algún trozo de pescado. Existen otras variantes más pobres y con otros nombres, en las que el plato sólo es un arroz con salpicaduras de salsa (Caldou).
Joal (Senegal)
Cansados de la repetitiva dieta y animados por el excelente pan de Cap Skiring –el de casi todo el país, lo es-, nos decidimos a almorzar bocadillos de sardinas, única conserva, que nos permitía nuestro bolsillo y malamente. Por increíble que parezca, siete fueron los pasos que tuvimos que dar y más de una hora de espera, para alcanzar nuestro objetivo.

            1º.- Tratamos de comprar cuatro latas, pero la vendedora sólo dispone de dos. Primer contratiempo, pero no nos venimos abajo.

            2º.- Aceptamos su ofrecimiento, pero ahora se niega a vendérnoslas, por no disponer de cambio.
           
3º.- Tratamos de canjear el billete de 10.000 CFA en otro establecimiento, sin éxito ninguno.

            4º.- Sólo un guiri blanquito, sentado a la puerta de un comercio, se apiada de nosotros y nos da dos billetes de 5.000 CFA
                              Oussouye (Casamance)
5º.-Ahora toca esperar, a que Western Union reabra su oficina, después de la pausa del almuerzo. Tras un cuarto de hora, conseguimos este pequeño, pero celebrado objetivo

            6º.- La vendedora de las latas de sardinas, se ha ausentado temporalmente y ha cerrado su negocio, bloqueándolo con unas sillas delante de la entrada. Ni la más mínima sospecha, de cuando retornará.
           
7.- Finalmente y tras localizar otra tienda, obtenemos nuestro preciado tesoro, de origen marroquí.

            Por lo demás, Cap Skiring es un feo y desordenado pueblo, que trata de vivir de los resorts –casi vacíos-, de la artesanía –abundante y bonita, pero de escasa venta-, de los restaurantes –que venden lo mismo, que en otras partes, al doble de precio- y de la venta al turista de bebidas de importación.
                                                                             Rosso (Mauritania)
En realidad, es otro de esos experimentos lamentables del tercer mundo, para atraer europeos y tratar de vaciarles los bolsillos, a cambio de muy pocos servicios y muchas carencias en cuanto a la oferta de entretenimiento. Y todo ello aderezado con un gran número de pelmas irrespetuosos, que te dan la barrila, sin escrúpulos, hasta cuando te estás bañando o reposando sobre la arena.

            Así, lo sufrimos nosotros y cabría pensar, que hasta las decenas de vacas, que constituyen casi los únicos bañistas de esta bonita playa. En lugar de la lata de refresco y el envoltorio de snacks, dejan sobre la arena sus olorosas boñigas y al atardecer, regresan a sus alojamientos, ellas solas y sin vaquero que las conduzca. De esta forma pasan sus vacaciones, un día y otro más. Estoy pensando montar una industria local, de bronceadores para rumiantes.

            Si todo va bien, en breve abandonaremos la maravillosa Casamance.

martes, 22 de mayo de 2012

Como en un documental

                                                                                                    Elinkine
           En Casamance no atardece como en otras partes. Al menos en esta época, no hay puesta de sol, al uso habitual. Poco a poco, el astro rey se va diluyendo entre una extraña e imperceptible nebulosa, reduciendo continuamente su entorno hasta desaparecer.

Luego, llega la noche y con un poco de suerte, el pueblo visitado ese día, tendrá una sola farola –supuestamente, alimentada por energía solar-. El lugar que toca hoy, es Elinkine, camino de la isla de Karabane, que finalmente no visitaremos por la infrecuencia del transporte público. Así es, como llaman a la piragua escacharrada, que cruza hasta la isla.

            Elinkine merece mucho la pena, sobre todo por su autenticidad y el trato de sus habitantes que, normalmente, y a no ser que se lo pidas, no buscan nada del turista. Menos el del alojamiento de la Lonely (campement Le Fromager), que además de agobiarte con sus excursiones, te ofrece una habitación cuya puerta no encaja y no puedes cerrar. Y todavía, cuando se lo decimos, se hace el sorprendido.
                                                                          Elinkine
            Por lo demás, es interesante pasear por sus calles arenosas, contemplar los secaderos de pescado, ver a los hombres limpiando los peces o partiendo sus cabezas, charlando por no tener otra ocupación o jugando a las damas, golpeando las fichas, como si del domino patrio, se tratara. Los niños se entretienen llamándote “toubab” y estrechándote la mano. Aquí, no están muy maleados y son cariñosos, a pesar de que pululamos unos cuantos blancos.

En nuestro confortable pasear, tenemos la suerte de asistir a una ceremonia local, que parece un bautizo, debajo de unos toldos, con sillas de plástico -como las de las terrazas- y estridentes amplificadores. Por la mañana, los hombres realizan un acto sobrio, mientras las mujeres aguardan expectantes. Por la tarde son ellas las protagonistas, desmelenándose y compartiendo sus trepidantes bailes con la sosa blanca –o sea yo- que trata de hacer lo que puede, con escasa dignidad. Pero, lo que parecería un ridículo total, es agradecido efusivamente, por la organizadora del evento. Tal vez, detrás de todo esto, haya una creencia religiosa.

Otra vez comemos thieboudienne, aunque de momento, no nos cansa, porque hoy han eliminado las verduras y a cambio, las han sustituido por tres buenos trozos de fresquísimo pescado.
Elinkine
Los habitantes de este genuino pueblo, no lo tienen nada fácil. Y eso, que su vida se desarrolla al lado de un gran río. Disponer de agua corriente es una escasa posibilidad y la luz, una cuestión, sólo para los hoteles de los blancos, gracias a generadores autónomos y a potentes linternas de luz azul (frontales).

Nos toca ducharnos en cuclillas, porque el agua es un escaso hilillo proveniente del pozo, extraído por una bomba. Pero, somos los más felices del mundo, porque nos hemos quitado el polvo de encima y seguimos tomando cervezas.
                                                                     Elinkine

sábado, 19 de mayo de 2012

"Donnez-moi un cadeau"


             Llegas por la mañana pronto, a una ciudad nueva –de cuyo nombre no quiero acordarme- y consigues bajar del taxi siete plazas –increíblemente-, de una sola pieza y con todas las articulaciones gritando y protestando, al mismo tiempo. Enseguida, te rodea un montón de gente: “taxi, taxi madame, taxi…”Cuando consigues que entiendan, que no necesitas ninguno, te rodean los vendedores y comisionistas de los demás vehículos compartidos, ofreciéndote toda la variedad de destinos posibles, incluido, por supuesto, aquel del que acabas de llegar.
                    Personajes cotidianos de la vida de Mauritania y Senegal, tanto arriba, como debajo

            Otra vez, a decir que no y a esquivarles para conseguir llegar a la tiendecita de la esquina, donde venden bolsitas de agua de 500 mililitros y así aplacar la sed, pues aunque es pronto, el calor ya aprieta de lo lindo. Curioso lo de estas bolsas: yo nunca he sabido beber de la bota o el porrón y ahora si no quieres chupar todo el plástico –incluidos los gérmenes- tienes que lanzar a chorro, el líquido elemento. La otra solución es comprar botellas de litro y medio, pero son como cuatro veces más caras y a lo largo del día puedes, llegar a consumir, 5 ó 6 litros de agua por persona.

            Después de saciarte, comienza la búsqueda del hotel. No es fácil. En esta zona no abundan y como las ciudades están construidas a lo ancho, debes caminar varios kilómetros bajo el sol y por calles arenosas, hasta que encuentras uno.

            Todo esto es cotidiano en muchos viajes, pero lo que ya no lo es tanto, son las hordas de niños –de entre cinco y diez años-, que te rodean en manadas de 15 ó 20, para pedirte dinero o un regalo. A tu alrededor solo ves cabezas rapadas y pies descalzos. Y tan solo, escuchas: “donnez-moi un cadeau, donnez-moi un cadeau”.

            Les dices repetidas veces, que no, pero ellos insisten. Vuelves a negarte y ellos, a lo suyo. Al final tienes que enfadarte y dar cuatro gritos, para que se alejen un poco. La forma más efectiva de que se vayan corriendo, es mandarles a estudiar al colegio. Se les abren los ojos, ponen cara de susto y huyen.

            Colegios, claro que existen y a la puerta de todos ellos, hay dibujos y carteles informativos, en los que colabora Unicef y España, diciendo textualmente: “Yo quiero ir al colegio y quedarme en él”.
           
No sé si los intentos de otros gobiernos y de algunas organizaciones, caen en el saco roto de las autoridades locales, pero la realidad es que centenares de niños –sólo varones- llenan las calles desde las siete de la mañana, ataviados con su raído uniforme, consistente en: pantalón corto, camiseta futbolera y bote de tomate o de Nocilla, colgado a la espalda, donde recogen los restos de comida, que les ofrecen y diciendo a todo el que se cruza con ellos: ¡“donnez-moi un cadeau”! (¡Dame un regalo!).

Nota: Este fenómeno, es endémico en Senegal y muco más esporádico, en Mali y en el sur de Mauritania. 

viernes, 18 de mayo de 2012

El vino de palma y un energúmeno, ponen a prueba nuestros nervios

            Ziguinchor debe tener más de doscientos mil habitantes, aunque la impresión –como otras tantas veces, en África-, por su dispersión y escasa altitud de los edificios, es de no superar los diez mil. Hay casi más gasolineras, que calles pavimentadas. Sin embargo, cuenta con bastante encanto: calle principal colonial, una bonita catedra,l. mercado normal y de artesanía y un puerto –hoy sábado, sin actividad-, donde reposan las piraguas y campan a sus anchas, las aves zancudas. De comer, lo de siempre: thiéboudienne y de iluminación nocturna, casi también, ninguna.   Oussouye

Llegar a Ossouye, con presupuesto ajustado, requiere de paciencia y tiempo. Más de dos horas de espera y una hora y veinte minutos para 40 kilómetros, con numerosas paradas, desde para echar gasolina, pagar un soborno o colocar sobre el techo, un pesado y enorme comprensor.
                               
                                             Edioungou
A pesar de ser domingo y funcionar a escaso gas, la ciudad resulta muy agradable, auténtica y bastante cuidada –en sus edificios y control de basuras, teniendo hasta papeleras en los establecimientos comerciales, que son más bien “tiendezujos”- y con un coqueto y digno mercado. Deliciosos y esplendorosos mangos –con muchas hojas, alargadas y verdes, menos uno, que solo tiene frutos, aún no maduros-, se entremezclan con palmeras, floridos árboles o los impresionantes fromagers. Dentro de su tronco, se puede construir un bar o una cabaña, sin demasiadas dificultades de espacio.. 

            Los campamentos para dormir –que no para tomar una coca-cola o una cena-, son básicos, pero muy bien decorados y mantenidos, en forma de “case a étages” o “case a impluvium”. Nuestra penúltima experiencia del día, es con el vino de palma, en uno de los bares del pueblo, donde los lugareños siguen la liga senegalesa, sobre campos de tierra, pegándose mil golpes y al ritmo de afinados tambores africanos en la grada.
                                                          
                                                                                          Oussouye
            Ante nuestras preguntas, discuten sobre si el brebaje de la palmera,  tiene muchos grados de alcohol o no y no llegan a una conclusión, que nos oriente. Lo único evidente, según nuestra experiencia, es que tiene sabor a jugo de alcachofas de lata. En la guía, pone que es a levadura, pero en su estado puro, nunca la hemos probado. Y, no nos ha caído muy bien, ni al estómago, ni a la cabeza. No sentimos síntomas ni como los de los efectos del café, ni los etílicos, aunque tiran más a los primeros. Empezamos a entrar en un fuerte estado de ansiedad, acompañado de un ligero y desagradable mareo.

            El camino de retorno –en un lugar donde no parece haber taxis, aunque sí, buscavidas medio fiables-, no nos parece seguro. A pesar de nuestra caraja palmeral, cuando nos asedia un hombre, preguntando por nuestro alojamiento y de que otros nos hayan interrogado sobre el mismo asunto, durante todo el día, somos capaces de mentirle, para no desvelarlo. Este último personaje resulta ser muy agresivo y nos obliga, a salir corriendo, ya que lo ha dejado muy claro, en perfecto español y en un tono muy amenazante: “esto es África, aquí no vale con dar sólo las gracias”.

            Dudamos –aunque con nervios- de que la cosa se hubiera complicado, dado que luego, en la nocturnidad iluminada por cuatro tiendas, descubrimos que hay un puesto de militares, no demasiado lejos de allí. De todas formas, nada mal está, que nos recuerden que estamos en África. Sobre todo, cuando vamos tan alegremente por la noche, en sitios desconocidos, creyéndonos, por encima del bien y del mal.

Lo que más incordia, de todas formas, es relatar tantas emociones, en un barato y adecuado alojamiento –excelentemente decorado, con murales con motivos locales-, con tan exigua luz –problema común a la mayoría de los alojamientos del país-, mientras los malditos gallos cantan a cualquier hora del día.
 Oussouye