Nos marchamos de El Calafate bastante enfadados, después de
haber leído en la prensa local, que están tratando de que la zona, tenga un
“turismo de calidad”. Traducido a un lenguaje comprensible, significa
encarecerlo todo y mayormente, poner trabas, a los que llegamos con
presupuestos más bajos.. Eso ya han aprendido a hacerlo en Torres del Paine,
donde todo cuesta un pastón, aún siendo los diversos servicios, pésimos (por
ejemplo, los buses que unen Puerto Natales, con el Parque Nacional). ¡Qué
tengan cuidado unos y otros, porque determinadas decisiones, se pueden tornar
en su contra!.
Nuestro
siguiente destino es Bariloche, pero llegar por tierra, resulta una aventura.
No por las cosas, que te acontecen de camino, sino por la distancia y por los
cambios de transporte. Primero, debemos tomar un colectivo a Río Gallegos.
Allí, esperar y subir a otro, con destino a Comodoro Rivadavia, una ciudad de
la Argentina profunda, con casas de alubión o a medio hacer. Y finalmente y
desde este lugar, un tercero, que nos pone en nuestros destino. En total, unas
32 horas, incluyendo el tiempo entre transbordos
Horas y más
horas, transitando por la cansina Patagonia y viendo la misma estampa, en forma
de pedregoso, seco y aburrido desierto. Tan anodino es el viaje, que al llegar
a Caleta Olivia y por ver una bonita playa, nos pega un subidón tremendo. Pocas
más cosas pasan, salvo unas musulmanas, que se dedican a eliminar cualquier
rastro de cerdo, en los sándwiches, que nos han entregado y una señora, que en el
bus nocturno, cae fulminada y nos mete a todos un gran susto. Afortunadamente,
se recupera.
Bariloche
es un lugar cuidado y caro. Está bien, pero esperábamos algo más. Dicen, que es
la Suiza argentina, pero francamente, prefiero el país helvético. Y Federer, también. Cruzar el paso
andino entre Argentina y Chile, vuelve a ser algo exótico. En esta ocasión, nos
recogen los pasaportes y nos van llamando en forma de lista, por familias, como
si estuviéramos en el colegio o el médico. El paisaje es maravilloso, a pesar
de que lo estropea, parcialmente, la densa niebla. Hace algo de frío.
Puerto
Montt es un destino discreto. Lo mejor, la habitación que tomamos, en una casa
particular –cuya dueña, nos ha abordado en la estación- y el enorme y bien
abastecido supermercado, Jumbo. En el cono sur americano, la atención al
cliente en estos establecimientos, es nula. Como, a la cajera quiere quitarse
de encima monedas, nos da la vuelta en un rollo de 25 unidades de pequeño
valor, envueltas en plástico y pegadas con celo. También, nos llaman la
atención, las alargadas ristras de mejillones, otros moluscos y algún
crustáceo, que han sido secados y puestos a la venta. Supongo, que luego toca,
hidratarlos.
Mucho más valiosa y muy
recomendable, es la visita a la isla de Chloe, donde arribamos en excursión de
un día, la misma jornada, que Zapatero gana sus segundas elecciones generales.
En Villarrica, volvemos a la
fórmula de la habitación privada, pero esta vez, con menos suerte. Por la noche
oímos ruidos. Parece un animal, que está revolviendo una bolsa. No logramos dar
con él, pero a la mañana siguiente, el único bollo de pan, que tenemos, aparece
con un agujero redondo, en el centro, de unos cinco centímetros de diámetro.
El único interés de este lugar,
es ver de frente –cuando las nubes lo permiten-, el extraordinario volcán, de
Pucón, que da nombre a un pueblo, mucho más coqueto, agradable, turístico y
selecto. Está bastante lleno de guiris con poder adquisitivo.
Nuestros siguientes destinos
chilenos, serán Santiago y Valparaíso, antes de afrontar una de las etapas más
deseadas del viaje: el inhóspito y espectacular desierto de Atacama.
1 comentario:
Vos tenés un blog barbaro. Felicidade!
Y muy acertados los comentarios sobre Argentina
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