Cuando hablaba el otro día, de
que aquí están sentados en la moto, viendo la vida pasar, me refería a los
hombres. Las mujeres en el tercer mundo, curran como locas: En los mercados, en
la venta ambulante, recogiendo el arroz en los campos (que es bien duro)
cuidando a la prole...
En
Filipinas, apenas existe esa actividad contemplativa de la vida. Aquí, la gente
trabaja y no se dedica a dar la brasa a los turistas. Una profesión muy
demandada por estos lares, es la de vigilante de seguridad. Está lleno de ellos
y hasta en el acceso al transporte publico, te hacen cacheos a fondo.
El
patrimonio que tiene este país, es herencia de los españoles, pero la
colonización económica corrió a cargo de los norteamericanos, que hasta les
vendieron trastos inservibles, como son los jeepnies, jeeps de la segunda
guerra mundial, pintados de colores, que aquí sirven ahora para el transporte
publico (son lindos).
Filipinas
es una extraña mezcla de lo español, lo americano y del peculiar estilo de vida
asiático. Una combinación realmente agradable. Aquí se llaman Ángel, Adela o
María y se apellidan del Prado, Robledo o García, pero no hablan ni una sola
palabra de español (bueno, si las hablan, porque el tagalo contiene hasta un 30
por ciento de vocablos en nuestro idioma, pero ellos lo desconoces). La mayoría
de las calles también tienen nombre español, bien de generales, de regiones o
países (Extremadura, Andalucia, Valencia, España…) o de otros personajes, pero
al pronunciarlas por ellos, no suenan a nuestra lengua.
Y hay
platos de comida -bastantes-, también tienen nombres patrios: Arroz caldo,
longaniza, lechón asado, adobo (una rica salsa de soja y vinagre),
calamares..., pero salvo estos últimos, poco tienen que ver con lo que comemos
en España.
Eso si, al
menos aquí, no nos confunden con italianos y nos identifican como españoles. En
el resto del sudeste asiático, lo único que saben de España, es que es un
lejano país, que no consiguen ubicar, pero que si conocen que gano la pasada Euro.
Al llegar
a Filipinas, nos sorprendió que la fruta costara una fortuna (un kilo de
sandia, lo vimos hasta a 3 euros), pero nos aliviamos, al ver el del litro de
cerveza (60 céntimos), el de la botella de ron (menos de un euro), el de la coca
cola de litro y medio (50 céntimos) y, aunque no fumamos, el del cartón de
Fortuna (algo mas de dos euros). Y es que aquí fuman fortuna y beben San
Miguel. Así que nos dijimos: ¡¡¡Viva el
escorbuto y que le den por el culo a la fruta!!!!
Estamos
felices, por haber abandonado Ramadania y haber vuelto a la alcohólica
cristiandad, aunque cuando regresemos a Malasia el día 24, todavía estaremos en
el mes sagrado musulmán.
Ayer
dejamos Manila, una agradable ciudad llena de cosas que recuerdan a España,
aunque el insoportable olor a humedad hedionda y rancia, con aromas dulces
-típica de la época de lluvias-, hace el ambiente irrespirable.
Hoy
estamos en Vigan, comiendo ricos espaguetis -que también son de arroz y no de harina-
y lechón asado, tomando cervecitas frescas y fumando baratos puros larguísimos,
hechos a mano y a siete céntimos de euro la unidad. Y todo eso en una ciudad,
que recuerda al Imperio por los cuatro costados (meted Vigan en google y buscar
en imágenes). Así que estamos más felices, que dos lombrices. Tanto es así, que
nos damos envidia a nosotros mismos
1 comentario:
Este texto fue escrito, originariamente, el 13 de septiembre de 2.008.
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