El autobús de dos pisos, con
destino hacia San Pedro de Atacama, sale puntual. Vemos ponerse el sol, cuando solo
llevamos una hora de viaje. Nos enfrentamos a un viaje de 24 horas, el más
largo que hayamos hecho hasta ahora en el continente.
El
panorama en el colectivo es el mismo, que el de otras noches: Siempre, hay un
roncador compulsivo y uno o varios niños, llorando. Como no me duermo, me pongo
música en el MP4 y mientras escucho, al argentino Fito Páez, observo el bonito
paisaje que rodea la franja de La Serena. Los pueblos, las montañas y las
playas se van sucediendo, mientras la luna llena se refleja en el majestuoso
océano Pacífico.
Es una pena,
que el paisaje fuera tan bonito por la noche y ahora no tenga interés alguno.
No disponemos de demasiada comida y agua, porque nos habían dicho que nos
darían el desayuno y dos comidas, pero el primero ha consistido en un minúsculo
zumo y las segundas, no sabemos cuando llegarán, porque ya son las dos y no hay
noticias de ellas
A las tres, llegamos a
Antofagasta. Llevamos casi hora y media de retraso. Paramos diez minutos.
Bajamos corriendo a comprar algo, que llevarnos a la boca y al cruzar la calle,
faltan menos de cinco centímetros, para que me atropelle un coche. Menos mal,
que tanto el conductor como yo, hemos tenido reflejos.
Arribamos a
Calama, donde se baja la mayoría del pasaje. Llevamos dos horas de demora y al
conductor y a su ayudante, no se les ocurre otra cosa, que ponerse a limpiar el
servicio, con toda parsimonia. ¡¡Era la gota, que faltaba para colmar el
vaso!!. Le hacemos saber de neutro descontento, pero para variar, no nos hacen
ni caso. Escribiremos una reclamación, a Turbus, por las numerosas molestias,
que nos están ocasionando: Mientras llegamos, contemplamos la segunda puesta de
sol, desde este mismo autobús.
Los
principales atractivos de San Pedro de Atacama son, la iglesia del mismo nombre
-rodeada por un muro de adobe, tiene tres puertas coronadas por un arco y es la
más grande y bella de la zona-, la casa Incaica y el Museo Arqueológico.
A la
mañana siguiente y una vez, que abre la oficina de turismo y que nos dan los
suficientes elementos de juicio, empezamos a tomar decisiones. El Valle de la
Luna está a 12 kilómetros del pueblo y se puede hacer, perfectamente,
alquilando una bicicleta o andando. Comeremos pronto e iremos poco a poco hasta
allí, con tranquilidad. Preferimos hacerlo así que organizado, porque en el
programa que ofrecen las agencias, se ve todo muy deprisa y se hacen solo dos o
tres paradas, de poco tiempo,
El Valle
de la Muerte está más cerca todavía, a unos cuatro kilómetros, por la carretera
por la que vinimos ayer. Lo dejaremos para mañana por la tarde. Por diversas
causan, no contrataremos la excursión de los geisers del Tatio.
Primero,
andamos durante 15 minutos hasta un cruce. Luego 40, por una carretera y una
hora, por una segunda, por la que nos hemos metido, a mano derecha (es bien
empinada, como nos habían dicho). Llegamos a la boletería, donde nos dan un
folleto/plano y pagamos los 2.000 CH$ de la entrada. El calor es intensísimo y
no nos habría sobrado, si incluso, hubiéramos traído más, que cinco litros de
agua.
El Valle
de la Luna es una depresión, rodeada de dunas desérticas y cerros con impresionantes
crestas filosas, que se encuentra sobre la Cordillera de la Sal. Forma parte de
la Reserva Nacional de Los Flamencos.
Por el
interior del valle –y descontando las paradas- caminamos otra hora y cuarto,
hasta llegar a las Tres Marías (tres pequeñas, esbeltas y bonitas formaciones
rocosas, que se encuentran casi al final).
Comenzamos recorriendo el sik -del
estilo al de Petra, aunque mucho más modesto-, hasta llegar a la cueva. Menos
mal, que traemos la linterna, porque si no es imposible visitar el interior.
Hay que agacharse bastante y tener cuidado, porque las rocas son bastante
cortantes y a veces, es necesario, moverse a gatas.
Pasamos de
largo los miradores –a los que subiremos a la vuelta, para ver la puesta de sol-
y nos desplazamos por delante del bello Anfiteatro, hasta llegar al final. De
camino y al margen de las señaladas, hay centenares de bellas formaciones
rocosas recubiertas de sal, que convierten a este lugar, en un verdadero
santuario de la naturaleza.
Estamos solos, durante toda la
tarde, pero a las siete menos cuarto, se empieza a llenar de autobuses y de
grupos de guiris, en tropel. Menos mal, que no hemos venido por agencia, porque
a parte de tirar 10.000 CH$ (los dos), nos habríamos enfadado bastante y
encima, no hubiéramos disfrutado de esta maravilla, como lo estamos
haciendo.
Todos, nos aprestamos a escalar por el lateral de la duna,
para contemplar la puesta de sol, que en este punto, tampoco tiene nada de
espectacular, pero al bajar e ir retrocediendo, es cuando vemos el más bello
atardecer, que hayamos observado en nuestras vidas.
Y es, que el cielo se va
convirtiendo poco a poco, en una amalgama de colores y tonalidades, que van
variando, cada escasos minutos, haciendo una tras otra, decenas de
impresionantes acuarelas. A la vez y siguiendo el ritmo acompasadamente, van
cambiando las tonalidades de las rocas y de la sal, dando lugar a estampas,
sencillamente, espectaculares.
Volvemos. Algunos conductores nos
quieren, llevar. Declinamos, amablemente, la invitación, porque hay luna llena
y queremos volver viendo el valle, guiados por su luz. Pasan dos chicas en
bicicleta, que nos saludan efusivamente. A estas horas, ni ellas ni nosotros
sabíamos, que íbamos a compartir, tanto tiempo, juntos, en el futuro
Por la carretera pasan decenas
de camiones, de los de transporte de coches, pero vacíos y nos da la sensación,
de encontrarnos en una “road movie”, en medio del desierto y que, de un momento
a otro, nos van a meter en el interior de uno de eso trastos y nos van a
secuestrar. ¡Las malas pasadas de la mente
En la jornada venidera, cuando
iniciamos el camino para el Valle de la muerte, varias chicas recorren el
pueblo voceando “pan amasado”. Si la visita de ayer nos había impresionado,
ahora nos quedamos con la boca abierta y es tal el impacto, que no sabemos, si
podremos cerrarla algún día. Sus formaciones son espectaculares y caprichosas,
aunque a diferencia del de ayer, son de arena y de adobe -o algo similar- y no
tanto de piedra. También hay algunas estructuras salinas.
Sorprendentemente, el Valle de la
muerte, que es el desierto más inhóspito del mundo, en el que no se alberga, absolutamente, ningún tipo de vida, es gratis. Estando en Chile, ¡no nos lo podemos, creer!.
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