Hemos vuelto hace una hora de
Singapur. Es un país que no parece del sudeste asiático, sino cualquiera de
Europa. Allí son realmente estúpidos y tengo que ser así de tajante, sin más
rodeos. Esta prohibido hasta comer chicle –con matices-. Y como esa, otro
montón de leyes ridículas.
En la entrada al país, se
encadenaron una serie de sucesos, que nos pusieron de los nervios. Como tenemos
el pasaporte tan usado (y hasta pegado con pegamento), el escáner no lo leyó y por
ese simple hecho, nos llevaron a una habitación aparte, donde tardaron un rato
en atendernos y a mi chico, le estuvieron interrogando, sobre si teníamos
dinero, los días que íbamos a estar en su territorio y si poseíamos boleto de
vuelta. Y también algunas cosas más personales. ¡Vamos, casi como si fuéramos
terroristas!.
Al final nos pusieron el puto
sello, pero en el control de equipajes, el poli de turno me hace abrir la
mochila, porque ha visto por el escáner, que llevamos tres latas de cervezas y
media botella de vodka y nos dice, que no se puede meter ni un solo centilitro
de alcohol en el país. Le explicamos y es verdad, que las cervezas son para
nuestra colección y al final nos deja pasarlo todo, mientras nos perdona con un
altanero gesto, la vida.
En ambos procesos, ha
transcurrido media hora y el autobús se ha marchado sin nosotros y sin avisar,
después de tener pagado el boleto hasta el final del trayecto. Nos han dejado
tirados en medio de la nada y lo peor: sin ringgits de Malasia y sin dólares de
Singapur. Y para colmo, tampoco hay cajero automático.
Una amable policía -la única en
todo el santo día-, trata de que en otras compañías de autobuses nos traten de
coger hasta la capital, pero todas nos quieren cobrar. Cruzamos a un centro
comercial, donde hay un chiringuito de cambio, pero no cambian ni dólares
norteamericanos ni euros. Surrealista, ¿no?. Pues no tanto, porque tras unas
horas en Singapur, lo surrealista ya te parece lo más normal..
Encontramos otro y aquí si
pudimos obtener la preciada divisa del micro estado. El autobús publico cuesta en
total 3,40 dólares de Singapur. Pagamos con cinco y nos dice que allí no dan la
vuelta, así que nos da tres boletos. Como le comentamos que uno no lo queremos,
lo tira por la ventana y mete el billete en una caja fuerte, de donde ya no
puede salir. Le mandamos a la mierda y le insultamos, pero le da igual. El
dinero no lo devuelve. Surrealista, ¿no?. Pues lo dicho: No tanto
Llegamos a la ciudad. Los hoteles
son carísimos, así que tras mucho buscar, encontramos uno por 25 euros, que es
más del doble de lo que pagamos por noche en Malasia. Vemos a gente muy
colorista -fundamentalmente hindú-, que se amontona en las escaleras o que baja
por ellas. Los que esperan lo hacen con impaciencia, mientras que los que
descienden traen cara de felicidad. ¡Que raro!. Cuando llegamos a nuestra
planta, oímos a gente follando como locos. Deducimos, claro esta, que parte de
las habitaciones son por horas y por eso unos esperan impacientes y otros bajan
con cara de suma satisfacción
Como veis, nuestra vida es
realmente divertida y movida.
1 comentario:
Este texto fue escrito, originariamente, el 25 de agosto de 2.008.
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