Perito Moreno (Argentina)
Tras unas primeras semanas de viaje, más urbanas y playeras,
al aterrizar en El Calafate, llegan días de intenso contacto con la naturaleza.
Esta ciudad de Patagonia se articula en torno a una calle principal, donde se
encuentran los numerosos restaurantes, que ofrecen especialidades de la zona.
Como más destacado, el cordero patagónico, hecho a la parrilla, con un adobo
compuesto de aceite, vino blanco, ajo, perejil, sal y ají molido picante..
Pero, como aquí todo es muy caro –incluido el alojamiento-, nosotros nos
tenemos que conformar con las deliciosas empanadas del supermercado, La
Anónima.
Nos ha
recibido una buena climatología, aunque bastante ventosa, que permite que en
poco más de una hora, se seque un pantalón vaquero y una gruesa toalla, recién lavados
y escasamente, escurridos. Es está época del año –finales de febrero-, aún no
ha anochecido, siendo las once de la noche.
Nuestra llegada a este punto tan
meridional, ha sido motivada, para llevar a cabo una visita al glaciar, Perito
Moreno, que se haya a una hora de autobús. Como bien se ve, en los numerosos
videos, que se exponen en las tiendas de la calle principal, el glaciar rompe
cada cuatro años y casualmente, es en estos días, cuando debe producirse este
fenómeno.
Lamentablemente, no podemos
coincidir con ese acontecimiento, pero sí contemplamos al majestuoso gigante,
más rebosante de hielo, que nunca. Tenemos la suerte, de contemplarlo primero,
con el cielo absolutamente nublado y posteriormente, estando despejado, siendo
las tonalidades cromáticas muy distintas, aunque igualmente, atractivas. El
mayor espectáculo consiste en ver caer desde lo alto, los enormes trozos de
hielo, sobre el agua y la sonoridad hueca, que provoca.
Cuando nos hallamos en lo más
intenso de la contemplación, alguien grita a mi lado. No es debido al inmenso
escenario, sino a que le ha picado una avispa. “Me cago en la madre, que me
reparió”, es su espontánea respuesta.
Cruzar la frontera entre
Argentina y Chile, por esta zona, tiene su miga. Los funcionarios de inmigración
son bastante tocapelotas, con el tema de los equipajes, que se pretenden
introducir en el país, estando estrictamente prohibidos, el queso, la carne, la
miel, la fruta y cualquier souvenir, de procedencia animal.
Llegamos a Puerto Natalaes y por primera
vez en nuestras vidas, contemplamos el océano Pacífico, que desde luego, no
hace ningún honor a su nombre. Nuestra intención no es otra, que visitar desde
aquí, el impresionante parque nacional de las Torres del Paine.
Por diversas razones –relacionadas,
fundamentalmente, con la escasa equitación-, decidimos no hacer la “W”,
tradicional trekking de cuatro jornadas. Utilizaremos un día, para hacer la larga
caminata hasta las Torres del Paine y otro, contratamos una excursión, que nos
haga una visita panorámica por el parque.
Parque Nacional de las Torres del Paine
En un día despejado –como es el
caso-, la vista de las Torres resulta espectacular. La subida lleva vayas horas
y se transita por terrenos de dificultad variable. Aunque, salvo el último,
eterno y esforzado tramo, en el que hay que ascender –a veces a gatas- por
bloques de piedras, no es una caminata demasiado complicada.
En este día trekkinero, están a
punto de suceder dos hechos, que pudieron cambiar para siempre nuestras vidas.
Además, uno a cada uno: una casi total deshidratación y un resbalón al borde de
un precipicio, frenado en el último instante y de milagro. No son pocas las
muertes en el parque nacional. Después sabríamos, que una francesa ese mismo
día, reposaba en un tanatorio, de Puerto Natales.
Al principio, por la mañana,
empezamos la ascensión como un tiro, adelantando a todo el mundo. El día era
muy caluroso y escasamente variable, algo raro por aquí. No bebimos lo
suficiente y la ascensión se terminó haciendo eterna. En el último tramo, era
ascender cinco metros y tener, que parar 10 minutos.
La visión empezó a nublarse y los
calambres aparecieron por todo el cuerpo, además de la respiración jadeante. La
decisión estaba clara y optamos por la segunda opción, entre un posible fatal
desenlace y tomar el agua de los riachuelos, que teníamos más a mano,
desconociendo su salubridad.
A una española, que por allí
pasa, no se le ocurre otra cosa, que decir: “Pero, no bebas de esa agua, que la
está pisando todo el mundo, al pasar”. Pero, ¿esta idiota no se ha enterado, de
que está fluyendo, constantemente?.
Tres litros de agua y un largo
rato sentados a la sombra, devuelven la situación, a la casi total normalidad.
Al día siguiente, el guía de la excursión panorámica, nos informa, de que el
líquido elemento no solamente es potable, sino que es de unas cualidades
extraordinarias.
Descartamos ir a Ushuaia, por
estar lejos y no ser un lugar muy atractivo en esta época del año
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