Nos pasó desapercibido, cuando organizábamos el viaje, pero al aterrizar en Hamburgo, nos dimos cuenta, de que llevábamos dos décadas sin visitar ni Alemania ni Francia. Es decir: hemos estado seis veces en India o más de diez, en Tailandia, desde que recalamos por última vez en el país teutón o en el de los gabachos.
Proveniamos de los sosos países nórdicos y de la afable y dicharachera Polonia y al llegar a Alemania nos sentimos algo cohibidos e incómodos, sufriendo unas formas de ser y de actuar, que no van nada con las nuestras. Los alemanes son, en general, todo lo que los tópicos dicen de ellos: cabezabuque, rectos, exigentes, desconfiados, escasamente creativos, unidireccionales, malhumorados a la mínima... Tan solo se les pasa el enfado permanente, cuando acuden a esas numerosas ferias de mesas y bancos corridos, donde se desbordan a sus anchas los ríos de cerveza y las salchichas.
La primera bronca, apenas habíamos pisado Hamburgo, nos la llevamos en el supermercado, cuando la cajera nos riñó por pagar una compra de 2,50€ con un billete de 50. A la señora de delante le había caído otra, por dejar un par de productos en la cinta, al no llegarle el dinero.
Francamente y después de dos días y medio germánicos, nos sentimos muy aliviados al aterrizar en Burdeos. No volamos de forma directa desde Hamburgo, sino con escala en Málaga, al salir más barato.
Los franceses son muy suyos y no lo esconden, pero el trato y la convivencia con ellos resulta más llevadera y apacible.
Nosotros de Alemania, teníamos el recuerdo de un país confiado de sus propios ciudadanos, donde era muy sencillo colarse en el transporte público pero nadie lo hacía. Ahora y en los billetes pone bien claro y en grande -para que lo vean hasta los miopes y los tuertos-, la fecha y hora de validez del ticket. Y en las cajas de autopago de los supermercados han colocado un torniquete -tipo estación de cercanías -, donde si no pasas el QR correcto de la compra, no sales. No lo habíamos visto nunca.
Desde el aeropuerto de Burdeos fuimos al centro en el barato tranvía (1,80€). Pero, la vuelta la hicimos andando. Son diez kilómetros, pero siempre hay acera. En Hamburgo hay un caro supermercado entre las dos terminales. Aquí, para llegar a un Aldi se debe caminar unos tres cuartos de hora. Por cierto, el super más recomendable en Germanía es el Rewe y en Francia optamos por el Lidl.
Burdeos es una ciudad muy agradable, donde todo está traducido al español. Tiene un compacto y extraordinario casco histórico con su imponente catedral, el campanario, varias iglesias de relumbrón, calles elegantes de estilo parisino y sus atractivas puertas, además de su famosa plaza de la Bolsa.
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