En Tromso, como en septiembre pasado en Bergen, probamos los embutidos de ballena, alce y reno y nos causaron la misma sensación, que entonces : fortísimos de sabor y muy poco jugosos. ¡Así, que esotismos culinarios noruegos fuera!
Volvimos por última vez -al menos de momento -, a Gdanks y como nos tiene algo saturados, decidimos pasar nuestro último día en Polonia, en la playa de Sopot. Es una vergüenza, que cobren por visitar su muelle de madera -el más grande del mundo -, pero en este país todo se cobra. Orinar en una estación -para que os hagáis una idea -, cuesta lo mismo , que dos litros de leche, en un súper.
De todas formas, este viaje está siendo el -susodicho- producto lácteo o por aquello de ser más exaltados: la puta hostia. En los primeros diez días del mismo hemos vivido tres momentos super orgásmicos: el ascenso a primera, del Valladolid, en la capital de España; la decimoquinta del Madrid, en Stavanger y el maravilloso y ya descrito sol de medianoche.
Aunque los mejores momentos de este periplo parecían ya haber sido vividos, aún nos quedaba la visita de tres ciudades europeas de relumbrón,: Hamburgo, Bremen y Burdeos. De ellas os hablamos en los próximos post, además del trato con alemanes y franceses, los aeropuertos nuevos del viaje y la forma de entender -inadecuada para nosotros -, la ecología en el norte de Europa.
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